Le habría tomado dos segundo tomarle la mano si se hubiese atrevido, es que paso por su lado casi rozando la pared en la que él se apoyaba, pero la idiota cobardía le que le comía las uñas del orgullo masculino, ese mismo que se cree sabio para prohibir que los hombres actúen igual que las mujeres le quito del corazón el deseo de tomarla por el cuello y besarla.
Mientras su boca como siempre ardiendo de deseos de un beso, solo esperaba a que él diera el paso. Temerosa e idiota, como siempre de todo y de todos, de su propio orgullo y hasta de lo imposible que es a veces contenerse a ser parte del juego inútil del deseo.
Se quedaron nuevamente mirando, cual dúo de idiotas sin saber que hacer, ni que decir, nuevamente, se trataron de acercar, pero todos estaban contra ellos, la vista y el mirar de los demás. Podrían haberlo hecho, pero él se escondía cual niño de seis años tras su mamá y ella lo miro algo más interesada, se conformo con una sonrisa vaga, la misma de hace unos días atrás, para variar nerviosos, como siempre.
Ella volvió a lo suyo, como siempre y él a lo suyo.