En estos tiempos de tanta efervescencia ideológica, decidimos con mis amigos no discutir más de política ya que últimamente las reuniones terminaban siempre igual: todos peleados.
El sábado pasado estuvimos muy obedientes de la nueva consigna; empezamos contando chistes verdes y acabamos hablando sobre sexo. La charla fue discurriendo sin ton ni son hasta que uno de mis amigos tuvo una flojera de lengua y divulgó una importante cuestión que se trata exclusivamente en círculos de varones, a saber: ¿por qué a partir de los cuarenta años, las concubinas, novias y esposas se vuelven cada vez menos proclives a aceptar el ejercicio del acto amoroso pasional? -por expresarlo de alguna manera apta para todo público.
Fue un baldazo de agua fría, las muchachas de las cuatro décadas y pico allí presentes pusieron el grito en cielo tildando el asunto en debate de preconcepto machista y retrógrado. A los alaridos esgrimieron todo tipo de razones que iban desde inoportunos dolores de cabeza nocturnos hasta el temor de que los niños escuchen extraños sonidos aunque tengan ya veintidós años y no vivan más en casa; desde la pesada sobrecarga que representa la tarea doméstica hasta el infundado supuesto que los hombres sólo pensamos en ellas a la hora de recrear el espíritu –por decirlo de otra manera incensurable.
Uno de mis compañeros de bancada las replicó con la acusación de que ahora ellas ahora ponían falsas razones donde antes había verdaderas pasiones. Fue el acabose, el bloque femenino estalló en indignación y abandonó el recinto gastronómico-legislativo no sin antes aseverar a viva voz que todas nuestras madres pertenecían al mismísimo gremio de la bíblica Magdalena –aunque ellas lo manifestaron de una manera más directa y pedagógica.
Los integrantes del grupo masculino nos quedamos mudos, a través del vidrio vimos como nuestras contendientes sesionar en el patio, fumaban y debatían con gestos enardecidos. Algo se traían entre manos.
Cuando el asado estuvo listo las representantes de Eva ocuparon sus bancas y le clavaron el diente a los chorizos y las costillas de Adán. Ya pensábamos que el asunto del conflicto había quedado sepultado en el barro del olvido, en la concupiscencia de la saciedad estomacal. Pero no, hete aquí que a la hora de los postres el plantel femenino nos hizo conocer el resultado de sus deliberaciones.
Habían reescrito la relación intramatrimonial y establecido un régimen de buena conducta para permitirnos a los maridos acceder a los placenteros beneficios de la más íntima consumación conyugal – aunque ellas emplearon otras alocuciones un tanto más populares que de seguro no cuentan con el beneplácito de la Real Academia Española.
El acta establece que, a partir de la fecha, el mal llamado Jefe Del Hogar deberá ganar cierto crédito para resultar merecedor de su tan ansiada práctica nupcial. Se trata de una versión doméstica de la tarjeta de los puntos del supermercado, la novedosa “Forni-card”.
La reglamentación del decreto instituye algunas de las acciones que el usuario deberá tener en cuenta si desea sumar puntos, literalmente hablando. A saber:
º Referirse a su concubina como “Mi amor” otorga un punto diario. Llamarla por su nombre, resta dos
º Recordar aniversario de bodas, cumpleaños y otras fechas otorga diez puntos. No hacerlo debita cuarenta
º Llevarle el desayuno a la cama otorga diez puntos si la acción es sorpresiva y espontánea, pero sólo la mitad si ha sido solicitada por la destinataria
º Grandes porcentajes de puntos pueden ser debitados por no guardar los modales de cortesía, por usar camiseta musculosa, apestar a ajo, mirar fútbol en la tele o invitarla al cine a ver películas de karatekas saltadores.
º Ante la pregunta ¿qué tal me queda este vestido? Responder No sé quita cinco puntos y Mal diez. Un entusiasmado ¡Muy bien! resta dos puntos por hipócrita
º Mirar a la pulposa nueva vecina se penaliza con veinte puntos, saludarla con cuarenta, ayudarla a cambiar la rueda del auto produce la anulación total de la tarjeta.
º Los puntos acumulados en la Forni-card caducan semanal mente. El canje por el premio nupcial debe efectuarse en el breve instante exacto que nadie sabe cuál es. Intentar la transacción fuera de estos pocos segundos permitidos, retiene la tarjeta y reduce los puntos a cero.
º Las bases y condiciones pueden ser modificadas por la complaciente sin previo aviso ni explicación alguna.
Al finalizar la lectura del acta las cenadoras senadoras brindaron entre sí en señal de algarabía. Nosotros nos quedamos mas callados que mudos y más cabizbajos que meditabundos. La noche se nos hizo larga y aburrida. Solo llegamos a una conclusión: en estos tiempos tanta efervescencia partidaria no hay nada mejor que hablar de política.
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