Zarpé sobre mis pies hacia ninguna parte. Después de tanto andar he concluido que quien busca siempre el norte acaba atravesando el sur; que lo realmente importante no es el destinatario, sino la travesía, ya que es solamente el camino, quien traza las metas. Por eso, mis pasos no cumplen el propósito de marchar hacia algún lugar, sino el de aprender a caminar.
Se ha vuelto una costumbre en mí este ritual de asaltar con mi presencia los crepúsculos. El ambiente místico de esta hora del día en la que el sol comienza a derretirse en el horizonte, me ha acostumbrado a buscarme a mí mismo, por las aceras. Las tardes procrean siempre un cumulo de mágicos olores, colores y sensaciones; lo que produce que quien la explore caiga en el éxtasis de una profunda meditación. Desde los vientres de las casas emana el perfume de lo que se cocina en estas, ese aroma, será lo único que comerá el mendigo sentado en la acera. Es muy injusta y al mismo tiempo muy bien organizada la vida; por esto engendra un sabor tan complejo. Una vez escuché que de la siembra de una simple papa pueden brotar al menos diez papas, y de esas diez papas, cien papas más; si cada persona sembrara una simple papa, se aboliría la crisis de hambre mundial; mas yo creo que entonces a los mendigos se les cortaría las manos, para que no pudiesen plantar su papa.
Esta hora por la que camino, invita a descifrar los misterios de toda la existencia, mas, tomaría muchas caminatas y muchas existencias descifrar el más leve grano de duda; y cada duda, engendra un racimo de nuevas dudas. Los perros al olfatear mis pasos me ladran, y las personas que aparecen en mi camino desvían siempre sus ojos de mi mirada; quizás esa sea esta otra manera de ladrar.
En las hojas aun quedan los restos de las lagrimas de las nubes, y cuando el viento aviva sus ráfagas, los arboles se sacuden como los gatos cuando se mojan. Es curioso como cada entidad se despoja de lo que no les gusta, o se nutre de lo que necesita. Yo a veces quisiera que algún soplo enamorado me despojara así de mis lágrimas; pero siento que sin ellas mi alma es un trozo de roca. Quien destila el mar que habita en su interior, termina siendo un desierto.
A veces me tropiezo bajo el cielo rojo y romántico de los crepúsculos, con manos que van atadas por el amor y zapatos que caminan al ritmo de una misma melodía; entonces recuerdo o me invento, tus manos abriéndome las nubes de las tardes y dejándole paso al sol. La memoria tiene la potencia de desequilibrar el tiempo y juntar pasado y presente en un mismo instante; y eso suele herir, y eso suele sanar. La memoria puede abrir viejas cicatrices, pero solo el pensamiento, puede cerrarlas; por eso suelo vagar los atardeceres, porque es la hora del día que propone fácilmente evocar los fantasmas del pasado y al mismo tiempo hacer que una flor nos haga olvidarnos de todo, o que un arcoíris en el horizonte nos incite a urdir un futuro más prospero. Todo eso lo pueden lograr las ráfagas de aliento que surcan los crepúsculos mientras los naufragamos, y cuando abrimos los ojos y despertamos de este éxtasis, nos percatamos que estamos en el sitio donde emprendimos el viaje... Frente a la puerta de nuestra casa.
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