Alérgica al amor
Por Armando Córdova Olivieri
Ella llegó un día a mi vida con su alergia y me regaló una orquídea. Me miraba silenciosa, mientras yo no entendía su silencio. A veces llegaba a parecerme que, en nuestros diálogos, entre una y otra de sus intervenciones pasaban siglos. Era un ritmo al que no lograba acoplarme. Cada segundo transcurría interminable, mientras yo perdía los estribos tratando de forzarla a que fuera más rápida en sus respuestas. A veces me daba la impresión de que lo hacía a propósito para que me enfadara. La única cosa que aparentemente lograba sacarla de su letargo, era su misteriosa alergia. Cuando la atacaba, comenzaba rascarse la nariz de una manera, yo diría que desesperada. Ella decía no saber exactamente qué le provocaba su alergia, aunque después resultó haberme mentido. De ser juzgada por un observador externo que no estuviese enterado del asunto de la alergia, habría sido confundida fácilmente con una loca debido a la exagerada forma de rascarse la nariz: se llevaba la palma de la mano a la punta de la nariz y luego se la frotaba con energía emitiendo ese sonido, ese sonido tan suyo, producido por el roce de las paredes internas de su húmeda nariz. Los ataques de alergia le daban cierto dinamismo a nuestras conversaciones. Era como si temiera no poder terminar la frase después del frotamiento de narices, de modo que cuando presentía cerca un ataque de alergia, se apuraba en decirlo todo para no dejar alguna idea inconclusa.
Igualmente rara era la orquídea que me había regalado. No se trataba de esas orquídeas que todos estamos acostumbrados a ver en el aparador de las floristerías. No, ésta era una orquídea de cuyo tallo colgaban florecidas decenas de muy pequeñitas y perfectas orquídeas amarillas. Ver la planta era realmente un espectáculoy las indicaciones para el cuidado de la planta eran muy sencillas: poca agua, 20º C, y podar el tallo cada tres meses.
Pasaba el tiempo y ya me estaba acostumbrando a nuestros lentos pero intensos encuentros que por lo general terminaban con la huida furtiva y resignada de alguno de los dos. Con el tiempo noté que su alergia sólo se presentaba cuando nos encontrábamos en mi habitación. Lo que jamás me hubiese imaginado a no ser por su misteriosa desaparición y, unas semanas más tarde, la llegada de su igualmente misteriosa carta, era que entre uno y otro hecho existía una muy estrecha relación: La orquídea, era a la vez qué, el secreto de nuestro amor, la fuente de su alergia. Al marchitarse todas las flores, se acabaría su alergia y por lo tanto, según su carta, el amor. Alérgica al amor, como se decía ella en su carta, cuando trataba de explicarme lo imposible de nuestra relación con ritmo de orquídeas y sudor de polen. Corrí a la floristería más fina de la ciudad y llevé una de las flores marchitas para recibir más información sobre la planta. La empleada, apenas vio la flor marchita, reconoció la planta y en seguida me llevó a un invernadero que quedaba en la parte posterior del negocio. Allí tenían una orquídea como la de mi habitación pero apenas desarrollaba su tallo y que, según me explicó, todavía faltaban tres semanas para verlo florido. Pregunté por su precio y me dijo que aún no estaba en venta y que la dueña del negocio no estaba en ese momento. Le dije que regresaría en otra oportunidad. Lo pensé mejor y decidí esperar a que la mía floreciera de nuevo, puesto que ya asomaba un nuevo tallo que no tardaría en crecer meristemáticamente. Sin embargo, al pasar las tres semanas, decidí darme una pasada por la floristería para ver si ya tenían la orquídea en el aparador...
A pocos metros del negocio, caminando sobre la acera contraria, divise su grácil figura parada frente a la vitrina de la floristería. Me introduje en una cafetería de amplios ventanales y observé todos sus movimientos. Ella entró al negocio, habló con una señora que supuse, era la dueña, y al cabo de unos minutos salía con la planta envuelta en papel celofán. Ella no paraba de frotarse la nariz. La seguí unas cuadras hasta que inesperadamente se subió a un autobús en marcha. La vi sentarse en uno de los asientos posteriores mientras colocaba la planta a un lado. No la volví a ver jamás.
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