Tenía 10 años pero corría a la par tuya. Subía lo árboles con la misma rápidez, con la misma mirada concentrada y terca. Tu no aminorabas tu paso en consideración de que yo era niña. Y yo nunca te pedí que lo hicieras. Y si, tus piernas eran más largas y tus brazos más fuertes, pero yo era demasiado obstinada y eso le ganaba a todas tus habilidades.
Si tu comías naranjas con sal, yo comía membrillos. Si tu habías cazado un saltamontes yo atrapaba una araña de rincón.
Nos perdíamos en el húmedo bosquecito tras la casona de tu abuelo en busca de cuanta alimaña hubiese, apaleando los hoyos donde vivían lo murciélagos, enlazando teatinas para domar lagartijas. Enbrutecidos por el salvaje olor de la hojarasca mojada que se podría en el suelo.
Por supuesto en la noche cuando mi mamá y yo teníamos que volvernos a nuestro fundo, debían esperar a que nos durmieramos acurrucados el uno contra el otro como perritos en el sillón, no había forma de separarnos.
Desde hacía 2 años eras mi mejor amigo. Y aunque tenías 2 años mas que yo, nunca me llamaste "chica" o algo así. Me incluías en todos tus juegos, por mas peligrosos que fuesen, un sábado podíamos ser caballeros de espada luchando contra un dragón encaramados en el pino más alto, un domingo podíamos ser expedicionarios marinos a bordo de la balsita que mi papá nos construyó en el muelle del río.
Por eso fue tan extraño que despúes de tu cumpleaños número 12, empezaras a insistir en que yo fuera la princesa, en que me pusiera un vestido largo de tu mamá y me echara afeites de mujer grande en mi carita blanca y llena de pecas. Subiendo la escarpada del cerrillo del fundo colindante al de mi familia, te aproximaste a mi y me arrebataste la cinta que mantenía mi trenza furiosa domada. El pelo naranjo se me derramó sobre la cara y los hombros, dificultándome el escalamiento.
-¿ Por qué mierda hiciste eso? te reclamé furibunda tratando de ordenar el caos en que se había convertido mi cabeza.
-Eres mujer- dijiste impasible- las mujeres usan el pelo suelto.
Tu declaración me dolió como una cachetada. Era la primera vez que me decías mujer, que me decías que yo debía hacer o dejar de hacer algo por ser mujer.
Despúes de eso siempre todo fue así, tu luchando conmigo para hacerme ver que era una niña y las niñas no hacían ciertas cosas. Las niñas le tenían miedo a los sapos y a las arañas, las niñas no se líaban a puñetazos ni forcejeaban, ni maldecían.
Y yo rebelde, seguía haciéndo las cosas al revés de lo que tu querías, aguantándome el dolor en las rodillas si me caía, para que no volvieras a llamarme "mujer".
Un día sábado entré de sopetón y sin avisar a tu habitación. Habías olvidado, como siempre, echar el cerrojo.
Al mirarte me detuve en seco. No sé si me viste, no sé. Huí avergonzada de lo que había visto, odiándote un poco, con miedo también. Estabas haciendo eso de lo que todos mis compañeros de colegio hablaban. Eso que todos los niños hacían y que según ellos las niñas también, pero les avergonzaba confesarlo. Y era cierto, nos avergonzaba. Pero verte haciéndolo a tí, precisamente a tí,fue como perder en un segundo a mi eterno compañero de juegos y ver en su lugar a un pre adolescente extraño y desconocido.
Jugué sin ganas esa tarde, sin reírme.
Me había puesto una falda azul y llevaba el pelo suelto, como pensé que te gustaría, pero la empresa de subir a los troncos del gallinero se me hacía atrozmente difícil en aquel disfraz. Me caí inevitablemente. Llené de mierda de gallina mi ropa y te ofrecí el espectáculo mas avergonzante que una niña de 11 años pudiera temer. Mi ropa interior blanca y rosa. Bajaste rápidamente del tronco más alto del gallinero y te quedaste mirándome un segundo antes de ofrecerme la mano para levantarme del suelo. Te miré con odio y rechazando tu mano salí corriendo del gallinero, llorando. Te sentía detrás de mí, corriendo también, gritándo mi nombre. Entonces me alcanzaste y tomandome de la cintura me alzaste en brazos. Te grité todo tipo de palabrotas para que me soltaras, patié tus canillas indolentemente pero me tenías presa contra tu pecho. Entonces me rendí y me dediqué a llorar con monotonía. Súbitamente entonces, me besaste, pusiste tu boca mojada sobre la mía llena de lágrimas y metiste tu lengua dentro de mi boca. Estupefacta, me quedé quieta durante unos segundos antes de romper nuevamente a los gritos. Me soltaste. Y presa de un súbito desprecio empuñé mi mano y te dejé caer un puñetazo en la nariz. Retrocediste un poco por el golpe y cuando quitaste la mano de tu cara pude ver que sangrabas. Te reiste y volviste a acercarte amenazadoramente.
-Piojo...te lo advierto-comencé amenazante. Seguías sonriendo. -Vas a tener que pegarme toda la tarde-dijiste con sorna- porque pienso seguir besándote.
Me quedé muy quieta, con el ceño fruncido, esperándote, y suavemente, empuñando de nuevo la mano. |