El señor Robles recogió la carta de la mesa, miró el sobre y revisó el remitente, Juvencio Aguilar y leyó:
Te escribo porque el pasado se ha perdido y sólo me queda este presente tan efímero, como un soplo de aire, te aviso que mi situación no es del todo bien, tengo pequeños sobresaltos en la noche y se me está olvidando cuando dejo el té en la lumbre; el vecino de enfrente tiene que venir a darle de comer al gato y la enfermera, esa enfermera de largas piernas que tanto te gustaba, ahora se encarga por completo de la casa. Ya no salgo a caminar al parque y tampoco juego al ajedrez, pues mis amigos, el viejo coronel y los muchachos, ya han fallecido. Las casas han sido remodeladas y las calles me parecen de otra galaxia, el jardín ha sido reconstruido y ya no tocan música en las mañanas.
El mercado se ha poblado de carros y de perros sin dueño, ya no voy a comprar porque me da pena llevar el papelito de las compras y últimamente, también se me está olvidando la lista de cosas. Ya no escucho música, porque mi oído ya no aprecia el ruido, la gente tiene que hablarme más fuerte y apenas escucho un quejido. La enfermera ¡qué enfermera! Nunca se impacienta y te manda saludos. El gobierno me ha pasado una pensión y la que ya tenía ha aumentado un poco. No necesito nada, estoy bien.
Mi torpeza ha causado que perdiera el lugar donde se enterró Blanca y que tuviera dos años llevándole flores a una tal Carmela, qué torpeza la mía. Ahora llevo flores a la iglesia cada noviembre.
Los bebés de los vecinos van ya a la secundaria, todas las mañanas me acuerdo de ti, porque se oye cómo van jugando por la calle y por la ventana se ven las luces de los carros de transporte. Se organizan juegos deportivos todos los sábados en las tardes y hacen mucha comida cerca de las canchas. Todo es alegre, pero yo ya no salgo, a veces los veo pasar por la casa, cuando estoy en la mecedora.
Rufián te extraña, siempre lo encuentro dormido en tu alcoba, ya lo saqué varias veces, pero él no entiende y me tuve que resignar; ya está muy gordo, pero ya no salimos a caminar.
La vida me ha rebasado aquí, hay carros por dondequiera y las luces no dejan lugar para los murciélagos. El pueblo ya ha dejado de ser un lugar tranquilo y cuando hay una boda o alguna promoción de un presidente, se oye tanto ruido que recuerdo cuando estabas pequeño y querías formar una banda y tocabas largas horas, algunos botes de hojalata.
La casa ya no tiene risa, no huele a nada, extraño tú olor a vainilla después de haber comprado alguna paleta de hielo o alguna malteada. Por cierto, Don Simón, cerro y se fue a vivir al norte con sus nietos, ahora hay un cuarto lleno de computadoras donde los jóvenes ponen música a todo volumen y fuman en las banquetas. Ahí es el sitio de reunión predilecto y el viejo árbol donde tú y tus amigos se juntaban, fue cortado porque rompió un cable de teléfonos.
Aun guardo tus canicas, las tengo en una bolsa de cuero, a veces las veo, pero no se ha estrellado ninguna, siempre que las miro, me siento en tu cama por si se caen, caigan en blandito. Todos tus trofeos están limpios, a veces Jonás, el hijo del vecino, viene a visitarme y le cuento cuando eras un niño y como pateabas de fuerte la pelota, pero últimamente se ha dado cuenta de que ya no tengo más historias y que estoy repitiendo la función y para colmo, que le he agregado más cosas. Está enfermedad me hace ser chismoso.
Ayer desempolvé todos tus viejos uniformes y sacudí tu gorra del servicio, qué guapo te veías José Manuel con aquel traje blanco y tus zapatos boleados, qué risueños nos tenías, a mí y a tu mamá.
A veces vienen niñas a preguntar por ti, pero ya no les abro la puerta porque un día me dijeron que te sentían mucho, qué locas están, les dije, mi hijo me manda cartas todos los meses y algún día vendrá a visitarme. Ya no les hablo para no hacer corajes, cuando tú vengas; ya hablarás con ellas y remediaras todo, porque siempre te quisieron mucho las niñas; eras muy galán con todas ellas. A veces me acuerdo de tu primera cita y se me salen las lágrimas, ya ves como es de sentimental, uno de viejo.
Espero que estés bien, cuida mucho a tus niños y haber cuando me los presentas. Espero no olvidarme de poner la carta adentro, porque ya me pasó varias veces y el amable señor del correo, vino a entregarme el sobre vacío. Qué pena me dio, pero le eché la culpa a la enfermera. Yo no sé por qué abren las cartas, deberá de ser alguna revisión.
Cuídate mucho y pide vacaciones para que te las pases conmigo. Te quiero.
Dobló la carta y la metió nuevamente en el sobre. Su esposa, la enfermera del señor Juvencio Aguilar, lo miró desde la sala y dijo –Qué corazón tan grande tienes— él respondió –José Manuel era mi amigo—
Sacó papel blanco y puso una pluma al lado de él.
--No puedo decirle la verdad, aprovecharemos esa enfermedad que da eterna esperanza—
--Es un señor tan amable y lindo—dijo la enfermera—qué pena que esté tan solo—
--estamos nosotros—dijo él –estamos nosotros—
--eres el jefe de correos más lindo del mundo—él sonrió –soy el único del correo que sabe escribir sin faltas, como lo hacía su hijo-- |