Ya dispuestos a buscar faena, Cheo me llamó a parte y me dijo, que mano Juan quería que fuéramos a buscar una piedra que yacía en el lecho del rio, bajando a unas horas de camino. Anduvimos largo rato, saltando piedras y precipicios, hasta llegar a una elegante cascada, cuya caída, ocultaba a la mojada piedra. Cuando la vi, me alarmé, pues era una piedra bastante grande como para ser cargada por dos personas. Tenía la forma de un motor fuera de borda y teníamos la misión de transportarla intacta. Cortamos dos varas, colgamos la piedra y, cual presa de caza, echamos a caminar, con la piedra al hombro, por la empinada y pedregosa margen. Me preguntaba internamente, para qué tomarse tanta molestia por una roca erosionada por el agua… tardamos dos días llegar al Tisure, dónde mano Juan, nos esperaba sentado, al lado de un montículo de piedras indicándonos cómo colocar sobre él, la pesada ofrenda.
Nos dijo:
-Han puesto el busto del general Ricaurte en su sitio.
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