Su torpe aleteo delataba que estaba a punto de parir. Sin embargo, no fue hasta que sintió seguridad por el futuro de sus hijos, cuándo decidió posarse en la hoja que eligió para su fecundo parto. Antes de morir en el pico de un pájaro, que la devoró y se la tragó, mientras aún aleteaba, dispuso sus huevos en cien perfectas y marciales hileras de veinticinco huevos cada una.
Ocultas en el envés de la hoja, permanecieron tiempo inmemoriable, hasta que un voraz ejército de orugas, surgió de las hileras de huevos. La misión: devorar o morir. Muchas fueron hechas prisioneras por las cruentas hormigas o comidas por horribles monstruos alados. Sólo unas pocas completaron la tarea de comer lo suficiente, como para envolverse hasta el letargo, en su escondite de seda.
Al cabo de una eternidad, después de que todos sus enemigos las habían olvidado, despertaron y dominaron el mundo con el colorido de sus alas.