EL QUE RIE ÚLTIMO.
Todos ordenados, nos encontrábamos esperando la señal de partida.
Con tanta ansiedad y desasosiego me vino un ataque de estornudos y los tuve que liberar nomás. La esperada clave se hizo notar potente y clara. Todos mis pares comenzaron a desplazarse como alma que sigue el diablo, y yo, estornuda, que estornuda sin poder parar tan molesto reflejo. Los que pasaban a mi lado me hacían morisquetas burlonas por mi notorio rezago. No obstante después de unos cuantos segundos los contendores de tan singular competencia volvieron al lugar de partida, cansadísimos y con el signo de la derrota reflejado en sus torpes movimientos. Un tanto desorientados giraban y giraban sobre sí mismo o trataban de fijar un itinerario sin resultado.
Entonces, yo, cual ave fénix, me despabilé frente a todos, hice contorciones gimnásticas para organizar mis energías y cual mancebo griego que enfrenta su primera marathón
inicié la magna empresa sin titubear ni un segundo.
En mi seguro y rápido ascenso, pronto me encontré con Falopio que rodeándome con su singular abrazo me condujo a la victoria por el pasillo que lleva a la gloria una nueva vida.