De pequeña ví a mi progenitor preocupado de su apariencia, dàndose largos baños, bien afeitado, perfumado, su camisa blanca, planchada y todo el resto de su vestuario bien combinado. Eso marcò mis gustos hacia los hombres cuando grande.

Esa mañana del sàbado nos avisan que mi padre se habìa complicado de salud, al llegar rapidamente a su casa, lo vimos sentado en la cama, hablando solo, tratando de ponerse los zapatos.

Su rostro en menos de una semana había envejecido màs, a sus 86 años parecìa que sus ganas de vivir habìan terminado.

Temblaba, tratamos con mi hermana de amarrarle su calzado, lo levantamos entre las dos y lo sentamos en su silla habitual, aquella que da a una ventana donde se percibe los vecinos del lugar.

Tenìa la mirada perdida, nos decìa que nos querìa mucho y que no lo dejàramos solo...

Quiso ir al baño. ahi dentro se orinò completo, pasò calladito a su dormitorio para cambiarse pero se cayò....

Por primera vez tuvimos que cambiarle toda su ropa, sus piernas flaquitas, su trasero era del porte de un melon y solo nos topàbamos con sus huesos.

Què dolor es ver còmo llega la vejez triste y sin dinero, Que nadie pueda disponer completamente para cuidarlo todo el dìa. La forma de organizaciòn de este sistema social y econòmico, no nos permite darnos el lujo de no trabajar y quedarnos a cuidar de los nuestros.

Tengo el corazòn dilatado de tanta pena y de sentimientos encontrados.

Mi pobre viejito que nos pide que no lo abandonemos ni de dìa ni de noche...