en una mano guardo tu presagio
y el aprecio como buen tesoro.
en la otra sostengo con cuidado
el vacío que permite ser al universo.

qué despliegue de destellos y qué magia
-esa algarabía luminosa-
al encuentro de una mano sobre otra
aguardando apaciblemente el fiel anunciamiento:
existes allí donde te pienso.

y es entonces el momento del abrazo
-quién niega la posibilidad del abrazo metafísico-
así
a la distancia que no existe
porque el universo es aquí -y es todo en entero-.

lleno de ti mi puño
no golpea
sino que protege solamente
una perla como un dios
frente al nacimiento de un nuevo mundo.

he aquí el único mandamiento:
vivirás en mí
eternamente.