Parte del sureste mexicano (Ayotzintepec)
Rodeado de una cadena de montañas selváticas, entre valles y ríos caudalosos se encuentra Ayotzintepec; por los años setenta del siglo pasado la población había estado junto al río que a raíz del desbordamiento fueron reubicados en este lugar donde están ahora. Pueblo chinanteco de bellas mujeres y de hombres de recia figura; donde los hombres van montados en caballos; lugar de las carretas jaladas por bueyes de cuernos amenazantes, donde las ruedas traquetean en tierra seca o se atascan en el lodazal de los potreros, puedes soportar estoicamente el viaje pero no te librarás de los gritos de susto ante cada jalón de la carreta para entrar y salir de estos baches profundos, tienes que agarrarte con uñas y dientes porque estos conductores no perdonan los descuidos y te mandan a acariciar con tu cuerpo este suelo pantanoso.
Tierra de la yuca y de las castañas; las hojas de palma ancha o fina que adornan las flores o frutas que ves en tus calles son de esas tierras del sureste mexicano; si te adentras en la selva encontrarás parvadas de pericos, nidos colgantes de pájaros, que no parecen serlo por la forma caprichosa que tienen, parecen zanahorias gigantes colgadas de las ramas de los árboles frondosos; o al pie de estos verás bolas gigantes de termitas y si te fijas bien a un lado están los chayotes silvestres, espinosos y amargos o frutitas rojas que antoja comerlas, chiquititas pero picosísimas, si, son chiles redonditos, parecen bolitas inofensivas; si sigues adelante encontrarás mameyes, inalcanzables porque están prendidas de árboles gigantescos. y no sólo eso, también está el tepescuintle, de carne suave y blanca, el chango, el tejón o las tuzas, el tucán o el coralillo estos últimos de colores vistosos pero uno de ellos es peligroso.
Si gustas puedes ir al pueblo siguiente; llegas al río y para cruzarlo abordas la canoa de remos y palos o pasas en caballo, una hora en el maravillado te pierdes extasiado ante la valla de cocuites de flores rosadas y de un aire puro que oxigena tus pulmones henchidos de orgullo, pero seis horas montado quisieras despegar tu trasero de la montura; lo que antes te maravillaba, ahora, se convierte en una tortura y pides a gritos bajarte pero no puedes porque en el lodazal, los zapatos desaparecen y sientes que te hundes sin fin y logras rescatar tus pies pero sin calzado, momentos angustiantes que solo se vive la primera vez que pisas estas tierras, ya después te acostumbras y eres recompensado con creces.
Y si te acercas al río para ir a las montañas altas, caminarás y a cada tramo que avances encontrarás un mismo riachuelo de trayecto sinuoso de un hermoso color verdeazulado, rodeado de pastos de caña gruesa, que no te deja ver lo que hay adelante y este lo cruzarás continuamente, hasta llegar al río grande que está al pie de la montaña; allí encontrarás frutas desconocidas, parecen chicozapotes pero rasposos y gigantes, nunca supe si eran comestibles o no, aquí nadie las come y las mujeres no pueden tocarlas por extrañas supersticiones, como cualquier intrusa irreverente y atrevida con una pequeña mordidita supe que eran dulces; más adelanten puede que encuentres unas matas de papayitas enanas, redondas y dulces, son del tamaño de una naranja. Si tienes suerte puede que veas alguna que otra nutria, son raras pero existen, yo he visto una. Pueblo de exóticos manjares y exquisitas comidas que las aguas regalan; allí se esconden los langostinos, especie de camarones gigantes de río que parecen del tamaño de una mojarra que caen atrapados en extraños canastos de bejuco, hechas de enredaderas tejidas de forma caprichosa parecidas a un embudo abierto curveado hacia adentro y que en su otra cara tiene una abertura pequeña,; o la pepesca, que atraídos por la carnada que están en esas botellas verdes de sidra desfondados y puestos como al descuido en el fondo del río, en ellos, estos pececitos son atrapados irremediablemente;
Definitivamente este es un lugar con rarezas que lo hace atractivo para el amante de la naturaleza.
|