Todos en casa tomaban fotos al nuevo integrante de un familia de cinco. El hijo de mi hermana era fascinante, casi un espectáculo, hasta volvimos a ver familiares que brillaban por su ausencia hace muchos años.

Veía a mi madre pasar con bandejas de café y té hirviendo para los espectadores, pues era invierno, mi padre, con sus nervios, sudaba la gota gorda cada vez que mi hermana le pasaba al pequeño Joaquín para poder acomodarse su almohadón, a mi hermano apoyado en el marco de la puerta se le cerraban los ojos por la agotadora noche que pasamos todos en el hospital y mi hermana, una dulce anfitriona recostada con un bultito inmóvil en sus brazos. Todo hacía de esta casa una escena maravillosamente enternecedora.

Joaquín había hecho de mi hogar una verdadera sesión fotográfica, el flash de las cámaras hacían que el recién nacido que dormía, pegara unos saltitos en el regazo de su cansada madre y luego venían las exclamaciones de ternura de todos los ahí presentes. Era, como decía, un espectáculo que fascinaría al más indolente.

Mi sobrino esa noche reestrenó la cuna que había sido de mi hermano, luego de mi hermana, después mía y ahora suya. Parecía, un ángel, solo parecía, pues es claro que no lo era, pero era tal la paz que irradiaba que era casi ilógico decir que no era uno.

Mientras admiraba a mi nueva razón para vivir, escuché decir a mi tío, es más, escuché criticar las fotos tomadas a mi pequeño. Está bien, todas eran una secuencia, y de vez en cuando movía una pequeña parte de su ya diminuto cuerpo que quedaba pasmado en una fotografía y luego volvía a su posición inicia. A mi me parecía fascinante, algo nuevo, pero como mi tío tenía hijos esparcidos por todo Chile, no le parecía algo maravilloso, sino algo que debía ser criticado, pues a mi no me pareció prudente criticar a una criatura que llevaba pocas horas de vida, asi que salí del cuarto y le dije:

-Señor, para usted sólo es una simple y aburrida secuencia de fotos, pero para mí es una secuencia de fotos, sí, pero que da vida a una escena maravillosa del ser vivo que vino a esta tierra y permitió que mi hogar cambiara radicalmente, permitió que mi corazón se estremeciera cada vez que él bostezaba o hacia un gesto con alguna parte de su cuerpo y mejor aún si volvía a su postura inicial, pues es signo de la vida, del vigor y la fuerza que tiene ese pequeño para poder vivir en este mundo lleno de personas insensibles ante un acontecimiento, si bien cotidiano, es único que es la bienvenida de un nuevo integrante a este hogar que llamamos mundo.

Nunca había visto las caras que pusieron los integrantes de mi familia, la de mi tío y ni la cara de satisfacción que creo haber puesto en ese momento. El silencio otorga.