Amanda. 
La tierra los calcinaba desde abajo y el sol  arrollaba sus cansancios en un manto de verdadero fuego   al que después de venir caminando, uno tras el otro, como en fila india, ya no podían seguir soportando.  
Era difícil seguir caminando  al punto que la pequeña, sin gemir siquiera, se desplomó casi a los pies de su madre. 
 Para ella era doloroso sentir  que  su cuerpito  ya no le obedecía .Primero le vino un leve mareo  y después una de sus piernas se dobló  y casi tropezó en el vacío. 
Amanda era consciente  de todo, y no quería dejar de resistir. Pero se desplomó   
En su último chispazo de lucidez, Amanda recordó la promesa hecha a sus padres, que no iba a desfallecer aunque se estuviese muriendo de sed y hambre. Pero yo no quiero quedarme con mis tíos les había dicho. 
Estas palabras , sus palabras, fue lo último que recordó , pero su cuerpito no resistió el décimo día de andar  y andar entre  calles mugrientas , primero,  para pasar luego  a desconocidos valles ,  alcanzando    montes  que eran frescos ,donde descansaban un rato y buscaban alguna cosa para comer . 
En otras ocasiones  salían  al camino por si alguien los ayudaba en un aventón. 
Eran tres harapos caminando, vestidos de desprecio social y en sus barrigas un hambre callada. 
 Ella veía pasar lindas camionetas  de  muy elegante porte, que casi  tiraban sus seis añitos al suelo, cuando pasaban veloces como el viento. 
Su padre, Pedro, le comentó  que el viento había hecho  trizas su rancho  y que pudieron salir  cuando las latas del techo volaban y las vigas se desparramaban sobre la pobreza de su  miserable pero querido rancho.  
Tú estabas dormida  y no te diste cuenta  siquiera. Despertaste cuando estabas en  mis brazos mi linda Amanda .Así le decía su padre y ella   recordaba  estas palabras nítidamente, pero su cuerpito no pudo resistir y su promesa se desplomó. 
 Las  horas y los días le parecían  eternos y lo más raro era que  no llegaban nunca al lugar que nunca sus padres mencionaron, porque a la vez, ellos no tenían nada cierto. 
 Ellos no eran como esas familias que llevan a sus hijos al colegio, después de haber tomado desayuno. Donde las  madres se  acicalan, frente al espejo,  minutos antes  de salir y los niños pronto.  Luego subirse a la camioneta para llegar, en minutos, a un salón de clase alegre y de lindas figuras religiosas.   
Y ellos, los  padres,  tal vez a una elegante oficina llenan de seguros trámites por continuar.  
Y llegado el fin de mes o entre semanas ir al cine, pasear, divertirse  y.... 
Amanda,  todas las mañanas se sentada en el cordón de la vereda,  y  veía   pasar  preciosos autos.  En su interior  un niño o una niña. A veces iban más. 
 La madre de Amanda  solía conversar con Pedro y a veces hasta soñaban un poco. 
Amanda cuando los sentía hablar  y soñar  con lo que harían  si encontraban algún trabajo decente, ella  se acurrucaba en su camita miserable y soñaba con ellos hasta quedarse dormida. 
A veces soñaba, que despertaba en una camita limpia y que salía en su auto con sus papás  y se iba contenta  al  colegio, que era de  amplios ventanales .En la sala había varios niños y niñas como ella, que también era linda y  feliz. 
 Pero, ellos eran pobres, ya no tenían casa y la incertidumbre  era su única cosa segura.  
 Y ahora, en la soledad de la incertidumbre y el vacío,  Amanda estaba pálida y casi no respiraba  Su madre asustada la acariciaba  como único remedio, más bien consuelo   
Su hija querida no podía morir. 
No, ¡diosito querido ¡repetía Pedro entre dientes y amarguras. 
La tarde se estaba quedando atrás y unas nubes oscuras presagiaban una fría noche .En eso  ven aparecer sobre el lomo del camino, otra camioneta .Pedro le salió al camino con tal decisión que otra cosa que parar no había. 
Qué pasa hombre le dijo casi furioso el estanciero .No te das cuenta que te pude haber arrollado!  Sí serás torpe!  
Al ver el rostro de Pedro sus palabras terminaron casi complacientes y se dirigió rápidamente donde la madre, que tenía a Amanda en sus brazos. 
Suban a la camioneta, los llevaré a la urgencia, esta niña necesita que la atiendan pronto, de lo contrario ¡... 
Así como subieron, el hombre de la camioneta levantó el volumen de su radio y siguió escuchando. 
Se produjo un gran silencio en el interior, sólo se escuchaba la radio y una voz que decía: 
La revolución es para establecer un nuevo orden  y  no habrá cambio posible si el hombre no se hace consciente de esta necesidad. 
Un mundo, donde las desigualdades sociales no existan, donde el hambre no se conozca, donde los crímenes institucionalizados sean erradicados del planeta; donde la explotación del hombre por  el hombre  no expolie la dignidad  del ser humano  .Para eso  y más, queremos la revolución... 
Pedro en su dolor, casi no escuchaba y la comodidad del asiento le produjo un sueño tremendo. Pero alcanzó a oír que el estanciero dijo antes de cambiar  el dial de la radio: 
¡Que gran estupidez  se le ocurre decir  a este comunista  tarado ¡  
 ¡Igualdad, que trabajen estos vagos muertos de hambre ¡¡  
 
 
 
   
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