(Seguí la sugerencia de Egón)
El zumbido del enorme y lento caudal de automóviles lo acompañaba todos los días durante el trayecto, tanto en la mañana, como por la tarde, cuando regresaba a su casa del trabajo. Calculaba siempre lo mismo: tres horas y media para ir y tres horas y media para regresar. En total, siete horas, todos los días, para trabajar ocho en la oficina. Considerando un total de cuarenta y cinco semanas laborales de las cincuenta y dos que tiene el año entero, trabajando los sábados, hacían tun total de… siete por seis: cuarenta y dos, por cuarenta y cinco: dos mil ciento ochenta y cuatro horas, equivalentes, a noventa y un días del año. Tres meses de su vida, todos los años, sentado como un estúpido borrego en el transporte colectivo. Algo andaba mal. Cómo era posible, que su vida hubo terminado en aquel estancamiento. Miraba a su alrededor y contaba la cantidad que alcanzaba ver, de automóviles particulares que lo acompañaban en el trayecto: treinta y cinco. Contaba siempre lo mismo. La mayoría de esos automóviles llevaba un solitario pasajero, aislado del bullicio, en la comodidad de automóviles lujosos. Pensaba siempre, que contando de a cinco puestos por automóvil, todos esos conductores, cabían en siete de los treinta y cinco automóviles. Treinta y cinco menos siete, veintiocho automóviles fantasma. Recordó haber leído, que en los últimos tres años, se habían vendido en la ciudad dos millones y medio de automóviles, que a cuatro metros por cada automóvil, podías hacer una fila de diez mil kilómetros de largo, suficientes como para llegar a Europa. Diezmil por veintiocho entre treinta y cinco: ocho mil kilometros de automóviles fantasma.
Tres meses del año, el fantasma de veintiocho automóviles lo acompañaba, mientras llegaba a Europa contando una fila de ochomil kilómetros de éllos. |