La llave, en el picaporte, no encaja del todo bien, igual que Amanda en su departamento.
Demasiado delgada para la posmodernidad. Demasiado estática para el neoliberalismo. Amanda, definitivamente, no combina.
Aquella idea que lo asaltó en un principio, de traerla consigo como compañera espiritual, tal vez acabó por abandonarlo del todo cuando notó que resaltaba demasiado ente sus muebles.
Amanda es un ser herético. Una construcción a - moral que se deja llevar por el viento. Una idea incompleta. Una simple decoración soberbia, que de cuando en cuando, no puede dejar de mirar preguntándose si le agrada o la aborrece del todo. Amanda es sólo proxémica y algo de paralenguaje.
Los jueves, Amanda debe hacer de psicoanalista. Cuando llegue él, vomitando sus problemas, estará escuchando por horas aquel monólogo sin sentido que casi ha aprendido a adivinar.
Los lunes, la ira se desborda y Amanda ni siquiera piensa en moverse; de pronto, la atmósfera del departamento le impide respirar y la furia contenida de todo el mundo se desborda, incluso, por el suelo. Y al igual que el resto de los muebles, Amanda teme ahogarse en esa ira plateada e incontenible, saliendo a torrentes por la ventana. Amanda no se resiste y sólo se para a mirar aquellos ojos coléricos, aquella furia departamenal, que está segura, no podrá detenerse.
Amanda es sólo una pequeña coincidencia en aquel departamento. Una sentencia repetitiva de una clara y desgastante disfunción social. Amanda no grita, porque nadie escucha. Amanda no escapa, porque sabe que no puede. Amanda se queda, porque es sólo un mueble más. |