La viejecita de la chinantla
En medio de la espesura de la selva, donde el calor te sigue a todas partes, acompañada de unos bichos siniestros que zumban y zumban de día y de noche, donde los chaquistes como flechas zumbadoras te pican y se van y en la que los pinolillos, especie de pequeñas garrapatitas, recorren tu cuerpo y tienes que correr al río para despegarlos, está este valle; ahí fue donde la vi llegar, de cuerpecito delgado, pequeña estatura y de blancos y escasos cabellos, llevaba encima un bulto pequeño, ella, la viejecita, tendría unos 70 años. Se veía cansada, pero aún así seguía caminando. Su aspecto me intrigaba, pero también ese bulto que llevaba a cuestas, ella no se parecía al común de la gente de estas tierras, pero ¿y ese bulto?; ¿Qué contenía ese bulto? , ha desaparecido de mi vista, pero tarde o temprano volvería a pasar en este mismo camino.
Y ¡sí! ¡ahí viene otra vez! no ha tardado en regresar; estoy en dudas, la llamaré o no, y si le hablo que le diré; siento lástima y compasión por ella, entonces la llamé; Por cierto el bulto sigue ahí pero se ha vuelto más pequeño y ligero; _ ¿de dónde viene? le pregunté, y ella con un español entrecortado y mesclado con el chinanteco me dice _vengo de Tepinapa, está más adelante de la Alicia, en total a cinco horas de aquí de San Antonio.
San Antonio está a tres horas en autobús y media hora a pié de Tuxtepec, tiene uno que pasar por dos grandes ríos. Por lo que los pueblos que siguen de aquí en adelante la única forma de llegar a ellos es a caballo o a pié.
¿Y qué traía en su bolsa? le pregunté, traje un poco de chile seco, para venderlo, lo fui a entregar en la tienda de Epifania; ahora ya estoy de regreso, tengo que apurarme; con lo que gané de la venta compré una bolsa de detergente de un cuarto de kilo, un jabón de pasta y sal. Diez horas de camino, pensé, bajo un calor intenso y rodeada de esos bichos que no paran de zumbar, para regresar con esa raquítica mercancía hasta Tepinapa, pueblo de la chinantla olvidada de nuestros flamantes servidores públicos. Comparo mi situación con la ella, yo joven que camino media hora de donde llegan los carros y me quejo y ella que tiene que caminar tantas horas para unos míseros pesos me parece una de las más grandes canalladas de la sociedad; ¿pero qué puedo hacer por ella?; ella me mira con esos ojos tristes y lejanos de alguien a quien el tiempo y la vida le han dado un trato duro. Se despide y nuevamente retoma, con paso lento pero firme, el camino de regreso, jamás la volví a ver.
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