sentado en la mesa, miraba una hoja de papel, un libro, una máquina de escribir y la luz de una lámpara... en la pared, estaba un viejo reloj atrasado, una ventana cubierta por un trapo, una puerta sin llave, vieja y seca como sus manos de escritor... habÃa escrito casi todo, ya nadie le recordaba... se preguntaba, ¿para qué escribir?... nada, no encontraba respuesta... caminó hacia la luz que alumbraba su cuarto cuando escuchó una voz que salÃa de una esquina de su cuarto, en la parte mas oscura de una esquina de las cuatro paredes... ¿qué?, se pregunto. ven, escuchó... se paró y caminó hacia la esquina mas oscura de la pared... ¿qué eres?... soy un pedazo de ti... ¿y por qué estás afuera de mÃ?... porque tu estás en todas partes... ¿en todas partes?... en este mundo y en el de tus sueños... eres el amo de una existencia que late en todo el universo y te digo que hay mucho que contar, en un mundo donde son pocos los que viven, y menos los que saben escuchar... el hombre viejo se detuvo y acercó la oreja hasta tocar la pared mas oscura y escuchó bellos cantos, bellas sonatas, alegros, coros, timbales y un latido hermoso de un dios omnipresente... no pudo mas y se echó al suelo a reÃr sin parar, como lo hacen los locos de amor y de verdad... al poco rato, dejó de reÃr y se paró para escribir sin parar, por el resto de la noche... algo puso de lo que se pudo observar el viejo escritor, algo del final, algo asà como:... y todo se volvió en un dulce respirar, lado a lado, como escriben los poetas, los que viven como niños, los que aprende a escuchar, a escucharse... |