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MARCELO (ENTRE LOS ANDES Y EUROPA).

A pesar del calentamiento del Planeta Tierra, un aire gélido lo recorrió enterito. La nieve se metió por todos los recovecos, emparejó relieves y tapó colores. Pero no pudo contra la Vida que se replegó en sí misma en los laberintos de Minotauros. Poco a poco la Vida fue asomando su cabeza, en diversas partes, y volvieron algunos colores. Multitudes y tradiciones enteras aún se mantienen en los laberintos. Poetas, filósofos, artistas, científicos que habían llegado a las fronteras de su saber y se habían asomado más allá de las mismas, juglares, chamanes, monjes de muchas religiones, ministros de la palabra, entre tantos otros, habitaban en el Laberinto; es verdad que no podían salir de allí, pero sus ojos especiales traspasaban los pesados muros y, asombrados, observaban al Mundo. Hay que esperar lo que dictamina el Destino sobre la existencia y futuro de estas nobles figuras.
En este tiempo, blanco pero sombrío, se recorta la historia o, tal vez leyenda de Marcelo. En este punto, las opiniones están divididas.
Era un mozalbete guapo, inteligente, y en su corazón había una rosa bella y fragante. Los ancianos de su Comunidad habían decidido que estudiase medicina en una ciudad lejana. Su regreso estaría cargado con la ciencia y la tecnología moderna; los ancianos sabían seleccionar muy bien lo valioso de lo que no lo era.
Un día llegó a su pueblo un cura anciano. Nunca se había acercado por allí una figura semejante, estrafalaria de pies a cabeza. Sin embargo, la Comunidad lo recibió y se quedó para siempre entre ellos. Convenció a Marcelo, a sus padres y a los ancianos, de un nuevo rumbo para los estudios del joven que era promesa y esperanza.
En la Sorbona hizo dos doctorados por falta de uno. Doctor en Filosofía y Psicología, ¡Summa cum laude! De allí pasó a Roma. Asombrados los profesores de la Gregoriana, se acercaban a él, para dialogar entre pares... Y allí, en una solemne ceremonia, el mismo Papa Juan XXIV lo consagró sacerdote junto a jóvenes provenientes del mundo entero.
Lo extraordinario de esta ceremonia consistió en la novedad que el nuevo consagrado perteneciera a una orden religiosa temida y castigada por muchos sectores. La había fundado un fraile franciscano, dedicado a la defensa de los derechos humanos y especialmente a los condenados de la tierra. El fraile, en sintonía con los tiempos, la había llamado ORDEN BLANCA, no porque adhiriese a la nieve que emparejaba el planeta, sino que en dicho fenómeno veía facetas rescatables, especialmente la “unidad”, pero claro, faltaba la “pluralidad”. Lo peculiar del fundador de la orden era su seguimiento pertinaz del Cardenal Nicolás de Cusa, célebre filósofo de la Italia del Renacimiento. Es conocida la historia de este Cardenal. Estaba convencido sobre la necesidad y urgencia de un credo que reuniese a las tres grandes religiones, hasta el momento por él conocidas: el cristianismo, judaísmo e islamismo. Un solo credo y un solo género humano. Al fraile, Juan XXIV, lo defendió y después de tormentas internas aprobó la creación de: una nueva orden para tiempos blancos pero inciertos. La blancura del planeta no logró suprimir las diferencias ocultas en el Laberinto, donde se cultivaban las venerables tradiciones.
A la inteligencia de Marcelo no se le escapó la mutación que significaba la nueva orden. Y eso lo decidió al sacerdocio.
A las orillas del Tiber, Marcelo se pasaba largas horas escuchando el ruido del agua sucia, y miraba el cielo buscando afanosamente las estrellas...todo en vano. Su corazón se encogía y una tristeza insondable recorría la complejidad de su espíritu, hasta apagar la centella del alma. En tales momentos volvía al Laberinto, se encontraba con algunos de los suyos de los montes nevados, y su corazón corría como un viento fuerte por las hondonadas interiores. Y salía del Laberinto por el hilo que Ariadna había dado en la antigüedad a Teseo; el hilo estaba allí, aunque prácticamente nadie se había percatado del mismo, hecho roca con el correr de los siglos. Solamente la extraña Congregación Blanca tenía la sensibilidad en sus dedos para seguir sus intrincadísimos caminos. Marcelo asimismo sabía de otras sendas para dar vuelcos a esos estados de ánimos...y de la desolación junto al Tíber. A la mañana siguiente, su yo, nuevamente se ensanchaba en la liturgia de la misa. Sus superiores ya le habían dado destino. En Quito debía dirigir una casa de Altos estudios de la Congregación de la Orden Blanca....color superficial del planeta.
Marcelo tenía un inmenso conflicto interno. Sentía la necesidad imperiosa de definir su vida para dedicarla frontalmente a su Congregación o volcarse de lleno atraído por la Luz de sus orígenes, pero en un esfuerzo de síntesis. Su pueblo, su patria chica, enclavada en las profundidades de las cumbres andinas, vivía una crisis devastadora con acontecimientos culturales y políticos que se sentían en las mismas entrañas del corazón popular. Sus raíces vigorosas, sus tradiciones vigentes y sus recuerdos de niñez, imperecederos, se contraponían en su alma, en cierta medida, con la profesión de fe que había abrazado, llevado por una corriente de energía convergente, pero que en la práctica no resultaba nada fácil la síntesis que pretendía.
Se quedaba largas horas meditando en la Pachamama, sabia y santa Madre que le hablaba casi de frente y le reclamaba su atención. Los mensajes los recibía con nitidez y alarma. No sólo escuchaba el lenguaje de la simbología tradicional y festiva que resultaba suficiente para su sensibilidad humana, sino que rememoraba en todo instante, sus rasgos económicos, ecológicos, sociales y místicos. De la profundidad de sus propias investigaciones, encontraba, por ejemplo, la enorme discrepancia existente entre la reciprocidad andina, su afán por el bienestar común, contra la indiferencia y la subordinación que por razones sociales, raciales, sexuales y generacionales imperaba entonces en el mundo occidental, al que había accedido, casi a la fuerza. Mas su preocupación mayor, estaba en el rechazo de la Iglesia a la “Idolatría” ejercida por sus congéneres. El, sabía que su pueblo consideraba a la Pachamama fuente inagotable creadora de la existencia y respuesta a todo anhelo humano, por lo que permanecìa en rigurosa observación de los cambios astronómicos que en ella se producía, para mantenerla en equilibrio del cual dependía su sustento y su desarrollo. Marcelo no aceptaba que a ese gesto de gratitud, respeto y pago a la Tierra y al Sol, se considerase “idolatría o religión del demonio” como decían sectores poderosos de su Iglesia. Se preguntaba, entonces, si él, desde una óptica distinta y con un trabajo apropiado, podría organizar a su raza, haciendo respetar la tradición, la sabiduría, la memoria histórica y sintetizar en ella la antigua tradición europea, eclipsada por la modernidad.
“¡Qué pequeño que es el Mundo de los tiempos modernos! Cantidades, solo cantidades, se repetía ensimismado. Y sus hombres, mujeres y niños han perdido la riqueza de la sensibilidad. No pueden escuchar los ruidos de los vientos, el movimiento de las hojas, ni ver el crecimiento de la vida. La Naturaleza se les fue con ICARO; está muerta con sus alas quemadas.” La paternidad era una potencia irresistible, que le venía de sus mayores, y sabía de su dignidad.
Cuando Marcelo regresó a Los Andes, luciendo su sotana, se instaló cerca del Chimborazo. Recorrió comunidades de campesinos, levantó escuelas, y enseñó lo que era posible, por su riqueza, de la vieja Europa, sin tocar en lo esencial la sabiduría milenaria de los pueblos.
En una fiesta, como en tantas otras, se emborrachó, mientras bailaba y cantaba. Al amanecer se le acercó Rocío, una bella doncella, con quien había mantenido largas charlas, mientras sus miradas se cruzaban con lucecitas brillantes en los ojos. Rocío lo llevó por una escondida senda hasta su casa, excavada en la tierra y con el techo apenas a flor de suelo. Se acostaron, se taparon con sus ponchos, y soñaron maravillas. De esa unión, después de nueve lunas, nació Agua del Rocío. Marcelo durante ese tiempo reventaba de gozo. Había cumplido consigo mismo y con las exigencias de la tradición.
Guardaron el secreto....hasta que un día, Rocío, desapareció con la niñita sobre sus espaldas. Unos, los menos, decían que lo hizo por voluntad propia, respetuosa de Marcelo y sus ideales, que apenas comprendía. Otros, los más, contaban que vieron a “La Chaya” descender como nube azulada sobre el pico de una montaña. Envolvió a Rocío y a su hija y se la llevó consigo. Por eso todos los años llueve más cuando los trigales necesitan agua, mientras Rocío y su hijita visitan a sus hermanos, en forma de fina lluvia. Marcelo y la comunidad entera salieron en su búsqueda, por hondonadas y montes. Lloraron las quenas durante días por valles y montañas, pero todo fue en vano.
¿Qué había sucedido con el cura consagrado en la misma Plaza de San Pedro? Continuaba celebrando misa sin conciencia de culpa alguna. Y en sus lecturas seguía con su Maestro: el Cardenal Nicolás de Cusa, mientras las unía a su tradición, como podía. El Mundo es todo y es uno....se expande y se contrae, de forma rítmica. La Madre de la Tierra y Dios son lo mismo, se decía, y engendran divinidades diversas que corren por las nubes, las estrellas el Sol, la Luna; hablan en los montes nevados, en las lluvias, en las cosechas, en los nacimientos y en la muerte que viene siempre en son de paz. Marcelo, sintetizaba su pensamiento, en el “Mundo Sagrado que habla y detrás la Pachamama y el Silencio”, Su gente lo comprendía. Sin embargo no aconteció lo mismo con las autoridades de la Iglesia, con excepción de la Orden Blanca.
Arreció la tormenta y su Iglesia lo llamó al orden. En primera instancia se defendió ante el Nuncio Apostólico. Luego escribió una Carta a Juan XXIV, explicándole que no renegaba de Occidente ni de su fe...simplemente, dijo: “recojo ambas tradiciones y me esfuerzo por encontrar sus conexiones, que las tiene, y muy profundas”. En una visita del Papa a Ecuador, Perú y Colombia, lo recibió en audiencia privada. Nunca se supo el contenido de esta larguísima charla. Pero Marcelo, sin abjurar de lo aprendido en Europa, decidió cambiar y cambió de estado. Pidió la reducción a la situación de laico, cosa que se le concedió de forma casi inmediata, para gran congoja de la Orden Blanca.
Libre de algunas ataduras, Marcelo se hizo dos propósitos: primero, encontrar a Rocío y a su hija, para constituir familia; y, segundo, ayudar a su pueblo a hacer resistencia contra los males que acosaban la base misma de la comunidad. El no podía soportar que la niñez y la juventud, continuaran sufriendo los embates de la desnutrición, el abandono y la indiferencia. Decía, con mucha razón, que si bien era prioritario aplicar una profunda Reforma Educativa, esta no podía entregarse con éxito a niños enfermos y abatidos. Se dio cuenta que la propia comunidad, haciendo uso de sus tradiciones, utilizaba la denominada “medicina campesina” como un caudal de soporte para contrarrestar el dolor, la enfermedad y la muerte. Entendió de cerca, cómo los curanderos, haciendo uso de su profunda sabiduría ancestral, alcanzaban logros importantísimos que podían mejorarse, aplicando los conceptos de la “indispensable” medicina moderna, en estrecha relación con los conceptos de la denominada medicina folclórica. Marcelo, entonces, decidió dedicar todos sus esfuerzos y su vida misma a desarrollar en su pequeña Patria, un sistema asistencial complementario que, trabajando al mismo tiempo o en paralelo, pudiera aplicarse a los enfermos la medicina racional, moderna, oficial, urbana, profesional, química y occidental con la medicina mágica, tradicional, popular, rural, natural y andina. Sabia decisión del ex –curita que colgó la sotana para de inmediato vestir la de “Chamàn”, con el beneplácito de sus paisanos. Pero a él, no sólo le importaba curar malestares físicos, sino, principalmente, los males psico-somáticos, poniendo especial atención en el bienestar integral y contribuyendo a la armonía familiar y comunal.
Todas estas razones, hicieron que la comunidad le volcara su total confianza y respondiera generosamente a los gestos siempre atentos y oportunos de Marcelo, que no escatimaba esfuerzo alguno para estar cerca de los habitantes del pueblo y sus alrededores. Era constantemente requerido de uno y otro lado; y, en todo lugar, lo trataban con mucha cordialidad y reconocimiento. El Chamàn, por su parte, tras realizar sus ceremonias, sencillas, humildes y humanitarias, dedicaba el resto de su tiempo a indagar, investigar y buscar a su amada Rocío.
En un domingo de junio, cuando el sol sucumbía en las cumbres del oeste, recibió la visita de un joven campesino. Casi gritando, le anunció que en la colina del sur, a poco más de 5 leguas, una señora campesina se encontraba muy enferma y solicitaba su ayuda.
--Señor don Marcelo—dijo el chico—la señora está muy enferma.
--Quien es –contestó el chamàn—En la colina vive el Mariano, ninguna señora.
--Esta madrugada ha llegado, señor don Marcelo.
--¿Qué? ¿Tú, no la conoces?
--No la conozco, señor don Marcelo. Parece que tiene mucho dolor. Se le ve por los ojos. Pero no habla.
--Cómo es ella, la puedes describir?
--No señor. Cuando llegó, estaba muy oscuro y se quejaba mucho.Parecìa una palomita herida. El señor Mariano la atendió. No le he visto su cara.
--Llegó sola o estaba acompañada de alguien ¿Alguna niña tal vez?—dijo nervioso.
--No, señor don Marcelo, llegó sola.
La noche era de luna, el frío acobardaba; una ligera ventisca invernal silbaba en el horizonte y él no había comido. Sin embargo, poniendo algo en sus alforjas llenas de yerbas y medicamentos, partió subido en su pequeño asno, siguiendo el paso ágil del muchacho. Mientras arriaba al cuadrúpedo para no perder ritmo, se preguntaba: ¿quién será esa señora tan enferma que yo no conozco? ¿Será tal vez Rocío? Pero eso no puede ser, ella tendría que estar con la pequeña… ¡mi pequeña!...sollozó.
Con su alforja en el hombro y el corazón como un tambor en batalla, Marcelo ingresó al hogar de don Mariano que con grandes reverencias y afectuosas palabras lo recibió en la puerta. Intranquilo y nervioso, sin dar mayor importancia al recibimiento, tomó una vela y con las ansias en explosión, se acercó a la enferma y, ¡OH sorpresa! ¡Era Roció! El bello rostro que él conoció tenía un rictus de cansancio, dolor y muerte. Estaba pálida, inconsciente… y hervía en fiebre. En una fracción de segundo su mente retrató las horas, los minutos que vivieron juntos, los días y los meses insufribles que la buscó denodadamente; y, como si estuviera viendo una película de inenarrable dramatismo, retrató también la desesperanza y el final…en ese rostro agonizante.
Consternado, atrozmente afectado, sin poder contener el llanto, preguntó a Mariano:
--¿De qué se queja?
--No se queja señor, pero su pulso es cada vez más lento y su respiración se entrecorta.
Marcelo, le tocó la frente. En efecto, parecía un carbón encendido.
--Por favor, Mariano, tráeme una tela, un trapo, cualquiera y bastante agua fría, rápido. En treinta segundos, Marcelo le ponía compresas de agua helada en la cabeza, en la frente, debajo de las axilas y en la ingle, sin mucha esperanza, porque, según pudo apreciar, Rocío estaba en el proceso final.
--Qué le has dado, qué ha tomado.
-- El jugo de varias hierbas, señor.
--Te ha dicho, desde cuándo está así?
--Si, señor Marcelo, me ha dicho que camina desde hace diez días, que la Chaya la devolvió en forma de lluvia en aquella montaña que ve allá. Hecha cuerpo se puso andar y se perdió en el descenso. Creo, señor Marcelo, que la enfermedad es melancolía, tristeza y desesperanza.
--¿Y dijo alguna otra cosa?
--Si señor, aunque su voz era débil, alcancé a oírle algo extraño: “Busca a Marcelo y dile que la niña está en una de las siete colinas”
--¡Siete Colinas! ¿Dónde? ¿En qué ciudad?
--Dijo el nombre de una ciudad, pero fue tan leve que no escuché...
-- ¿Cómo?
-- Si, eso dijo, y luego cerró sus ojos, pero antes levantó la cabeza y miró como si esperase a alguien.
El rostro de Marcelo se puso rígido, inexpresivo. Después de un rato, preguntó:
--Y desde cuándo está así dormida?
--Ahora en la tarde, señor.
Las sospechas de Marcelo eran acertadas. Su bella amada, no despertó. Dormida, con el dolor expresado en su rostro, marchó a la eternidad. Y el Chamàn, volteando la mirada al futuro…caminó lento, con paso firme en busca de su hija amada, el fruto de su primer amor…con la Rocío.



Texto agregado el 05-07-2004, y leído por 394 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
17-07-2004 es un exelente texto, aunque al principio me costo enganchar, valia la pena continuar!! despues me vi atrapada en un mundo maravilloso y reflexivo, de verdad me ha encantado!!, espero mas... besos. lorenap
17-07-2004 Me encanto esta primera parte digna de hacerse una novela, tienen material de sobra y conocimientos tambien son maravillosos los toques griegos, el choque cultural europa y america el canto melancolico de la quena y me facina sobre todo que hablen de un San Francisco el mas santo y bondadoso de los Hombres ,desde luego que de hay tendria que salir una revolución una orden blanca, si en esa orden y en su fundador ya existia la premisa ,de solo un dios verdadero el anhelo humano es la paz y la fraternidad, debemos hacer del amor una religion y la unica, porque el dios verdadero es el que esta en la paz, no en las guerras ni en los palacios vaticanos, continuare mis comentarios porque estoy picadisimo,felicidades a los dos grandes escritores. gatelgto
15-07-2004 Precioso: tiene todo, bien escrito,muy buenas imágenes,"humanidad". Ir al libro de visitas. cristina
06-07-2004 Les confieso a ambos autores que, en un principio, creí encontrarme en Marcelo un Theillard de Chardin criollo, con apologética incluida y deambulando por las altas alcurnias del Vaticano, para luego ser destruido por sus propios mentores. Pero me encuentro delante de un sencillo hombre que cambió las latitudes romanas por las suyas propias, volviendo al paisaje natal, done refleja la esencia de un pueblo que cree y confía en lo propio, tratando de luchar por lo que tiene y ha creado en su espacio. Es una leyenda que se va tejiendo ordenadamente con esos cambios entre la realidad y la magia de dos escritores formados y con profundo conocimeinto de la mente humana. Espero la continuación. Mientras tanto, cinco abrazos a cada uno... rodrigo
06-07-2004 es un cuento bellísimo, con una fuerte carga de emociones. Deben continuar no me cabe la menor duda que ambos se complementan maravillosamente y que ambos poseen la llave del baúl de las tradiciones y del conocimiento. Mis humildes estrellas para los maestros anemona
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