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El hombre caminaba con vigoroso paso, hasta que se encontró con una tienda muy exótica en donde le pareció que se expendía comida. Había tres mesas, y dos estaban ocupadas por mujeres, hombres y algunos niños. Como tenía demasiado apetito, el hombre se acomodó en una desvencijada silla y haciéndole señas a una señorona robusta, le pidió que le trajera una paila con huevos. La mujer lo miró sorprendida y le dijo que no los había. Le extrañó al hombre ver rumas de muebles y montones de ropa en la trastienda.
-Entonces, tráigame una taza de café y unas tostadas con mantequilla- insistió el hombre, ya un tanto ofuscado.
-No tenemos café, tampoco tengo algo en que tostar el pan- respondió la mujer.

Era demasiado, el hombre se levantó de su asiento y alzando sus manos, gritó enfurecido: -¿Qué clase de lugar es éste? ¿Para qué abren entonces esta pocilga si no tienen nada para servir?

La mujer, trasuntando en su rostro una mezcla de pena e ironía, sólo le mostró la casa que se levantaba al frente y que aún humeaba por efecto de un voraz incendio. El hombre, avergonzado y sin atreverse a mirar hacia atrás, prosiguió su camino a paso rápido, rogando a Dios que nunca le pasara a él lo que a esas pobres personas…









Texto agregado el 31-08-2010, y leído por 274 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
08-07-2012 todos los hombres seran asi?tan despistados...***** ana_blaum
31-08-2010 Un hombre muy desesperado, hambriendo y miope. Bajo esas circunstancias, !no quedaba mas que aceptar lo que hubiere!. Muy bueno. inkaswork
31-08-2010 Muy bueno. marimar
31-08-2010 Buen relato, me gustó pasar,mis***** nanajua
31-08-2010 Buenísima prosa. El hombre más que inoportuno fue distraído. Eso lo justifica.***** girouette
 
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