Cayó en sus brazos y lo apretó fuerte, fuerte fuerte fuerte.
Hasta que la piel reventó.
Él frotaba su barbilla contra la cabeza de Laura.
- Vamos... ¿Por qué lloras? Ya sé que no debería pasar esto... - sonaba a despedida.
Laura se abandonaba, se limpiaba la nariz con la camiseta, seguía llorando, evacuaba veintitres años de miedos, de tristeza, de golpes dolorosos, lloraba las caricias que nunca había recibido, la sobre protección de su madre, la distracción de su padre, la locura de su hermana, los años sin tregua, nunca, el frío, la ansiedad, los malos pasos, el miedo al perderlo... y siempre ese vértigo, ese vértigo al filo del abismo. Y las dudas. Y su cuerpo que siempre se zafaba y el sabor del éter, y el miedo de no estar nunca a la altura. Lloraba también al silencio, a los estudios no realizados, a la enfermedad. También lloró a su yaya, la dulzura de ella. Y a ese bichito pulverizado en cinco minutos y medio...
Su pelo le hacía cosquillas. Laura estaba delante de él, sobre su cama, apoyada sobre sus brazos. Temblaba y lloraba. Estaba todo lleno de mocos.
Laura apoyó su cabeza sobre su hombro y la habitación se movió en arenas movedizas.
Oh, no... él no... él también no.
Oh, no... Otra vez igual. Otra vez volvía a perder a todo el mundo
Oh, no, joder |