Ha muerto un poeta.
La procesión de dolientes
se abre paso entre las calles.
A los lados los curiosos murmuran y señalan.
Algunos en gesto solemne inclinan la cabeza.
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Al llegar al lugar de la última morada,
se conceden los turnos para hablar
sobre aquél que está silente.
“Nuestro pueblo ha perdido un gran hombre, un baluarte”,
dice el alcalde, quien nunca conoció al poeta ni a su obra,
pero que asiste a todo velorio y entierro de su pueblo
en busca de los votos de los vivos.
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“Si no se arrepintió, va derechito pa'l infierno”,
comentaba en voz baja una mujer conservadora,
cubierta de pies al cuello por su ropa religiosa.
“Escribía cosas eróticas que promueven el pecado”,
decía la señora,
mientras su tono dejaba saber
que también ella disfrutaba los versos de aquél difunto.
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Entre los presentes,
dos borrachos echaban chistes
como si nada hubiese pasado.
Un niño corría entre los dolientes.
Mientras un ejecutivo levantaba su muñeca
para mirarse el reloj.
“Tantas cosas que tengo que hacer en la oficina”,
pensaba, sin considerar que al final todo afán es inútil.
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El ministro le prometió el cielo al poeta.
Dijo todas sus virtudes y ninguno de sus vicios.
Mientras la viuda triste sollozaba
la partida del que fue su compañero de cama.
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Al frente se presentó un colega del poeta,
uno que en verdad conocía su trayectoria.
“Señores, aquí ante ustedes
yace cual Prometeo
uno que también robo el fuego a Júpiter
y repartió a vosotros un pedazo de esa llama.
Igual que Prometeo,
cada día despedazado
por los buitres de la crítica”.
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Y sin mediar más palabras,
procedió a dar lectura
a uno de los poemas del hombre que había muerto.
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Todos atentos ahora,
escuchaban en silencio
la belleza hecha palabra
pintada por el poeta.
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De repente una doncella
comprendió por vez primera
el lenguaje y las palabras del fallecido poeta.
No pudo contener la expresión de su alma,
y su rostro se mojó en un clímax de emoción.
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Un joven enamorado,
conmovido por su llanto,
que también había entendido
lo que decía el poeta,
quería brindar consuelo a la joven doncella.
Pero la timidez, enemiga poderosa,
no le permitió al muchacho
acercarse a su amada.
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“Si pudiera tomar su mano,
si tuviera las palabras,
ella sería para mí y yo sería suyo.”
pero el valor le faltó
en el momento preciso.
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Sus miradas se cruzaron
apenas unos segundos.
El tiempo se detuvo.
Se nublaron los sentidos.
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Fue entonces que él joven
en un viaje imaginario
se vio a sí mismo en su mente
escribiendo a la doncella
lo que sus labios cobardes
no podían articular.
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De repente ante todos,
pero en silencio profundo,
sin que nadie lo supiera,
ni siquiera el mismo joven,
como se abre un capullo
con el sol de la mañana,
ocurrió un gran milagro,
el que nadie se esperaba.
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Y al despedir al difunto
con un respeto profundo
ninguno de los presentes
pudo identificar
que hoy es un día especial,
pues ha nacido un poeta.
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© 2010
por Jor-El Irizarry Torres |