Preludio de la revolución
Sumidos en un mar de problemas, nos encontramos los colombianos, quienes nos debatimos constantemente en luchas internas y externas, ya sea para la supervivencia de cada uno de nosotros y de quienes dependen de nosotros, además nuestras luchas internas, que nos obligan a cuestionarnos en donde estamos, que hacemos en este lugar y que hemos hecho para merecer lo que tenemos y lo que nos pasa. Diseminados en todo el país nos encontramos, sin identificarnos a ciencia cierta como una nación, con terribles crisis de valores y sin saber exactamente que rumbos queremos tomar, y si hay algunos afortunados que ya tienen definido su camino, sencillamente no saben cómo mantenerse en él.
Nos debatimos entre la insensibilidad que hemos creado desde que se nos ha vuelto costumbre los horrores de la guerra, el miedo y la incertidumbre que hemos heredado de nuestros antepasados, bajo el yugo de los españoles, además de la envidia y la hipocresía que hemos heredado también de nuestros conquistadores y “civilizadores”. Y se nos ha enseñado a guardar rencores. Y se nos ha enseñado a no revelarnos, porque hemos entendido revolución, como algo malo, incluso como algo bueno que puede acabar mal, la Revolución en Marcha de López Pumarejo fue minada, y los grafitis de las calles hacen que el pueblo asocie la revolución como una idea socialista/comunista, cosa que nuestra sociedad mercantil bajo el control de Wall Street y los terratenientes colombianos estigmatizan, o peor aún, simplemente no se entiende que es la revolución, y que quieren decir esos grafitis que vemos mientras los buses de tránsito rápido de nuestras ciudades grandes e intermedias nos llevan a nuestras casas y lugares de trabajo y estudio.
Nos debatimos en nuestra abrumadora pobreza de valores. El solo hecho de no arriesgarnos a sensibilizarnos nos ha vuelto ignorantes a todos, como si la guerra no nos afectara en lo absoluto, y los jóvenes se hablan entre sus BlackBerrys para cuadrar la rumba en la discoteca cotizada en una zona campestre, y los jóvenes parchan en los barrios subnormales para armar rumbas en medio de las calles al son del reggaetón y el vallenato. Y los de la generación anterior nos enseñan que el vivo vive del bobo, a no mostrar sentimientos, valores machistas y mantener apariencia, corrompen y critican la corrupción. Y qué si soy bobo, yo no me las sé todas, y qué si muestro mis sentimientos, Aristóteles decía que era de cobardes ocultar los sentimientos, y qué si quiero igualarme a las mujeres, porque el hecho de haber nacido varón fue coincidencia, y qué si soy desesperadamente sincero, en la catequesis me enseñaron que no mentir era un mandamiento. Porque nosotros admiramos a ese vivo hipócrita que se salta las reglas y se sale con la suya, que hace sufrir a los demás para su beneficio, aquel que nos dejó llorando y está feliz en este momento, ese es el que admiramos, no aquel que se mira en el espejo, y trabaja para mantener la esperanza.
Debemos comenzar a crear nuevos valores, nuestros valores, a identificarnos todos con ellos, a arriesgarnos, a mostrarnos como de verdad somos, ya se acabó la era del silencio y el miedo, no tenemos un patrón con látigo que nos veja constantemente por intentar ser humanos, ya no son importantes en nuestra vida esos curas que embarazan mujeres y fornican con prostitutas por la noche mientras predican el domingo por la mañana que nos vamos para el infierno excepto él, a menos que le contemos con lujo de detalles nuestros pecados, esta vida nos exige más y no hay lugar para la mediocridad, ya podemos pensar, ya podemos ser nosotros mismos.
Acá desde la clandestinidad empezamos, Buda decía que una verdad era terriblemente refutada antes de ser aceptada como algo indudable, y es que, aquí les dejo mi primera verdad… La verdadera revolución es silenciosa, paciente y definida. Acá desde la clandestinidad me rebelo, para pasar después si es mi destino, a marchar junto con los demás denunciantes, para pasar después si es mi destino, a destronar las viejas costumbres directamente, para pasar después si es mi destino a ocupar un puesto de grandeza junto con los demás intrépidos revolucionarios, para finalmente ceder el trono, si es nuestro destino, a los nuevos revolucionarios, más efectivos que nosotros, a quienes les daremos la bandera de la esperanza que nosotros desde la clandestinidad empezamos a izar.
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