Entre nubes de humo la vio, como perla en las cenizas, de labios carmín y cabellos de fuego. En su vestido tubo, gritaba placer, seducción, lujuria. Al igual que su sonrisa, que prometía todo sin precio como muestra gratis. En ese bar de mala muerte al que lo había conducido el fin su búsqueda en el que encontraría la respuesta, donde todo era decadente, rodeada de fósiles y tristes intentos de vida la encontró a ella.
Pareciera que nunca hubiera habido un antes para aquella situación. Tal vez hubiera nacido tal como la observaba. Como los actores en una obra de teatro, esperando en silencio y quietud a que la sala se llene con el único espectador al que esperan para comenzar, con sus papeles bien estudiados.
Aquel hombre no pudo evitar contener la respiración al verla, creyendo que al expirar, desaparecería en el ensueño de la imagen, que si al soplar el humo, ella se iría con él. Fue una alegría cuando sin poder contener el aliento ni un segundo más, exhalo y ella siguió allí.
Debía abordarla, pero la idea se le antojo pecaminosa, arruinar una visión tan hermosa con su presencia seria criminal. Le hubiera gustado vivir allí y que la noche fuera eterna, que la banda no callara nunca y los bailarines no se fatigaran jamás. Podría haber vivido así hasta el fin de sus días y aun así no le hubiera parecido en vano.
Pasada la turbación cayó en la cuenta de porque estaba allí. Estaba en busca de quien lo había engendrado y parido para luego abandonarlo a su suerte. Lo único que lo había movilizado, el motor de su existencia era encontrar una respuesta a ese destino al que le habían condenado.
Pero una vez más la imagen de aquella mujer lo llevo por otros caminos del pensamiento, más oscuros, mas húmedos y mas intoxicantes. Las sensaciones que le provocaban eran demasiado viscerales de lo que estaba acostumbrado a sentir. La dura vida que tenia le había enseñado a no aferrarse a las personas, como un método de defensa. El mundo hostil al que había sido empujado al nacer lo había vuelto frio e incapaz de sentir en exceso. Sin embargo la mujer con su sola presencia había encendido una lumbre en su corazón húmedo de amargura. Al verla su cuerpo tembló y un gemido débil dejo escaparse. Olvido el mundo con su crueldad porque su mundo fue ella.
Desfalleciendo se ubico en el primer asiento que encontró, se pidió un whisky para reanimarse y volvió a mirarla. Era fuego y pasión con notas de inocencia envuelta en piel de nácar. Imaginaba como seria la mañana en que despertaría entre sus sabanas, ligeramente despeinada y los ojos aun sin abrir del todo y la vería más hermosa que ahora. Podía oler su piel húmeda de sudor y escuchar los jadeos que le provocaría. Lo que le susurraría al oído y lo que luego le pediría para desayunar. Los chistes que le causarían gracias y donde la besaría primero. Esto es poco comparado con lo que imaginaba este chico, sus ideas no terminaban de crearse que ya nacía otra más hermosa, mas entregada.
Se oyó un nombre…un nombre de mujer, gritado por el sirvetragos ubicado en la barra, un nombre que le era familiar y que tardo en entenderlo de tan absorto que estaba. La mujer se dio vuelta en dirección al que vocifero su nombre, sin advertir que había roto un corazón que jamás encontraría consuelo. Lo maldijo sin siquiera advertirlo.
Lo que si advirtió fue el fuerte golpe, al igual que el resto del bar, el estallido de un vaso de whisky, el chirrido de una mesa al correrse y la sombra de un hombre correr.
Oh! Destino cruel! El mundo ha vuelto a ser cruel para jamás volver a iluminarse otra vez. Ese nombre tan familiar, aquel que recordaba desde chico, el que perseguía desde siempre buscando el porqué de su abandono. Había respondido al grito del sirve tragos.
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