Muchas veces te he pedido que seas corta, que te alejes sin despedirte, que te marches sin dolor. Pero mis compañeros han hecho que desee que me acompañes por un tiempo más hasta que pueda verla.

Dicen tantas cosas de ella que apenas puedo escucharlos sin envidia.

Estamos comiendo y alguien cuenta de la tarde cuando una mujer muy hermosa, vestida de negras transparencias, sin contener su pasión tomó a Joel en brazos, en plena calle, y enredo sus piernas en las de él. Y Joel, que es cristino, apenas se ríe y añade que esa mujer, no mujer sino hechicera, hasta le puso un sombrero… Y que Libardo, asustado de ver tanta vida en una sola mujer, huía de la bella de las trasparencias que lo único que quería era transmitirle un poco de pasión, insuflarle un poco de amor.

Dicen que ella tiene todos los colores, todos los sabores de lo deseado. Dicen que es elegante. Dicen que es misteriosa y que es preciosa, como hecha de perlas. Dicen mis amigos mil cosas de ella. No hablan más que de ella, como si otras no existieran. Como si sus días se hubieran transformado desde que la conocieron.

Por eso, Vida, te pido que me acompañes un poco más y que me dejes verla.

Quiero sentir toda la frescura de sus aromas. Quiero sumergirme en ella y dejarme ahogar por su fuerza y su pasión. Quiero tocarla, acariciarla. Quiero ser parte de ella.

Sí, quiero conocerla.

Acompáñame un poco más. Quiero que la mujer que se enredó a Joel se enrede a mí. Quiero pertenecerle por completo.

Acompáñame un poco más. Y después de sentir que esa mujer de negras transparencias, abrazada a mí en plena calle, enredadas sus pierna con las mías mientras bailamos, mientras nuestros ojos se enredan en la más ardiente de las miradas y mientras ella, sensual y complaciente, me coloca el sombreo de cinta negra y ala caída, mientras eso ocurre, mientras las últimas notas del tango callejero se acompasan con los últimos latidos de mi corazón, podrás abandonarme y moriré feliz.

Sí, Vida. Acompáñame hasta el día en que pueda suspirar en Buenos Aires…