Sentado en el tibio césped me quito las zapatillas, las calcetas deportivas de color blanco prontamente son teñidas por la abundante hierba, adquieren en las plantas de los pies un húmedo tinte verde claro.
A mi alrededor una pequeña turba de personas imitan el trance para luego recostarse placidamente de espaldas al pasto; miran el baile de las esponjosas nubes cruzando el cielo azul. Disfrutando de la música que escapa de las bocinas de sonido que reposan allá lejos, en los costados de gran escenario.
Puedo apreciar el vapor que emana de las cientos de personas que saltan allí, al compás de una canción de Judas Priest. Me recuerdan el desierto y sus espejismos; calidas sombras escapando del ondulante mar de calor que pintan sus pies.
Dos colosales mangueras mojan a los asistentes como si estuvieran apagado algún siniestro, ellas se balancean de izquierda a derecha, logrando refrescar a cada uno de los individuos que dan vida a la endiablada y enloquecida masa. Un vitoreo ensordecedor es el agradecimiento por tan agradable acción.
_Creo que es hora de ir a acomodarse adelante, antes que se llene mas el lugar y quedemos demasiado lejos del espectáculo. _ Le digo a Osvaldo mientras me vuelvo a calzar las zapatillas.
El gordo viste unos pantalones de mezclilla azules, un polerón con capucha y la clásica negra y gastada polera de “El cuervo”. Mito viviente de James O´barr, inmortalizado en la película donde el hijo de Bruce Lee falleciera.
Nos abrimos paso hacia delante en base a empujones varios; usando el grueso cuerpo del gordo como escudo y ariete a la vez. Respondiendo muchos insultos antes de quedar a buena distancia de la tarima del escenario central.
El olor a marihuana es fuerte en medio de la aglomeración que ya sobrepasa las 65.000 personas, el piso del club hípico es inestable y hace que los comentarios de desagrado por el lugar sean generalizados. Pero el largo viaje (mas de 1.800 kilómetros), la incomodidad del lugar, el calor y la sed, ya no importaban pues la luces del escenario central se apagaron, imágenes de la banda llegando a Chile son proyectadas en las cuadro gigantes pantallas esparcidas por el campo deportivo.
“We shall go on to the end, we shall fight in France, we shall fight on the seas and oceans, we shall fight with growing confidence and growing strength in the air, we shall defend our Island, whatever the cost may be, we shall fight on the beaches, we shall fight on the landing grounds, we shall fight in the fields and in the streets, we shall fight in the hills; we shall never surrender"
El discurso de Churchill se escucha entre medio del bullicio que se puede percibir a miles de cuadras a nuestro alrededor, cientos de celulares toman fotos de cada segundo que pasa.
_ ¡Conchatumadre, las cagó!_ Me grita el gordo cuando todos comenzamos a saltar y a gritar, empujando hacía adelante queriendo llegar lo mas cerca de la banda. Con cada salto y empujón siento como se me erizan cada uno de los bellos de todo el cuerpo.
_ ¡Las cagó guatón, las cagó Conchatumadre!_ Le grito al gordo cuando me mira con una sonrisa que jamás le había visto en los labios (fue lo único que se me ocurrió gritarle a Osvaldo).
Una explosión de fuego y humo precede a los seis veteranos ingleses, que blandiendo sus instrumentos interpretan “Aces High”. Tocan como lo han hecho en casi cuatro décadas; demostrando por qué sin tener una sola de sus canciones tocando en las radios, se puede tener más de setenta millones de discos vendidos. Ser los número uno en Chile y admirados por sus fanáticos en todo el mundo.
¡Up The Irons!
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