Me sumerge en la tempestad de todos los demonios,
se balancea en mí, y prisionera de su danza brutal,
me dejo deshacer, masticar, hasta que ya no soy
más que agua, mi corazón es agua, mis piernas son de agua, mi vientre es de agua.
Me ahogo en mi propia humedad.
El éxtasis, como una serpiente que implora su manzana, agoniza lentamente en el gemido, en el grito clausurado.
Es una muerte dulce que crucifica mi piel.
El miedo se esconde detrás de las cortinas y la niña que fui me espía, la niña que soy me espía, la niña que siempre seré me espía.
Una lágrima cae ensuciando las sábanas, rueda hasta llegar al piso y se evapora.
Me dejo llevar de su mano, desdoblada y temblorosa,
él, me sostiene y me posee como a una mujer,
también como a una niña, ahora, él se vuelve niño.
Nos deslizamos, nos arrancamos el corazón. La sangre me sumerge en la tempestad de mis demonios y sus demonios cobijan mi cansancio.
El animal palpita entre mis piernas.
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