DISCURSO
Hacia pocos dias que habìa llegado a la ciudad.
Durante ese lapso algo me habìa extrañado sobremanera, la quietud y monotonia de sus calles, la soledad de sus plazas, y el silencio casi sepulcral de su playa.
Nunca habìa visto un mar tan sumiso y donde la brisa no soplara.
Habia llegado con la idea de quedarme unos cuantos dìas, pero ya la situacion me estaba molestando, el aire lento, pesado casi viscoso, no me agradaba y habìa decidido irme antes de lo pensado.
Esa mañana ya habìa arreglado mis valijas y me disponìa a desayunar para en unas pocas horas irme definitivamente de ese lugar, cuando algo me llamo la atenciòn: cuatro personas jòvenes y robustas estaban armando lo que me pareciò a simple vista , un estrado .
Entre sorbo y sorbo de mi cafè, trataba de imaginar que significarìa todo ese movimiento, totalmente extraño al entorno de quietud que habia visto desde mi llegada.
Como todavia faltaban dos horas para mi partida, me decidi y bajè, para ver desde el lugar tan increìble escena.
Al llegar a la calle, pude sentir que algo estaba pasando, no experimente la sensaciòn aplastante de la soledad, todo lo contrario, me pareciò captar cierto clima de euforia.
Parecìa que se estaba dando un cambio de escenario, y se iba a cambiar uno de tragedia por otro de comedia.
Me acerquè a uno de los muchachos que llevaba un largo listòn de madera y le preguntè: Que significa todo este movimento?
Mire señor, creo que en la tarde habrà un acto politico, o algo parecido.
Nunca hubiera imaginado que a los pobres seres que deambulaban por las calles de esa triste ciudad les interesara la polìtica, y menos aùn, que hubiera algun polìtico que le interesara hablar en ese lugar.
Y, quièn es ese politico que va a hablar-pregunte al joven.
Mire, ni idea, yo no soy de aca, pero creo que viene de otro pueblo o de la capital, pero no me importa, yo con esto hago una changuita y eso me basta.
En esos momentos llegaba un camioncito que se colocò al costado de la plaza, en su puerta izquierda la que daba hacia la calle, tenìa un cartel que decìa: tortas dulces y saladas.
Recostado contra un arbol, un hombre en bicicleta inflaba globos, y màs allà una señora ponìa sobre un cajòn en el piso, una serie de estampitas de la virgen.
Poco a poco, la plaza iba tomando un color y una vida, impensable dos horas antes.
Por un momento me pregunte donde estaba toda esa gente que desde mi llegada nunca habia visto, serìa del lugar, o habrìa venido atraìda por el evento?
En ese momento sentì que me estaba involucrando demasiado en esta situaciòn, que no era mìa, y no tenìa nada que ver, en pocas horas estarìa muy lejos de aquel lugar y seguramente me olvidarìa muy pronto de todo esto.
El autobùs ya estaba pronto para partir, ubicado en un asiento que daba hacia la plaza miraba a travès de la ventanilla la febril actividad que se desarrollaba y trataba de tomar distancia con la imagen que mi retina captaba.
De pronto, sube un señor, con todo el aspecto de conductor, y me dice en voz alta:
Señor! la partida se ha pospuesto, hasta la finalizaciòn del acto, ya que la calle ha sido cerrada.
Se me habìa cruzado por la mente le idea de quedarme a ver el acto, pero algo que no supe descifrar, me decia que me fuera.
Ahora ya el destino habìa decidido por mì, y sentì hasta podrìa decir, cierta alegria.
La vida habìa suplantado mi voluntad y esto me tranquilizaba, me sacaba un peso de encima.
Bajè y me sentè en uno de los bancos de la plaza, me pareciò raro porque ya estaba bastante llena y sin embargo los bancos estaban todos vacios.
Pasaban a mi lado, familias enteras, con sus chicos y sus viejos, todos vestidos como para asistir a una fiesta, pero con ropa que denunciaban el desgaste y en algunos casos la falta de pulcritud.
En una esquina me pareciò ver un grupo de gente que a simple vista se diferenciaba del resto, màs que nada por su ropa, elegante, pulcra, costosa.
Comencè a sentir apetito y recordè que del otro lado estaba el comioncito con las tortas, pero la muchedumbre ya no me dejaba verlo, ademàs estaba cansado y la distancia me parecìa demasiado larga.
Esperarìa un poco màs y si no empezaba el acto, cruzarìa entre la gente y me irìa a comprar una tortita.
De pronto me invadiò una sensaciòn de soledad indescriptible, me pareciò que la gente se habìa transformado en una valla infranqueable y que cuando quisiera cruzarla no podrìa.
Tratè de levantarme y no pude, las piernas no me respondieron, al intentar pedir ayuda las palabras se negaron a salir de mi garganta, y el pànico se apoderò de mi.
Toda la escena se transformò de pronto en una imagen irreal y dantesca. Las luces comenzaron a dar vueltas y los rostros a desfigurarse, la gente a mi alrededor parecìa querer tirarse encima mio y perdì el conocimiento.
Me despertè sudoroso y excitado, mirè alrededor y no reconocia el lugar, despues de un rato me acorde que era el hotel de mala muerte que habìa conseguido en este pequeño viaje que tuve que efectuar para preparar el discurso del diputado Martol en su campaña proselitista de cara a las proximas elecciones.
Mire a travès de la ventana y vi cuatro muchachos armando un estrado, me vestì rapidamente, baje a la recepciòn y casi sin saludar, paguè, sin mis valijas y sin darme vuelta me perdì por la calle principal, con la esperanza de que el autobùs todavìa no se hubiera ido.
|