Mientras se alejaba, discó su número, apagado; ¿qué hago?, ¿lo dejo aquí, averiguo? No, sigo, veré hasta dónde llego, creo que vale la pena. Emilia tenía las palabras, el sonido de voz que le agradaba. Además ese talle, merecía conocerse más. Al día siguiente fue a la oficina de tránsito. Hizo la cola, interminable, agobiante. Llenó formatos, pago los derechos y esperó la información. ¿Qué había detrás de esta historia?, ¿quién era Emilia?, ¿la hermana? Lo llamaron, era un papel con varios sellos. Arriba el nombre de la propietaria: Emilia Ortiz, dirección, una casa en Tradiciones. Conocía la calle, Salió con los datos quemando su mano.
Regresó a sus labores habituales, la rutina de todos los días. Por la noche se ubicó en el rincón de siempre, escribió hasta terminar una historia pendiente. No articulaba idea coherente. Pensó en perfilar la historia, reinventarla, llenarla de datos, ribetes fantásticos. No pudo, no supo por dónde empezar, instaló nombres, Amelia, Emilia, apellidos, Tarot, lectura, destinos, no pudo escribir una línea. Le llegó la medianoche revisando trabajos anteriores.
Por la mañana, con el sueño de la mala noche, tomó la Arequipa a la altura del paso a desnivel de Javier Prado. Despacio, ubicándose. Sí, esta es Tradiciones. Calle angosta, de pocas cuadras, venida a menos. Sí, esa es, casa de dos pisos. Estacionó en lugar alejado, caminó unas cuadras. Cortinas corridas, no parecía habitada. Pulsó el timbre. Esperó. Por la ventana salió una señora entrada en años.
- Señora, cómo está, Emilia Ortiz, ¿vive aquí?
Frunció el ceño, sorprendida, parecía escuchar poco.
- Espere, mejor lo atiendo en la puerta.
Entreabrió apenas la hoja de madera.
- ¿Quién la busca?
- Adriano, amigo de Emilia.
Le miró extrañada, entrecerrando los ojos.
- ¿Usted no sabe?, Emilia falleció hace unos meses.
Adriano, se retiró unos pasos, a mirar la dirección, indagar en la fechada algo que él mismo no supo qué era. La señora expectante, sin soltar sus manos de la desteñida puerta.
- Perdone que insista, pero, sabe, hace poco conversé con Emilia. Y ya le digo, conversé con ella, en persona, en su apartamento.
- ¿En Lautrec?, ¿en San Borja?
- Si, allí mismo, ¿conoce el lugar?
- Sí, allí vivía Emilia, con su esposo y su hijo, hasta el día del accidente.
Adriano guardó silencio. Recobró la tranquilidad. Pidió disculpas por insistir.
- ¿Accidente?, espere, entonces, ¿con quien hablé?
Describió a Emilia.
- Es su hermana, son mellizas, muy parecidas. Ella va cuando puede, cuida la casa, la está alquilando. Pero… ella está ahora en…¿pero, dígame? ¿a qué se debe todo esto?, ya le he dicho bastante. Señor, disculpe, tengo que cerrar.
Puso la mano en la puerta, impidiendo que se cerrara.
- Sí, lo entiendo, pero quisiera saber la dirección de…¿me puede decir su nombre?
- Lo siento, no tengo más información que dar; si dice usted que la conoce, debe saber cómo encontrarla.
Empujó decidida y clausuró la conversación. Adriano quedó más confundido que al principio. ¿Con quién habló?, no era Emilia, eso parecía, pero, entonces con quién. ¿Accidente?
Caminando en busca de su auto, pensó, sacó conclusiones, relacionó hechos, imaginó pistas; ¿cómo hacer?, si hubo un accidente, alguien tiene que saber. Pensó en Fernando, un amigo del diario La República. Sí, él ayudaría a ubicar el accidente, debe estar en la memoria de las computadoras del periódico, más si hay muertes. Lo buscó por la tarde. Dejó los documentos en la entrada y trepó las escaleras. Apenas se le veía detrás de ejemplares de otros diarios, documentos, fotografías.
- Fernando, hola, hermano, qué dirás que te busco para pedir un favor.
- Hooola compadre, qué sorpresa, pero, siéntate Adriano, siéntate, calma, tú siempre apurado.
- Gracias, sabes, se trata de hallar a una persona, en un accidente. Ocurrió más o menos hace un año. Debió ser en alguna carretera o crimen, no sé. Necesito ubicar ese dato.
- Uhmm, Adrianito, siempre en problemas. Tranquilo, creo que te puedo ayudar.
- Gracias señor, ayúdeme. Después le explicaré, con un par de cervezas en la mesa.
- Ojalá, ojalá, sea cierto, desde que andas en eso de las letras y huevadas, no se te ve. Y encima ni publicas ni te haces leer. Ven, ven, sígueme, vamos a policiales, allí está todo.
El ambiente era una nube de humo. Gente apurada que salía y entraba. Timbres de teléfono, gritos, indicaciones. Cerraban la edición. Se adueñó de una PC.
- Veamos, uhmm, sí, aquí está el archivo. Dame nombres compadre.
- Emilia Ortiz, es el nombre que tengo.
- A ver, a ver. E, e, emi, si, aquí hay algo...Emilia Ortiz, tienes suerte cabrón Se trató de un choque cojonudo, mira la foto. Escucha, siéntate: “en circunstancias en que el auto Mazda de matrícula…se dirigía por la ruta al Sur, fue embestido por un bus que transitaba en sentido contrario. El auto quedó completamente destrozado. En el accidente falleció una familia completa: Emilia Ortiz, su esposo y la pequeña hija de 4 años…por la ubicación que tenía en el auto, se salvó Amelia Ortiz que, se presume, es hermana de una de las víctimas…”
- ¿Amelia, ¿estás seguro?
- Sí, mira, lee, aquí esta. Te saco una copia, espera y, si quieres, podemos ubicar el ejemplar de ese día, si deseas, pero eso ya te costará un almuerzo, y más, amiguito. ¿En que andas, cien pies?, tú siempre en cosas raras ¿no? A ver, dime, ¿qué tienes entre manos?, quizá una nota de portada, no me falles, ya sabes, me das el dato.
- No jodas, en verdad recién empiezo a desenredar la madeja. Conocí a…Amelia Ortiz hace pocos días. Me dejó datos falsos, algo típico en mujeres que conoces en la calle, ¿no? Pero luego, carajo, la sorpresa, me entero que ella no es ella. Ya te contaré, te prometo, me enteraré de todo y te daré la primicia, créeme. Gracias señor.
Caminó hasta la cochera, pensando, tratando de entender el rompecabezas. En el sur, ¿no?, tengo que ir a la comisaría de San Bartolo. Allí tiene que estar el acta del accidente.Una propina al policía de turno, y tendré una copia. ¿En que me estoy metiendo, carajo, qué jodido? ¿Por qué finalmente no dejo esto en el camino y continúo con mi rutina diaria? No, no puedo, ya estoy aquí, de aquí no me voy hasta saber.
El reporte se extendía en una hoja escueta y la investigación en más, detallada, minuciosa. La hora, matrícula de los autos, edades, número de documentos, direcciones. Consiguió una copia y se largó presuroso. Extendió los datos sobre su mesa de trabajo. Cuatro, cinco hojas, con la historia, y la dirección de Amelia. ¿Y si pasaba por la morgue?, ¿obtendría más información?, oye tranquilo Adriano, no es para tanto, mejor deja esto y ya, sigue con tus rutinas. No, no, seguiré, esa mujer tiene algo, algo importante que decir, pero a la morgue iré después, con esto tengo bastante.
Acudió a la dirección de Amelia. Un retirado lugar, cerca al mar, en Magdalena. Por los acantilados de la costa. Jardines espaciosos, y el sonido del mar golpeando sus oídos. Además los recuerdos de estos lugares, qué jodido, cómo se mezclan las cosas. Trató de dejarlos fuera mientras buscaba la dirección. Si, aquí es, vio en el interior el auto del día de la feria. Tocó el timbre. Se asomó el portero.
- Amelia Ortiz, por favor, su apartamento no responde.
- Ella no vive aquí. ¿Usted es…?
- Un amigo, un amigo que desea hablar con ella. La veía aquí, en este lugar, hasta hace…¿un año?
- Bueno sí, pero ahora ella ahora no vive aquí, ya le dije.
- ¿Me dice dónde la encuentro?
Dudó el portero, se tomó la barbilla. Le alcanzó un billete. Lo midió, revisó con media sonrisa.
- Viene de vez en cuando. Está un momento y se va. Me parece que está atendida en el sanatorio de aquí cerca. Sí, aquí cerca. ¿No sabía?
¿Sanatorio?, qué habla. Conocía el lugar, sí, estaba cerca. El portero lo observó hasta que se perdió en la alameda.
Caminó por el nuevo adoquinado, con el mar que mecía a la distancia. ¡Uhmm, cuántos recuerdos en estos jardines! Pero ¿y Amelia, o Emilia?, ¡carajo qué cosas!
Pasó por la puerta del sanatorio. Estaba en el camino. Bajó a averiguar detalles. Le confirmaron que Amelia era paciente del lugar. No pudo saber más, le entregaron una hoja informativa, con horarios de visita, días y los alimentos, cosas que se podía dejar a los pacientes.
Retornó a su trabajo, puso en orden los pendientes y se encerró en su oficina, pidiendo que nadie le moleste. ¿Pero, porqué hacerme tanto problema?, si apenas la conoces, pero ¿dejar todo en el camino, cuando ya todo esta casi resuelto?, no, no es posible.
Carajo, es la ventaja de vivir en Lima, todo se puede, todo se averigua. Decidió llamar a Luis Miguel, médico, amigo de siempre, le consultaría los pormenores del tema, quizá le pida averiguar la historia clínica de Amelia. Si, lo haría, para eso están los amigos. Buscó el número, hablo con él.
- Adriano, hola, ¡de tiempo! Sí, sí, entiendo, creo que te puedo ayudar; sí tengo conocidos en el sanatorio. Oye, pero esa institución se cae a pedazos, como todo del estado. Pero bueno, también es buena en algunos temas, no exageremos. Averiguaré, te aviso, si te aviso. ¿Qué nombre me diste?, sí, estamos en contacto.
El domingo siguiente, Adriano se acercó al sanatorio. Sus muros se perdían en la distancia, descuidado, con islas de jardines sedientos de agua. Paredes desconchadas, enfermos deambulando por los pasillos y senderos. Preguntó por Amelia. Le dijeron que esperara. Le sudaban las manos. Se fue a caminar por los exteriores, demoraba. Una mano se posó en su hombro, un enfermero se alejaba.
- ¿Me busca?
Volteó para atender la voz, no la reconoció, era otra, distinta. Con la bata de los pacientes, mirada perdida. Pero, era ella, Emilia, Amelia, quién sea, era la mujer que conoció en la feria.
- ¿Me reconoces?, nos conocimos hace poco…me leíste el Ta…
No, era inútil, parecía ausente. La tomó de las manos, las apretó con las suyas. estaba en otro espacio, otro tiempo. La llevó a caminar. Árboles antiguos flanqueaban el camino de la entrada. Se sentaron en un banco de madera.
- ¿Recuerdas a Emilia?, tu hermana.
Su mirada recorrió el infinito. Por un momento se posó en las manos entrelazadas. Le dio un mordisco a la manzana que estaba a su alcance.
- ¿Emilia?, ¿Amelia?, alguien no existe….
- Pero, dime, entonces,...¿cómo explicas todo ésto?, ¿y,...pero…cómo haces para salir de aquí?
Miró los muros alejados y terminó de mordisquear la manzana, sin responder. El cambio era notable. ¿Cómo entenderlo?, ¿necesitaba entenderlo?
Le dejó el bolso con fruta, el libro lo guardó en su bolsillo. La llevó hasta la entrada del pabellón de habitaciones y la dejó. Sin decir palabra. Caminó por los senderos, un grupo de pacientes cuidaban una granja de cerdos. Se fue a caminar los acantilados de siempre. ¿Porqué todo esto?, ¿Qué saco de esta experiencia? La espuma de las olas, al final del abismo, parecían serpentinas de una fiesta a la que nunca asistiría. Bandadas de gaviotas, bordaban el cielo con sus coreografías inexplicables.
Luis Miguel lo llamó al día siguiente.
- Adriano, hola, no volvió a llamar usted.
- Sí, perdona Luismi, preferí no apurarte, esperaba que tú lo hicieras.
- Bueno, bueno, te informo. Fui al sanatorio, me entrevisté con el médico que atiende a esta señorita. Leí su historia clínica. Es algo triste, su vida cambió después de un accidente con su hermana. No se ha recuperado de ese trauma. Es un tema de suplantación de identidad. Me dicen que se escapa del sanatorio las veces que quiere. Que es imposible controlarla con esos muros que se caen por pedazos.
- Sí Luismi, entiendo, entiendo. Gracias por la información
- Pero te digo más: es un caso especial de paranoia, del tipo Kraepelin. Si, krae-pe-lin. Personalidad delirante, exagerada, con imaginación y fantasía desbordante; pero sabes, mantiene la estructura de su personalidad y la inteligencia de base. Me dicen además que es una paciente que se escapa al menor descuido. Cuando toma la personalidad de la hermana se comporta distinta, parece sana.
- .Pero, dime, ¿de qué se trata?
- Ya te visitaré para contarte, tranquilo, todo en orden. Te informaré, es un tema que merece lo conversemos personalmente. Pero dime, ¿tiene cura?
- Bien complicado, quizá con nuevas drogas, nuevos tratamientos. Pero en ese sanatorio, olvídate, no hay solución. Ese es un depósito de enfermos mentales. Lo siento.
Desde su oficina se veía el tráfico limeño en toda su magnitud. Los autos parecían ir y venir, sin sentido. Adriano se mantuvo quieto, con el libro del Tarot en sus manos, pensando las cartas que adivinaron su suerte, en las veces que imaginó conocer a una mujer en los pasillos de una librería.
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