En medio de palabras y por descuido, me lanzas tus ojos. Pierdo el hilo e intento retomarlo, sigo terminando la frase, pero escasamente recuerdo la idea si me sigues taladrando los ojos… qué haces que me callas, que tampoco has dicho palabra. Ya nadie habla y qué va, a nadie le importa, la conversación fue una excusa para esta mirada fuerte, unida con la energía que nos aferra a la vida. Las ganas de vivir, todas en una mirada.
Te miro, te desvisto con mis pupilas dilatadas, te muerdo, te araño los labios, te beso. Y aún nos miramos. Ya sé, te llevaré a un lugar que nos permita amarnos, te llevaré al vertiginoso huracán de temblores y manos, a la viña de sabores guardados, al placer del licor con cacao. Salgamos a buscar el susurro de los grillos que no cantan, los que ya encontraron a quien buscaban, salgamos a mirarnos bajo la luz del alba, ya empapados de estrellas, del rugido del mar, de la playa. Te lamo, te araño, te muerdo, te beso la espalda, se hunde el aire que va saliendo de tu caja, y me presionas la cintura desgarbada, presa de tus dedos, y tus manos, y tu danza. Me salen alas, negro, me salen alas, sé que puedo llevarte aún más lejos de casa. Veo la luna en tu mirada, verde de nueva, fresca y lozana, sumergida en la belleza de tu alma.
Pestañeas. “Linda… de qué me hablabas?”.
|