… y el anciano de los ojos tristes contempló su entorno y empezó a comprender que todo cuanto debió aprender en su existencia para sentirse feliz, estaba a su alrededor. Entendió finalmente que se puede volver a edificar una nueva vida a partir de un sueño más profundo por plasmar. Tomó consciencia de que los seres humanos somos cual semilla: siempre hay una vida gestándose dentro, y ésta sólo brota si dejamos de torturarnos con aquello que nos distrae de nuestras fantasías porque, al final, necesitamos seguir creyendo en duendes y hadas como los niños, para que nuestras esencias sean tan libres como las de ellos.


El anciano de la mirada triste caminó ensimismado, en sagrado silencio. Mientras su silueta se diluía entre los grandes robles del bosque, lloró, como si sus lágrimas fueran parte de un inmenso lago que se desbordaba. Lloró y lloró tanto, que las lágrimas le sirvieron de espejo para darse cuenta de la paz que entonces reflejaba su alma. Una gran sonrisa surgió del ser, hasta que se dibujó en sus labios. Finalmente, había internalizado que vivir significa no aferrarse a nada ni a nadie; y que para seguir vivo, se necesita no perder la esperanza porque de lo contrario, se corre el riesgo de creer que estamos acabados, al no tocar o ver lo que creemos palpable o seguro. *


El viejo roble
reviviendo a la sombra
bosque frondoso.
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*Nota: Inspirada en una hermosa serie de tres libros que tocaron mi esencia hace años.