Ellos no eran esa clase de amigos que sintieran atracción física, más bien experimentaban algo parecido al cariño de hermanos. Tal vez algo mejor.
A ella le gustaba recostarse en sus piernas a leer historietas mientras el dibujaba sin parar. Después de la comida ella iba a parar siempre a su casa, repitiendo día tras día el mismo ritual.
Llevaban años siendo amigos pero no solían regalarse cosas. De hecho detestaban toda la temática de la navidad, el día del amor y la amistad, y esa clase de festividades. Solo se había regalado dos cosas, el le había regalado una playera de Gir (del Invasor Zim) y ella le había regalado unos tenis para cambiar aquellos que se le estaban desbaratando. Ese día los tenían puestos.
-¿Toda la goma de mascar sabrá siempre igual?- Preguntó ella mientras masticaba la de su sabor favorito. El respondió sin detenerse –Pues hay varios sabores… -¡no!- Interrumpió ella-Me refiero si el mismo sabor sabrá igual para todas las personas. Digo, yo tengo mis gérmenes, otros los suyos, no son los mismos, nuestra saliva debe darle un sabor particular… ¿No?- Lo miró intentando obtener su aprobación. Por primera vez hizo una pausa para analizar lo que acababa de oír.-Tienes razón, nunca me lo había pensado.- Concluyó y siguió dibujando.
-¿Me extrañarás cuando me vayas?- Volvió a romper el silencio.-¿De qué hablas?- Dijo el algo fastidiado porque algo no salía bien en el dibujo y aparte esa pregunta le pareció sumamente estúpida, a donde podía ir si apenas estaban en preparatoria. Tenía que estar jugando-Me vas a extrañar- Afirmó ella con una expresión de conformidad.-Si te voy a extrañas. ¿Pero si te vas? ¿A donde?- Preguntó el con una voz más tranquila y ya algo preocupado, se trataba de su mejor amiga y su única compañía.-Mamá tiene un amigo en Europa, le habló de una escuela de artes y piensa que tengo futuro, así que mamá me preguntó si quería ir, yo dije que sí, y me voy antes de terminar el colegio. Tenía ganas de decirte, pero no sabía como- Dijo ella sin mirarlo, como si hablara de cualquier cosa – ¡Mentirosa! A ti no te gusta ni dibujar- Hizo un esfuerzo por recordar pero no jamás la había visto dibujar.-¡Ah no! Si dibujo, pero no delante de ti. Me gusta estar así.- Dijo ella mientras encogía los hombros.
-No te creo.- Se levantó de golpe y casi la empuja al hacerlo. Ella lo vio correr a las escaleras. -¿A dónde vas?- Le grito pero él ya no la escuchó. Regresó un bloc de dibujo y uno de sus lápices favoritos. Esos que él creía que solo los profesionales sabían utilizar.
-¿Qué haces? No seas tonto.- Dijo ella mientras se reían con un gesto de negación en el rostro.
-Pruébalo. Dibuja un dragón
-¿Estás seguro que quieres hacer esto? Es muy tonto. Solo terminarás enojándome y ya no seré más tu amiga.- Ella todavía tenía una risa pero ahora ya algo incomoda. El ni si quiera lo pensó, extendió el bloc y el lápiz a ella.
Ella lo tomó con seriedad y se sentó. Comenzó a dibujar, el lápiz se movía con suavidad pero con rapidez, trazos sin corrección, no usaba el borrador. No tardó más que 20 minutos levantarse –Ahí tienes lo tienes.- Dijo ella con voz seca. El lo vio y asombrado no supo que decir. Era cierto.
Después de eso todo pareció ser como si nada, ella solo se fue, sin grandes despedidas, como estaban acostumbrados.
Fue hasta el día siguiente que ella entró a la casa y no lo encontró como siempre, pero ella ya sentía que algo no andaba bien. El no estaba en el sofá dibujando. El dibujaba todo el día. ¿Qué estaría pasando? Sin deseos de ser pesimista buscó en la cocina. No había nadie. En las esquinas de la casa, hasta llegar al estudio. Ese lugar sin duda era su favorito. Ella solía decirle que parecía hecho sacado de una película.
El famoso estudio era una habitación bastante grande, tenía acabados de madera oscura. Sus detalles eran sorprendentes, sumamente finos. Por lo que ella presumía que todo eso habría salido una fortuna. Pero no, no estaba ahí. Claro que una vez dentro perdió un poco de importancia encontrarlo. Estaba justo enfrente de tantos libros, viajes e imágenes que ella amaba. Pero su sección favorita era un estante algo diferente a los demás, de una armazón metálica de tono dorado, donde estaban en pila una colección de historietas de distinta épocas. Eran los clásicos, no cualquier cosa, para los fanáticos era el cielo. Ella solía tomar uno e irse al sofá para llevar a cabo lo de siempre, recostarse en las piernas de el y leer por horas hasta la hora de ir a casa. Eso era lo de todos los días, su parte favorita del día. No necesitaban pretender delante de ellos, eran solo sí mismos y estaban felices así. Tomó uno casi por inercia. Y recordó, el no estaba en el sofá.
Había un solo lugar prohibido para ella. Los papas de él eran médicos muy reconocidos, gente importante y por lo tanto muy ocupada. Ya hacía muchos años que habían decidido no tener una niñera para dejarlo solo, sin embargo habían puesto reglas sencillas para no romper con el orden de la casa. Así que ella no podía subir. Se quedó para con una pierna arriba del primer escalo y su cara y brazos sobre el baranda. –¿Estás allá arriba? – No había respuesta. –No me obligues subir- Cuando estaba apunto de romper la única regla para ella en la casa por fin bajó. Ella sonrío con un alivio que al verle el rostro sintió una gran extrañeza.
El joven que tenía unas ojeras de mapache estaba molesto e irritado. Ella sabía que ocurría pero no dijo nada. El bajó y le dijo – ¿Qué te parece?- Era un dragón. Al ver el de ella había estado haciendo uno toda la noche, pero siempre creyendo que el de ella era mejor. Cuando por fin pensó que estaba a la altura se detuvo y decidió poner a prueba su habilidad. –No importa, lo arruinaste todo.- Ella respondió mientras le daba la espalda y emprendía la retirada. Había perdido a su mejor amigo.
Los años pasaron y el ya siendo un joven logró volverse un creador de cómic bastante famoso, y ganó buen dinero con sus historietas. Ella en cambio se convirtió en una gran artista, mucho más famosa pero sin fortuna.
Alguna vez intentó ir a una de sus presentaciones, pero sentía tanta vergüenza que jamás lo hizo. Pero sí se presentó a una, donde ella mezcló fotografía y pintura, una especie de biografía gráfica. El la miró desde afuera detrás del gran ventanal. Ahí estaba ella deslumbrante, demasiado callada, hermosamente cambiada. Con un vestido negro y entallaba su delgada silueta. Por primera vez se había dado cuenta que no solo había perdido a su mejor amiga, sino al amor de su vida. |