En la torre de un castillo el mago Ilusorio tenía su laboratorio donde ocurría de todo un poco.
En una báscula un gnomo gordinflón pesaba lo mismo que uno flacucho. Entre ollas y tubos de ensayos el mago mezclaba pócimas, de aquí para allá, hasta que por la gran entrada al cuartucho ingresó un largo desfile de princesas y príncipes que se que movían a todo baile. Se oían por detrás las risotadas de los reyes que no podían creer que entre hombres y mujeres se intercambiaban sus trajes en forma intermitente. Aparecieron también, los gnomos con catapultas de barro que le arrojaban a los ogros, intentando estos atraparlos y enjaularlos para hacer sus suculentas sopas. Ratones y sapos correteaban en el tumulto escuchando los casetes de música clásica que sonaba por allí. Mientras, una araña, que navegaba sobre un líquido amarillento del piso en un barco de papel, se chocó con un mosquito que nadaba despistado haciéndosele al pobre, un chichón en su cabeza. Un dragón volador fue transformado en flor por un hada romántica y solitaria.
Detrás de los largos cortinados yo, andaba escondida con prismáticos en mano para no perder detalle, hasta que Ilusorio me vio. Él se acercó sigiloso y con una sonrisa bien grande. Parecía que muy bien no me divisaba porque entrecerraba sus ojos y se los resfregaba. Con sus manos quería tantearme, pero no podía. Así, en voz bien baja escuché que susurraba:
- ¡Miríades de los aires, por aquí debes nacer!
Me palpé enseguida el cuerpo y me vi mujer. Mi creador me acercó una pantalla con un fondo azul celeste, un teclado y me dijo:
-De ti, la fantasía debe crecer. Lee y escribe, bella…
Y feliz aquí, me tienen.
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