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EL BORRADOR JUSTICIERO
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La tarde del quince de marzo parecía hacerse muy larga en aquella clase de laboratorio de Programación Metódica perpetrada bajo el calor bochornoso de los sótanos del A5 (aunque hay que decir que los profesores y estudiantes soportan el calor ambiental mejor que algunos ordenadores con nombre de divinidad griega). La esforzada profesora y su no menos esforzado ayudante becario supervisaban rutinariamente los trabajos de los alumnos con su habitual ojo clínico. El gran protagonista era, una tarde más, el tedio.

Pero la pizarra, llena de anotaciones que provocarían serios trastornos mentales a un estudiante de quinto de Filosofía, iba a ser el objeto central de una extraña discusión que animaría ostensiblemente el día.

Todos atentos, que empieza la acción.

Ante las (en un principio) indiferentes miradas de los presentes, un alumno inesperado irrumpió en el aula (por alguna extraña razón resultaba evidente que aquel personaje no debía estar allí). Actuando como un autómata, se dirigió hacia el extremo de la pizarra más alejado de la puerta y, apoderándose del borrador, empezó a borrar todo rastro de tiza con un contenido frenesí. El becario, contrariado, le dirigió un amable ruego.

- Si tienes que escribir un aviso, ¨ no puedes esperar a que acabe la clase ?

Al ver que el personaje no daba ninguna explicación acerca del asunto y tampoco daba indicios de detener el concienzudo borrado que estaba llevando a cabo, la profesora tomó cartas en la aún no iniciada conversación.

- ¨ Quién eres tú ?

De nuevo silencio por parte del interrogado, que ya había borrado la mitad de la verde y oscura superficie de la pizarra.

- Pero, oye... ¨ Qué haces ?

Ante el pertinaz silencio del misterioso borra-pizarras, los alumnos empezaron a tomar interés y prestar oídos atentos para no perderse detalle de lo que estaba sucediendo (fuese lo que fuese).

- ¨ Qué haces ? - inquirió de nuevo la profesora.

Por fin, el borrador ralentizó su marcha. Nuestro misterioso protagonista giró levemente la cabeza y, con voz lastimera y grandes gotas de sudor en la frente, suplicó:

- Por favor, déjeme borrar la pizarra.

La profesora, consciente de que aquel comportamiento tenía tanto de normal como un cien por cien de aprobados en Matemáticas I, se dirigió al personaje con voz cautelosa.

- Oye... ¨ Tú has tomado algo ?

Risas contenidas por parte de la cincuentena de alumnos presentes en el aula llenaron el aire. Por segunda vez el borrador aminoró su velocidad y se oyó la súplica del borrante.

- Por favor, déjeme acabar. Por favor.

El becario, decidido a obtener una explicación (aunque no fuese muy satisfactoria), intervino.

- Borras porque tienes que escribir algo o lo haces porque te causa placer ?

Ante las risas (ya no contenidas) de los alumnos, la profesora decidió no perder el control de la situación.

- Ni se te ocurra acabar de borrar la pizarra. - amenazó.

El borrador se detuvo por fin (de hecho, en la pizarra apenas quedaba ya algo escrito). Finos ríos de sudor corrían por el rostro del amenazado cuando se giró y dio la cara a la clase. Sus manos temblaban como si hubiese estado cincuenta horas seguidas tecleando.

- Si quiere, luego la vuelvo a escribir. - acertó a decir.

Viendo que la profesora no contestaba (¨ qué hubierais contestado vosotros en su lugar ?), el apurado personaje acabó de borrar la pizarra en el tiempo que se tarda en poner una respuesta aleatoria en un test multirespuesta y, sin decir "este borrador es mío", abandonó el aula con paso lento (se me ocurre que, si no corría, era porque los temblores se lo impedían).

La profesora, creyendo haber vivido una experiencia kafkiana, sólo supo decir:

- Esto no me había pasado nunca.

Pero pronto recuperó la compostura y decidió buscar una víctima propiciatoria para dar una vía de escape a la tensión de los dos últimos minutos. Señaló a un desprevenido alumno y le espetó duramente:

- Qué haces con el "walkman" puesto en clase ?

El aludido, no muy convencido de que la pregunta se refería a él, respondió con un tímido "

- Qué ?".

­ Que te quites los auriculares ! - la voz de la mujer sonaba a suspenso en potencia.

- Si yo no llevo auriculares... Es el cordelillo de las gafas. - contestó el alumno mostrando las gafas de sol que colgaban sobre su pecho.

- Ah... Disculpa... Es que hoy tengo un día muy raro.

La carcajada generalizada impidió que todos oyeran las risas que se producían al otro lado de la pared. Fuera del aula seis mil pesetas cambiaban de manos. El audaz borrador justiciero había ganado la apuesta.

COMENTARIO: ­ Qué aburrido sería el mundo si alumnos y profesores
no tuvieran el sentido del humor que tienen !

Este es un relato firmado por “ojetes azules”, fiel, y basado en hechos reales.

Mis respetos y admiración a Ender.

Diancal

Texto agregado el 28-04-2003, y leído por 215 visitantes. (1 voto)


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