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Era Eliodoro, ciego como un topo, padre de un par de zánganos, viudo por convicción e hijo de Caín, claramente hijo…
Era Elizabeth, Puta hermosa, zángana, amante consecuente de un truhan e hija de Eliodoro…
Era Julio Cesar, trabajador, buen hijo y buen hermano pero solo tenía un defecto era un marica enclaustrado e hijo de Eliodoro…
Era Sansón varonil seductor, oportunista acertado, amante de Elizabeth y oculto yerno de Eliodoro…
Era Eliodoro, un anciano vigoroso que se aproximaba a los 60 y tantos años, ciego por accidente, hacía de su vida y de quienes le acompañaban una verdadera tragedia, era grosero, tosco e insensible, no le importaba más que su propia tiranía… Un día cuando su esposa aun vivía, descubrió que le era infiel en su propia recamara y sin medir consecuencias de ningún tipo, tomando un arma que guardaba celosamente tras una pintura de la sala, incurrió en el cuarto donde se encontraban pernoctando los amantes y los asesinó a sangre fría.
Contaban ya varios años desde lo acontecido y aun no se arrepentía de haberlo hecho. Nunca nadie supo lo del amante de Isabel, solo se sabía que unos ladrones entraron y acabaron con la vida de ella, una noche en la que Eliodoro estaba fuera de casa. Esa fue la historia que contó e hizo creer Eliodoro, el cuerpo de quien osó adornar la frente de Eliodoro descansaba en el antejardín de su propia casa y nadie lo sabía. Cuando recordaba sus actos pasados, se decía a sí mismo:
- Está bien, ya pasará, nunca nadie tuvo a mejor disposición morir por una pasión. Les dí algo que el mismo Dios no les daría… La eternidad juntos….
Y echaba a reír, orgulloso de su acto macabro.
Poco tiempo después de la muerte de su esposa Eliodoro sufrió un accidente que lo dejaría ciego irreversiblemente.
Desde entonces se dedicó a su soledad y a su escondido rencor por su difunta esposa solo se consolaba con recordar la presencia de sus hijos Elizabeth y Julio Cesar.
Creía en Elizabeth, la amaba como a nadie, para él era su única luz, sus únicos ojos… Ella era ver su reflejo ante el espejo, le recordaba sus buenos años, cuando era buen mozo y disfrutaba de la atención femenina por cantidades, se le parecía mucho recordaba. Qué ironía, había heredado de su madre lo último que hubiera querido Eliodoro. Era igual de puta… engañaba con tal facilidad a su padre que ya no le tomaba ni por estúpido, para ella Eliodoro era ya mucho menos que eso, era un estorbo…
Salía de sus clases y no pasaba un día sin ver a Sansón, su amante, quien le hacía estremecer, sudar, jadear, suspirar y retorcer de deseo… Cómo era bueno este hombre en la cama… como podía hacer todo lo que le hacía, era el amante perfecto, oculto, sensual y prohibido.
Sansón por su parte veía a Elizabeth, como la perfecta presa, fácil de dominar, conforme con poco y frágil a tal punto que solo someterla a su ausencia haría que ella le entregara hasta su última gota de sangre de ser necesario… Controlador y frío sabía perfectamente que buscaba y no era precisamente sexo, su suegro era un viejo ciego y con una buena fortuna, no en demasía pero suficiente y siendo él allegado a Elizabeth tendría facilidad para acceder a ella, esos eran sus planes.
Julio Cesar era un hombre apuesto que suponía ser la última esperanza para su padre, en él y su hombría recaía la carga del sueño de Eliodoro de ver su descendencia incontable, pero sorpresa para el uno y para el otro que a Julio Cesar no lo movía precisamente el gusto por la escultural silueta femenina…
Pobre Eliodoro, gracias al destino no veía porque de lo contrarío con sus propias manos mataría a sus zánganos hijos.
Mientras la una se revolcaba con un truhan, el otro no sabía cómo ocultar sus desviaciones sexuales, pero nadie se percataba de eso. Lo más cerca que llegaron las viejas santurronas de la iglesia fue a criticar su buena edad para merecer y sin embargo aun no se le veía con ninguna mujer. Ocultaba sagazmente un amorío con uno de sus amigos a quien todos suponían era su mano derecha en los negocios de su padre, así lo hicieron para pasar desapercibidos. Martín era su nombre, de baja estatura, y cuerpo promedio, no feo, pero no guapo como lo fuera Julio Cesar, amigo de la familia e inseparable compañero de este, desde la época de colegio. Era de suponer que Martin tuviera buenas relaciones con toda la familia especialmente con Elizabeth a quien no abandonaba ni a sol ni a sombra, aun así ella se lograba escapar para verse con Sansón, su adorado Sansón.
Tenían a bien pensar que Martin e Elizabeth terminarían sus caminos juntos, pero esto era porque no sabían de Sansón, era un amorío oculto, muy bien mantenido por los dos, a nadie le convenía que se supiera, a nadie en especial a Sansón que ya de por sí tenía mucha cola por que le pisaran, secretos que no le hacían bien, pero que podrían en algún momento ser su salvación, ser su tesoro.
Julio Cesar confiaba en Martín como en nadie y sabia que no podía pedirle más de lo que podía darle y eso era realmente poco, Elizabeth por su parte aprovechaba sus encantos femeninos para tenerle de su parte, solo bastaba una noche cada cuantos días para que Martín le dejara en paz con su amante perfecto, esto la hacía inmensamente feliz. No rendía cuentas.
Por los pensamientos de nadie pasaba qué los acontecimientos tomaran tal rumbo tan desgraciado para todos.
Una noche de tantos encuentros con Elizabeth, Sansón le propuso apoderarse de la fortuna de su padre, solo ellos serían los dueños absolutos de todo… lo que suponía un gran negocio para ella y para él, pero para esto decía Sansón
Había que hacer grandes sacrificios, grandes cosas
- ¿Confías en mí?
- Como en nadie más, sí tú me dices que salte al vacio porque allí estaré bien lo haría sin pensarlo
- Vamos a planear nuestra vida, solo tú y yo, sin nadie más solo los dos, hasta la muerte
- ¡Hasta la muerte! contestaba la inocente de Elizabeth.
- Hoy mientras todos descansan te mostraré la verdad de la vida miserable que llevas, ese hombre que tú crees tu hermano no lo es, es un bastardo, es el fruto de años de infidelidad de tu madre y a demás de eso es un… ya sabrás perfectamente que es esta noche.
Esa misma noche salieron con rumbo desconocido hacia un paraje desolado y frío, caminaron mucho pero después de largo tiempo llegaron a una choza que era propiedad de Martín, bien lo sabia Elizabeth, qué hacían allí se preguntaba, pero no se animaba a decirlo esperaba el momento justo para verlo con sus propios ojos.
- Mira por la ventana y sabrás de que te he estado hablando esta noche, dice Sansón al oído de Elizabeth
La escena no podía ser más desgarradora, ver a quien siempre creyera su hermano mientras se acariciaba con su amante, mientras tenia sexo con quien ella tenía sexo, mientras se besaba, con quien ella se besara, era desolador, era indignante!, eran unos degenerados, eran unos maricas!, Martín y su hermano eran pareja y nadie lo sabía, ni tan siquiera lo sospechaba…
Se sentía sucia de solo recordar los besos, las caricias que le pudiera haber dado Martín, que asco! Que mierda era esta, no se recuperaba de su emoción cuando a fuerzas la sacara Sansón de aquel lugar, algunos ruidos hicieron que la pareja se preocupara de ser vistos y se apresuraron a salir de su sitio de encuentro, de su cama, corrieron Elizabeth y Sansón del lugar sin ser descubiertos y Julio Cesar y Martín hicieron lo suyo.
Ya en el cuarto de Sansón Elizabeth no terminaba de sorprenderse, de preguntarse, de repudiar, su cabeza estaba vuelta un nudo de víboras venenosas, mil dudas, mil venganzas, mil preguntas, ¿Cómo sabía Sansón que Julio Cesar no era su hermano?, ¿Cómo sabía que Martín era su pareja?, ¿Cómo sabía que Julio Cesar era marica?, toda su cabeza daba vueltas, todo su cuerpo se estremecía de recordar las caricias, todo su ser colapsaba.
Por fin acomodo como pudo solo una pregunta
Dime, dime ¿Qué tengo que hacer?... Ya luego me dirás porque, y como supiste todo lo que hoy me has dicho.
No hay nada más peligroso que una mujer herida, que una mujer traicionada, sobre todo de esa manera.
Todo quedo planeado aquella trágica noche, los cómo, las más pequeñas minucias, todo quedo preparado, como un trago fulminante, todo estaba ya dispuesto para dar muerte a Julio Cesar, así Sansón lo sacaría de su camino y Elizabeth tomaría su venganza, dulce y fría venganza.
Amanecía y el cuarto de Julio Cesar se pintaba del rojo de sus cortinas, el sol las abrazaba y tras de sí proponían un lugar lúgubre y tenebroso, el amanecer parecía presagiar los acontecimientos de aquella tarde, Julio se despertaba después de una noche muy movida, muy agitada, tenía ya sus planes para el día, tenía que encontrarse con unos amigos de su padre para cuadrar algunos negocios en la mañana y en la tarde pasaría por la casa de su amigo intimo para terminar lo que había quedado empezado la noche anterior.
No contaba con que aquella fuera su última mañana, su último día, así lo habían planeado Elizabeth y Sansón, esa tarde cuando Julio saliera de su casa para dirigirse al encuentro con Martín ocurriría todo…
Así fue, caminaba Julio hacia la cabaña de Martín cuando descubrió que era seguido de cerca por su hermana Elizabeth, espero por ella, a su paso la abrazó como lo hacía siempre casi amoroso, casi perfecto.
- ¿Qué haces por estos lares?
- Venia tras tus pasos, necesito hablarte
- Noto preocupación en tus palabras dime, ¿Qué pasa?
- He descubierto una verdad que debes saber, no eres mi hermano, nuestra madre engañaba a nuestro padre y tú fuiste el resultado de una de sus incontables infidelidades, eres un bastardo, eres el hijo de un labrador, de un don nadie.

Mientras pronunciaba estas palabras tras de ellos se acercaba silencioso Sansón con una cuerda lista para ser atada al cuello de Julio Cesar, lo estrangularían. Así sucedió lo inevitable en los ojos claros de Elizabeth se reflejó toda la escena absurda de la muerte de un hombre noble, Sansón tiraba de la cuerda con toda su fuerza, que no era poca, mientras las fuerzas de Julio Cesar terminaban, mientras la vida escaba de sus ojos, sin un porque, sin una adiós, su cuerpo se derrumbaba y su sangre poco a poco dejaba de fluir, y su corazón se detenía lentamente siendo su hermana su última imagen, siendo su voz su último sonido. Caía el cuerpo sin vida de Julio Cesar mientras Elizabeth se limpiaba las manos como tratando de olvidar la imagen de su hermano muerto, mientras Sansón trataba de esconder la cuerda, arma homicida y mientras les veía Martín tras de los arbustos incrédulo de la escena, incrédulo de la muerte de su amante a manos de quien creyera su hermana, sin ninguna razón, sin ninguna justificación, apenas un suspiro fue suficiente para que Sansón se percatara de aquel intruso en sus planes y sin pensarlo más de un segundo corrió tras él para evitar ser delatado, dando alcance a Martín lo derrumbo de un golpe certero y allí en el piso tendido y sin sentido le arrebato también a él la vida de acuchilladas, múltiples cuchilladas provocadas con una navaja.
Lleno de sangre y exhausto de su sucio trabajo abrazo a Elizabeth en un abrazo interminable, fatigado y feliz, así terminaron los sucesos de aquel día, sucesos que escandalizarían a todo el pueblo, dos cuerpos hallados en mitad de la nada, cercanos uno del otro, amigos y amantes secretos, Julio Cesar y Martín terminaban sus vidas a tan corta edad, sin rumores, sin amenazas, quien pudo cometer tal crimen, que movió las manos asesinas a tal tragedia… Fue un secreto más que abrumaba la familia de Eliodoro, quien estaba inconsolable por la pérdida de su único hijo de su primogénito, de su ayuda, de su hombre… En esos momentos debió enterarse que no era su hijo, tal vez eso le habría hecho más llevadera su tragedia, más ligero su luto.
Pasaron días enteros en los que Elizabeth no volvió a ver a Sansón y en los cuales no salía de su cuarto, pensaba mucho en los acontecimientos y en la tristeza de su padre quien tampoco quería salir de sus aposentos, no comía, sollozaba todo el tiempo y se derrumbaba como un castillo de arena y ella le veía pero era ajena a su dolor, ella gozaba de su venganza, ella gozaba de su soledad… eso creía ella, la verdad no lograba borrar de su mente la imagen de su único hermano, de su único amigo, de su consuelo, mientras era vilmente asesinado por las manos de su amante, de su perfecto amante, que ahora era un perfecto asesino. Pero ya era la hora que Sansón resolviera las dudas que tenía, las inquietudes que no la dejaban dormir, tenía que saber cómo y desde cuando él sabía que Julio Cesar no era su hermano, que era homosexual y sobre todo que tenía una relación oculta con Martín, tomo su abrigo y salió apresurada de su cuarto, se dirigía a casa de Sansón esta vez iba a resolver todos sus interrogantes.
Toco a su puerta agitada, entro a su casa algo asustada, se sentía seguida por un no sé que, se sentó y sin pronunciar palabra alguna pregunto
- ¿Cómo, cómo sabias todo?, cómo sabias lo de mi… lo de Julio Cesar, lo de Martín y mi madre
- Es algo largo de contar…
- Te parece poco la noche, entonces volveré mañana en la noche y la siguiente, hasta que termines, pero empieza de una vez, habla que te escucho
Tu madre y yo éramos amantes antes de Roberto, el padre verdadero de Julio Cesar, ella me dejo por él y yo solo sé que a tu padre le hicieron creer que era su hijo para evitar que los matara a todos, tu padre es un hombre de armas tomar, desde entonces ellos fueron amantes hasta el día de la muerte de tu madre y aunque nadie hable de esto yo creo que tu papá tuvo que ver en su desaparición, coincidencia o no después de que muriera tu madre desapareció también Roberto. A mí siempre me pareció sospechoso.
Lo de Julio y Martin lo descubrí mientras trabajaba en la hacienda sus miradas, sus charlas, sus caricias fugaces, era de sospechar así que un día sin que lo supieran los seguí hasta donde tú has ido y allí ratifique mis sospechas, eran amantes pero nadie lo sabía.
- ¿Porqué ponías tanto empeño en saber de Julio Cesar?, ¿porqué nunca antes me dijiste que habías sido amante de mi madre?
Vamos, ¡respóndeme!
Sansón se sintió descubierto, ya por la mente de Elizabeth cruzaban fugaces todas las posibles respuestas, todas las posibles razones que tenía Sansón para tener tanto interés en su familia. Se sintió fallecer cuando descubrió que solo había una para planear el asesinato de Julio Cesar, era esa razón la que le hacía helar la sangre y le hacía palpitar más rápido el corazón, no sabía si por ira o por terror… Era su dinero, para su infortuna su amante era su amante por unas cuantas monedas, como cualquier prostituta…
Pobre Elizabeth, en aquel momento no quiso saber la respuesta, el murmullo lejano de una canción la envolvió y olvido de repente que esperaba una contestación, ni siquiera escuchaba la voz de quien le hablara, ella pensaba, ella calculaba, ella se vengaba…
Recibieron la noche como en sus mejores tiempos, hacían el amor, como si nunca más lo hicieran de nuevo, todas las posiciones, toda la noche, todo era deseo, Sansón pensaba en todo lo que le esperaba, en lo mucho que disfrutaría de su nueva vida, Elizabeth, pensaba en Sansón…
Luego de horas enteras disfrutando del placer sexual reprimido en sus cuerpos, agotados Sansón dormía plácidamente y Elizabeth junto a él, de repente ella despierta alterada, como si tuviera una pesadilla, mira en su entorno y descubre que a pesar de su agitación, su compañero duerme, es entonces cuando decide consumar lo planeado y terminar con el culpable de su culpa. Desnuda, camina por la casa, da un par de vueltas por la sala y luego entra a la cocina, buscando, indagando, toma un cuchillo que reposa sobre una mesa rústica lo empuña y camina decidida hacia Sansón, piensa en cómo, piensa en donde hará la herida certera, acercándose con sigilo posa sus labios en los labios de su amante y mientras este intenta abrir sus ojos con un corte horizontal seguro, fuerte y definitivo le corta su garganta y la sangre le salpica sus manos y su pecho… Su venganza está consumada, su amante está muerto…
Regresando a su casa recuerda que cada día que pasó al lado de Sansón, cada caricia, cada palabra, todo en la relación era planeado, era calculado para un solo fin. La muerte de Julio Cesar, la de Martín hasta la de Sansón eran el resultado de la avicia y del interés, se preguntaba entonces Para qué sirvió todo lo que hizo, era una asesina igual o peor a Sansón, ella era la culpable de la tristeza infinita de su padre, ella era la culpable de su propio dolor, su cabeza era un solo grito, que la ensordecía no pensaba, no hablaba, todo en ella se había pintado negro, todo en ella era nada.
Llegando a su casa, terminó por decidir el paso a seguir, su padre era muy bueno para cargar con el dolor, de quedar solo y ella no estaría para él porque ya había decidido acabar con su vida, pero antes de ello tenía que aclararle todo lo ocurrido, confesarle que por sus iniciativa Julio Cesar estaba muerto, que aquel por quien lloraba no era su real hijo, que su madre inmaculada le era infiel y que ella había sido quien con su amante descubrieron todo, pero ya ni uno, ni el otro hablaría porque juntos iban a estar muertos para el amanecer.
- ¿El señor duerme?
- Sí
- Comunícale que quiero verlo
- De inmediato, señorita
- ¿La acompaño?
- No, conozco el camino déjame a solas con él tráeme dos vasos de té y márchate a dormir, ya es tarde y las labores de la casa empiezan temprano…
Con un giro en la esquina desapareció la sirvienta y ella con delicada suavidad abrió la puerta del aposento de su padre. Él le esperaba a un lado de su cama, junto al ventanal, aun lloraba, sus ojos no mentían, podía verse a lo lejos sus ojeras y lo pálido que estaba, lo delgado y frágil que se le antojaba a Elizabeth.
- Padre, te hablo e interrumpo tu sueño porque debo contarte las cosas que han sucedido, cosas que desconoces y que debes saber para que tu dolor mengue o termine por matarte.
- De qué hablas Elizabeth? Acaso enloqueciste? Entras en medio de la madrugada a mi cuarto a hablarme de no sé qué verdad y de mi dolor?, nadie conoce más mi dolor que yo, nadie puede ni debe hablar de él, porque ahora solo este dolor es sagrado, ve a tu recamara y concilia el sueño que eso es lo que ahora te falta, duerme y déjame en paz a mí y a mi dolor, no interrumpas este festejo de soledad con tus ropas sucias y tus palabras necias…
- Julio Cesar no era tu hijo
De repente el silencio de la noche se hizo agotador, solo el leve murmullo de la briza rosando el ventanal se escuchaba y el corazón de Eliodoro que parecía saltarle del pecho para ahogarlo en la garganta, sintió que el frío de aquella noche lo golpeaba con tal fuerza que sus piernas desistieron de sostener su peso y ante un esfuerzo nulo por mantenerse de pie cayó de rodillas casi junto a la cama.
Mientras Elizabeth se apresuraba a ayudarle se abre la puerta, es la sirvienta con una bandeja y dos tazas de té.
- Vamos ayúdame a recoger a mi padre, está muy débil el pobre y no es consciente de eso
- Déjame en paz te he dicho!, no me toques, ni tu tampoco vieja decrepita! Largo las dos, no quiero a nadie merodeando por mi cuarto, puedo morir pero déjenme morir solo!, largo, fuera de mi vista!
Tras la orden sale la sirvienta, mientras que Elizabeth continua de pie cerca a su padre que aun yace tumbado a un lado de su lecho, Eliodoro terco como era no acepto la ayuda de su hija y por sus propios medios y como pudo subió a la cama.
- De donde sacas tu que Julio Cesar no era mi hijo?
Entre explicaciones inconclusas y ordenadas a la mejor manera Elizabeth le cuenta a su padre todo lo acontecido, él un poco incrédulo, un poco sabedor termina por acceder a las explicaciones de su hija. En medio de la habitación yacían ya prácticamente fríos los contenidos de las tazas que trajera consigo la sirvienta. De repente Eliodoro toma fuerzas y se levanta de la cama, va hasta su armario y entre todas las ropas y pertenencias busca un pequeño tesoro, un frasquito rosa, algo así como un perfume, Elizabeth espera atenta el resultado de la inspección de su padre, al fin luego de largo rato lo descubre entre uno de sus abrigos, prácticamente olvidado.
- Tráeme una de las tazas de té, quiero beber un poco de esta buena infusión, esto me ayudará a conciliar el sueño, seguro así descansaré mejor y mañana todo será pasado, mañana todo será más hermoso
Elizabeth se levanta y va por las tazas fingiendo no saber lo que pretendiera su padre, toma una y otra en sus manos frágiles, blancas y suaves llega hasta el lecho de su padre y con su mirada melancólica mientras le alcanza su taza de té le dice que lo ama, nuevamente el silencio invade precipitado el cuarto, como un frío presagio de lo que acontecerá, unas cuantas gotas en el recipiente de Eliodoro, toma todo el contenido y decide acomodarse en su cama para dormir, revisa por última vez el rostro sagrado de su hija y cierra los ojos como invitando a la muerte, como llamando a la eternidad, su pecho poco a poco deja de latir, y su respiración se entre corta, como el silencio de la madrugada entre animales y hombre, todos en un sonoro despertar.
Elizabeth presencia toda la escena y con llanto en los ojos termina de vaciar el contenido del frasquito dentro de su té ya frío por demás y como si quisiera que la muerte le llegara con la rapidez que lo tomará se postro sobre las piernas de su padre para esperar la larga marcha… Para esperar un nuevo amanecer…

Texto agregado el 18-08-2010, y leído por 253 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-02-2011 Maria teresa y danilo, son ellos dos personajes el se viste de traje y ella se viste de hilo Tienen dinero a montón con jardinero y criada viven en una mansion como en los cuentos de hadas tienen dos hijas preciosas la pequeña y la mayor, la grande ya tiene novio y pronto hara la invitación será la boda del año de eso no hay discusión hay mucha paz y armonía perfecta es la situación maria teresa y danilo, son ellos dos personajes el se viste de traje y ella se viste de hilo Cuando la niña llevó, a su novio por su casa, cuando danilo los vió (dijo!) caballero aqui algo pasa se fue corriendo a su hija, y le dijo en baja voz:la boda esta cancelada y es por el bien de los dos ese hombre q tu amas, ese es tu hermano mayor, no se lo digas a tu madre para no causarle dolor Maria teresa y danilo, son ellos dos personajes el se viste de traje y ella se viste de hilo Y asi pasaban los dias la niña triste lloraba por no poderse casar con el hombre q ella amaba se fue corriendo a su madre, para contarle su dilema la madre dijo: hija mia, aqui no hay ningun problema, casate con ese hombre, voy a decirte la verdad: ese al que tu llamas padre, ese señor no es tu papá, ja ja ja! casate con confianza, que no es tu hermano ná! casate que danilo tampoco es tu papá KATHERINEJC
27-09-2010 todo el texto me lo pase cn los ojos de par en par,me gusta tu estilo ;)felicitaciones.. rosadeljardin
21-09-2010 Todo un sangriento desfile que me mantuvo tensa hasta el final. Interesante texto.***** susana-del-rosal
 
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