Recuerdo aún esos días, en que estabas en aquel viejo paradero que a tantos amantes protegió del sol y la lluvia, desde los escolares y sus efímeros amoríos, hasta los ancianos romances de los inmortales abuelos.
Y yo te sonreía y acariciaba tus suaves cabellos, susurradote cuanto te amaba.
Días desaparecidos, enterrados en un cofre, como en los cuentos de piratas que tanto nos encantaba leer.
Recuerdo por supuesto nuestros veranos felices, en las frías aguas del pacifico sur, salpicándonos en infantiles juegos, y corriendo de la braveza de las olas.
Recuerdo también aquello que amábamos del invierno, las lluvias torrentosas y sus vientos huracanados que parecían cantar. Besarnos bajo la lluvia… tú con las gotas deslizándose sobre tus mejillas, logrando dejar en mi mente, obras de arte que ni Da Vinci o Miguel Ángel pudieran superar.
Si, fuimos cursis, caímos en los clichés, como los peluches, las rosas, los infaltables chocolates y eso de jurarnos amor eterno, pero era nuestro problema, ¡y al diablo con las burlas del resto!
Incluso recuerdo nuestras locuras, tocando los timbres y correr… cosas tan entupidas las volvías graciosas… luego reías cuando yo tropezaba por distraerme con tus demostraciones de inocultable locura.
Recuerdo tu ingenuidad y tus delirios, y también tu perspicacia y sobriedad ante algún problema, nuestro o ajeno. Tu increíble gracia, al lograr conquistar a mi familia, y hacer que tu familia me amara a pesar de todo.
Recuerdo cuando nos conocimos… ¿nos conocimos…?
Recuerdo tantas cosas que aún no pasan, que no recuerdas, porque no han pasado… y no pasarán…