Quizá sea el color gris con el que amaneció cielo, quizá sea la lluvia que viene a darle una refresco a los plantines del jardín o simplemente sea un día, días de esos que pintan para ser rutinarios, para hacer lo de siempre y en los que termino con la lapicera en la mano, aprendiendo ese arte de expresar, de expresarme, de ser, por qué no, un poco más yo.
Sin aires narcisistas, sin egos, es este Ser que desde de más profundo de mí trata de salir, de decir presente, de gritar acá estoy.
Mucho tiempo lo tuve silenciado, viviendo sin la conciencia de que existía. Se hizo insoportable, un día empezó a golpear, a llamar a mi puerta; lo tenía encerrado y no sabía.
Así fue que debido a mis conocimientos universitarios, a ese malestar, lo llamé Úlcera. Como solemos hacer en occidente, a los sentimientos le ponemos el nombre de una enfermedad y buscamos silenciarlos con una pastilla. Él igual seguía insistiendo.
Todos los días golpeaba la puerta, continuaba sin entender quién o qué era. Amigos que creían conocerlo me dijeron que probablemente su nombre era Angustia, alguien que nos venía a mostrar el dolor del alma. Así lo llame algún tiempo y hasta a veces lo sigo confundiendo.
No se cómo fue que un buen día lo conocí, me di cuenta quien era. Ardua tarea tuvo, más de dos décadas de paciencia esperando que le abra la puerta y ahí estaba: mi Ser, con esa mochila llena de miedos, sentimientos, reflexiones, dudas, amores, lágrimas y dolores que le había tirado por la ventana de mi alma, mientras él, cariñosamente las juntaba para devolvérmelas.
A veces me vuelve a avisar que está, me vuelve a mostrar que escribir es esa hermosa manera de conectarme, de poder vaciar la mochila y así, sentir, amar, llorar y sobre todo, SER.
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