Vengo por el aviso, señor.
Así respondió al Jefe de Personal, cuando éste le preguntó qué buscaba, en la fábrica de muebles finos de don Otto Webber. Al día siguiente ya estaba trabajando puntualmente. Rostro moreno y plano, pelo tieso, regular estatura, musculoso, joven.
Tienes pinta de boxeador, le comentó don Elidio, el Jefe de Personal al concluir la primera quincena y pagarle el “suple” de mediados de mes.
En el ejército, durante el Servicio militar, fui campeón de box. Pero, no lo cuente, por favor. Pueden pensar que soy creído.
Pierda cuidado. De mí no saldrá, le aseguró don Elidio.
Don Elidio tenía gran capacidad de mando y ascendiente sobre la gente. Sabía cómo tratar con respeto y dignidad a los operarios. Por eso, el lunes siguiente, cuando nadie los observaba, el nuevo operario le comentó:
Usted me da confianza, Jefe, y por eso quiero mostrarle algo.
Y le mostró un par de guantes de box dorados, pequeños, una miniatura.
Son de oro. Este es el premio de la competencia en el ejército. Para que usted me crea.
¡Hombre! No tengo motivos para dudar de tu palabra. Recuerda que yo mismo te encontré pinta de boxeador.
A los pocos días, volvió a hablarle en privado.
Jefe el guatón Guzmán me molesta. Tuve la debilidad de cotar lo de los guantes de oro, y él empezó a burlarse, y me anda provocando, diciendo que no le duro un minuto. Y molesta y molesta. Yo no quiero tener problemas en el trabajo y no soy hombre de peleas tontas. ¿Podrá usted hacer algo para que no me busque el odio? Yo sé que le pego, pero, no tengo interés.
Trataré de conversar con él. Veré cómo hacerlo. Es importante que en la fábrica haya buen ambiente. Al patrón no le gustan los problemas.
¡Gracias, Jefe!
Aprovechó que tenía que darle algunas instrucciones a Guzmán para preguntarle:
¿Qué opinas de Aliro?
¡Ah, “Guantes de Oro”! Un payaso que se las da de boxeador. Estoy seguro que no me aguanta un minuto.
Tiene pinta de boxeador, y es puro músculo.
Ese es pura pinta. Me arranca cuando le pregunto si quiere medirse conmigo.
¡Hum! No te equivoques. Trata de no molestarlo. En todo caso, no quiero problemas en la fábrica.
¡Despreocúpese, Jefe!
No se despreocupó el Jefe, y el guatón Guzmán tampoco dejó de arrastrar el poncho. Don Elidio supo que se había burlado públicamente de “Guantes de Oro”, como ya lo llamaban, y que lo esperaría al mediodía, cuando fueran a la colación. Quisiera o no quisiera pelear porque - se mofó - desde mediodía yo seré Campeón de los Guantes de Oro.
Los trabajadores estaban todos al tanto y salieron, según la estrategia de cada uno: algunos antes y esperaron, otros salieron con el guatón Guzmán que, en realidad, no era tan gordo, sino más bien fornido. Y otros, al final, trás Aliro “Guantes de Oro”.
Nadie había dicho nada, sin embargo, varios habían cruzado apuestas.
Desde la Oficina del Jefe en el segundo piso de la fábrica se dominaba gran parte del taller y una ventana daba a la entrada y a la calle. Allí el Jefe estuvo atento. El asunto ya no estaba en sus manos, pues el problema sería fuera de la fábrica. Estaba, eso sí, preocupado. Desde allí vio cómo Aliro trató de pasar de largo, pero Guzmán lo atajó y algo le dijo. Pareció al Jefe que Aliro nada respondió. Sólo se sacó el reloj pulsera, lo guardó en el bolsillo del pantalón y tomó posición, sin moverse.
Guzmán empezó finteos previos girando a su alrededor, al estilo Clasius Clay, “danzando como una mariposa”, hasta que decidió atacar. Lanzó un soberbio derechazo a “Guantes de Oro” quien ágilmente lo esquivó con respuesta y todo: un golpe rápido e inesperado al mentón y…, se acabó la pelea. Con el guatón Guzmán tendido de espalda, brazos abiertos e inconsciente.
El Jefe de Personal bajó corriendo para evitar males peores y hacer que condujeran al inconsciente futuro “ex campeón”, a la enfermería del taller.
Don Otto Webber, el alemán dueño de la fábrica, sólo se dio cuenta por la bulla anormal en tiempo de colación. Mandó llamar al Jefe de Personal y le regañó por haber permitido ese escándalo en la fábrica.
Don Otto, - le respondió con calma el Jefe - , yo no podía intervenir porque el asunto fue en la calle.
¡Ah! ¿No fue aquí adentro?
¡No!
Algo se calmó el hombre y permaneció unos instantes en silencio, al cabo de los cuales preguntó:
¿Y se recuperó Guzmán?
Sí, yo estaba asistiéndolo cuando despertó.
¿Está consciente, dijo algo? – preguntó don Otto, todavía inquieto.
Don Elidio, el Jefe de Personal conocía la vena de su patrón y sabía también llevarlo. Recordando las continuas réplicas del terremoto del mes anterior, con picardía, respondió:
Sí, don Otto; cuando despertó, Guzmán, me preguntó:
¡Dónde fue el epicentro?
Los operarios, que en ese momento estaban recomenzando el trabajo se detuvieron al escuchar las grandes y fuertes carcajadas del grueso patrón alemán, que no carecía del sentido del humor.
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