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Si, lo recuerdo, alguna vez había olfateado tu alma divagando en la hojarasca que teñía de ocres las grises pupilas del asfalto mendocino. Coloreabas mis veredas con sed de escapar, con tus tenues cabellos acicalabas el porvenir de las palomas. En ese entonces ¡Cómo evitarte en las palabras! Un viejo caduco quería imponer Varignon y doblar la poesía con razones, pero ya era tarde, el mundo se quebraba y disponía los pedazos de mar sobre el pupitre, me invitaban a jugar (“El momento resultante sobre un sistema de fuerzas concurrentes…” Ya soy invulnerable a tus ataques, no te entiendo, pero mañana es muy probable que, con un poco del esfuerzo que no puse hoy, llegué a tus entrañas y pueda calcular todas las reacciones con precisión diferencial. Varignon, vos y tus teoremas se pueden ir bien a la reputa madre que te parió). Ahora si podía ir deslizando cada continente hasta hacerlos encastrar con las alas de las grullas de papel que iban creciendo en número a medida que el saber se escurría y el sol, quizás arañando el sauce que escondía el patio, migraba a otras tierras mas gélidas. Había creado un paraíso en medio de los nidos de sumatorias, escapaba de esa compañera que estando delante mio me miraba escondida detrás del “tra tra tra” de la calculadora. Mi cuerpo era una sombra que colgaba en esa silla, ya veía todo desde arriba, la calva del Ingeniero que seguía explicando cómo dividir la suma de los momentos con la distancia y obtener las resultantes. Moría de risa por lo inaplicable de su concepto, desde una distancia increíble habías hecho una pequeña fuerza y todo mi presente se torcía hacía tus palabras que esperaban agazapadas en algún rincón de esa escuela a la que no asistí cuando quería ser concertista de guitarra. No asistí a mi arte, no tuve el coraje de enfrentarme cara a cara con las cuerdas y hoy tenía que jugar al collage universal escondido en una burbuja. No sabía si sentirme un pelotudo o gran luchador al hacer las cosas por la vía mas difícil (que a la larga no es mas que ser un pelotudo que encima es masoquista). Debía seguir escapando, que el teatro me llamara, que tarde o temprano en alguna esquina me sorprendería la sabiduría y llenaría los cuencos de mis ojos con dulce experiencia. Alguna vez tendría esa mirada serena de Buda, la ingenuidad de reconocerme nada y morirme de risa, pero hoy me elevaba y la voz del profesor se iba haciendo eco “…momentos de las fuerzas aplicadas adas adas adas ssssssssssssssssss”. Yo quería la seguridad de ver en perspectiva, porque desde lejos el caos es un punto, o tal vez un cuadro y el presente se programaba mirando el pasado, ese bien preciado que guardamos en cajones de experiencia, esa moneda que justo allí empezaba a ahorrar y que tanto necesitaba. Eramos un cuento, una risa cósmica, y sabía que alguna vez nos íbamos a llamar usando felinos y que un poco mas allá en el futuro, íbamos a comprar un metrónomo de hielo para llevar algunos pasos al unísono. El Pelado no lo sabía, o si alguna vez lo pensó le dio tanto miedo que para compensarlo se dedicó toda su vida a repetir esos versitos y fórmulas físicas del equilibrio que igualan todo a cero y San Seacabó. Era mas fácil nadar en una piscina de engranajes que en el mar de las posibilidades. “Tra tra tra” la calculadora seguía siendo golpeada por la Negra, tuve ganas de decirle que basta, que era inútil, que un día alguien le haría el amor como nunca y se daría cuenta que el “tra tra tra” era otra cosa, que todo eso no había servido para nada y aprendería mucho mas de ese gemido final que de cualquier tratado de Estática y resistencia de los materiales.

Texto agregado el 11-08-2010, y leído por 111 visitantes. (0 votos)


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