“No me dará tiempo para ir a correr tan lejos" –pensé.
Me vestí a toda prisa con un short apropiado. El vestido deja ver tus piernas hasta la ingle para tener la libertad de abrir el compás. Están hechos de una tela delgada, fina, adherente y dentro traen un suspensorio. Terminaba de ponerme el tenis, cuando oí que llegó Mara, mi auxiliar. Antes de irme a correr, necesito de café y algo de pan, una costumbre que tengo desde siempre.
— ¡Ah ya hizo el café!, ¿quiere que le sirva una tacita?
Había un sofá forrado con tela suave, aterciopelada de color verde oscuro. La veía sirviendo el café y, entre el aroma del grano también respiré la fragancia del pelo aún húmedo de mañana. Sentó en el mueble, yo quedé de píe. El vestido escotado y un corpiño generoso, permitía admirar de reojo sus grandes pechos. ¿Qué cosas movió dentro de mí?, no lo sé. Dejé el café en la mesita y acuclillado acerqué mi cara hacia la de ella. No recuerdo lo que dije, si acaso mencioné su tristeza presente, tal vez la estupidez de su novio por no aquilatarla y dejarla plantada en citas previas. Me pegaba tanto a su oído que respiraba su piel… dejé de hablar. Oía su respiración y la mía se hamacaba en su oído. Puse mis labios en su oreja y sólo hizo un leve movimiento para alejarse. La empecé a besar por el hemisferio de su mejilla, de su cuello. Latían mis labios.Las yemas rozando sus pechos. La respiré y palpé. Mis manos sobaban sus caderas y recorrían sus muslos duros, hasta llegar a sus pantorrillas. Introduje las manos bajo el vestido azul, acaricié su piel, sus vellos y las subí siempre por el lado de las caderas, nunca por hacia el centro de sus piernas. Mis boca con el olor a café rompían en lenguas de fuego por detrás de sus orejas. Con la falda en la cintura podía ver su ropa interior y la redondez canela de sus muslos. Súbitamente baje y mis labios anclaron en sus rodillas, las amé sembrando humedad. Mi boca fue potro que recorrió el sendero de sus muslos y centró su relincho en la carnosidad del pubis. la oí gemir. Y la aceptación total la percibí cuando levantó las caderas cuando zafaba las bragas.
Seguía en cuclillas. Volví a lamer los muslos y poco a poco fui abriendo sus piernas hasta llegar con mi boca a los labios interiores y a su carnosidad. Profundizaba mis embestidas con la lengua y abrías tu compás, situando las piernas en el descansabrazos del mueble para dejarme hacer. Era todo mío, de mis manos, de mi boca, de mi lengua. Tenías el botón erecto, lo percibí y te excité más, escurriendo mi lengua de arriba a abajo, de un lado a otro o dibujando espirales. Mi índice daba vueltas como un remolino en el introito vaciando tu pozo. Me bajé el short. jale tus caderas hasta el borde del mueble y centré el glande entre labios, lo jugué en su entrada hasta oirte gemir con deseo, húmeda por mi saliva y por sus ríos, metí lentamente mi longitud dentro, muy dentro hasta topar mi pubis con el de ella. Oía su resoplo cada vez que avanzaba, la majestuosidad de sus senos que parecían reventar. Poco a poco... disfrutando milimetro a milimetro.
Sabía que estaba en su cúspide pues ella se movía, tratando de encontrarme cada vez que yo la envestía. Su orgasmo fue inobjetable: sus manos engarruñadas sobre mis hombros, respiros profundos y guturales me dijeron que ella estaba en el máximo placer y que yo podría venirme, satisfecho de haberla llevado hasta arriba.
Después, cuando corría, al recordarme de los instantes , el latido de mi abdomen se trasmitía tan fuerte que no podía ocultar mi erección con aquel short tan minúsculo que a cada trote me rozaba. Y bajo la sombra y soledad de las plataneras rompí en quejidos al vaciarme de nuevo pensando en ella.
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