MAÍZ PARA LAS PALOMAS
El hombre, un jubilado como tantos otros, sobrevivía gracias a las pocas monedas que le daban por su maíz, en una de las plazas de la ciudad. Se pasaba toda la jornada armando sus bolsitas y arengando a la gente para que le compren aunque sea un poco de alimento para sus aves.
-¡Maíz para las palomas!-, repetía sin cesar a lo lago del día.
Sin proponérselo, se había creado entre el viejo y sus palomas una suerte de simbiosis, de la cual supieron sacarle provecho durante algunos años. Ambos se necesitaban como el aire. Los animales dependían de su alimento, y el anciano, del dinero que le daban por sus raciones de maíz.
Pero luego, una profunda crisis se abatió por la ciudad, reduciendo significativamente las ventas de sus raciones. El hambre y la miseria se multiplicaban por todo el país, dejando a su población en un profundo estado de indefensión.
Como consecuencia de ello, se fue diezmando la cantidad de palomas que rodeaban al jubilado, a tal punto, que un día comprobó que apenas quedaban cinco palomas (las más fuertes) en la plaza y una sola bolsita para repartir entre ellas.
Nadie la compró, el dinero escaseaba en la ciudad. Resolvieron, entonces, dividir el botín entre las cinco palomas. Les fue difícil de digerir, salvo para una, la que se comió los ojos.
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