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Cuando la dictadura se apoderó del país y declaró la guerra a medio país, al frío invierno le dio por entrar en competencia, y se apoderó de la ciudad, también en forma cruel.
Esa tarde, la sombra que caía sobre los corazones se vistió de cielo oscuro. Gris al comienzo, negrísimo después.
La familia se recogió relativamente temprano. Mejor dicho, parte de ella: La nieta y sus abuelos. La madre “prisionera de guerra”, y el padre, ¿dónde? Eso mismo se preguntaban ansiosos, como perros de presa, los de la represión.

La tetera puesta al fuego fue variando su diapasón hasta alcanzar un sostenido, señal de que el agua estaba a punto.
El abuelo, mientras tanto, había preparado la mesa. La abuela coló el té y preparó un pan con mantequilla para la consentida. En la habitación el frío estaba casi doblegado por la estufa.
Saborearon a plenitud el reconfortante té con pan, sin casi hablar, pero en comunión de amor. Con calma. Nadie los apuraba.
La chicuela pidió ver su programa favorito. Dejó medio pan, como acostumbraba, “para después”.
Se aprestaban a ver el programa, cuando algo insólito ocurrió.
¿A esa hora tardía? ¿Con semejante frío? ¡No era posible!
¡Pero sí!

Las notas melodiosas, tradicionales e inconfundibles de un organillo vibraron temblorosas, atravesando la gelidez del ambiente. Penetraban por puertas, ventanas y resquicios de las casas que daban a la desierta calle. Se diría que lo hacían con ansias de ser escuchadas.

Atisbaron por la ventana. ¡Efectivamente! Allí, en la calle, sin público alguno, - como los evangélicos cuando están aprendiendo a predicar llenos de fervor religioso - estaba el organillero.
Esperando contra toda esperanza, hacía girar y girar la manivela.
¡Dios mío!, exclamó la abuela.
El permaneció callado, pero se estremeció.

Para observar mejor el suceso, tan extraordinario como la aparición de un ovni, la familia salió al antejardín.
A la débil luz del farol, un hombre de bluyines y una chomba ya por jubilar, náufrago de la tempestad social, lanzaba su S.O.S. en la más espantosa soledad.
La pieza musical llegaba a su término. El náufrago creyó ver un barco en el horizonte, por lo que emprendió otra alegre melodía.

Los abuelos se miraron. Aunque no eran viejos, les bastaba una mirada, tras largos años de vida de amor, para comunicarse profundamente. En ese intervalo silencioso dialogaron, sopesando la situación.
También ellos habían sido torpedeados por la guerra unilateral declarada por la dictadura. Conservaban el barco familiar, un tanto a la deriva, después de atravesar la violenta y traidora tempestad del campo de concentración y la cárcel.
¡No contaban esa noche con provisiones para atender al náufrago!

Mas, por algo la niña era su nieta y, aunque pequeña, algunas lecciones había aprendido en su inocencia.
La vieron entrar, para regresar de inmediato con algo en su manito. Era su medio pan con mantequilla “para después”. Trató de abrir la puerta que daba a la calle.
¡Espera!, le dijo la abuela, que a su vez entró. Con abundante mantequilla preparó el último pan que quedaba y se lo entregó a la nieta:

Toma, susurró con un nudo en la garganta.
La pequeña atravesó la desierta calle y sin mediar palabra, estiró hacia arriba sus manitas, ofreciendo los panes.

El abuelo apareció tras ella con una taza de té.
El náufrago parece que llevaba días débilmente aferrado a su tabla musical, porque empezó a devorar con ansias el pan y a quemarse con el humeante líquido. Todo, aumentado con abundantes lágrimas.

¡Virgen María, haz que cesen estas calamidades!, oró en silencio la mujer.
¡Gracias!, oró el hombre con la boca llena aún. Y colgando su organillo al hombro se hundió en el horizonte cercano de la oscuridad.
El abuelo, aparentemente no oró. Pero echó al aire sonoras chuchadas a los causantes de los múltiples naufragios. Era su manera de orar y el buen Dios se lo tomó en cuenta.

Alzó entre sus fuertes brazos a la nieta querida y, abrazados los tres, entraron en casa, humedeciéndose unos a otros el rostro.

Texto agregado el 09-08-2010, y leído por 505 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
10-03-2012 Delicia, eso es tu prosa poética, que se va adhiriendo a los sentimientos.. Gracias por compartir dark_suns
13-08-2010 En las épocas de escasez suele resurgir el corazón humano, es más fácil identificarse. En las épocas de abundancia está mucho más cerca la dureza del egoismo. Una sigue a la otra, y a la de abundancia, vuelve la de escasez. enhorabuena. y gracias. EVERO
12-08-2010 UN excelente y duro relato. de aire navideño me parece que tiene poco. de aire marcial y de hostigamiento militar, mucho. Abrazos josef
09-08-2010 Muy tierno. Filiberto
09-08-2010 Cuento de aire navideño!!! achachila
 
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