Es verdad, le pagué.
Pero eso no quita que todo lo que esa mujer sabía hacer fuese de por sí algo de gran valor estético.
Y más, para mí, de una devoción inconmensurable.

Cuando llegó a mi casa eran eso de las doce de la noche. Me había fumado un porrito. Estaba solo desde hace varios días, quiero decir, no había visitado a nadie y nadie de mis conocidos me había llamado. Pasaba leyendo todo el día y gran parte de la noche. De vez en cuando me conectaba a Internet para ver pornografía o leer relatos pornográficos. Todos, sin embargo, eran más de lo mismo: cosas mal escritas; mujeres siendo folladas como una calcomanía de lo que en ese mismo momento se estuviese filmando en otro punto del orbe.
Sonó el timbre y casi sin ánimos dejé Pornografía, de Gombrowicz, sobre el escritorio. Tras la puerta se encontraba una mujer de tez blanquísima, no supe si de propia factura o a causa de una gruesa capa de productos cosméticos sobre ella. Medía algo así como un metro sesenta y más de su cuerpo no podía descifrar –era invierno y por tanto estaba cubierta con un abrigo – Ya adentro trabamos conversación.
Había buscado una puta que tuviese la cualidad de tragarse mi tulón hasta el fondo. Fue fácil encontrar a más de cien que decía hacerlo y, sin embargo, sabía que sería difícil hallar la que calzara con lo que yo buscaba.

Hola lindo, así que quieres que me engulla tu vega campeón, ¿no? Si, princesita de porcelana, Bien, entonces veamos qué tenemos por ahí, No no no, lindura, antes quiero olerte, antes quiero verte, antes, chiquita, quiero que te quites ese abrigo y me muestres todo tu cuerpo, Así te gusta lindo, ven y toca mis tetitas, mi culito, mmm, eso, ya siento tu verga en mi culito, mmm, rózame que me encanta, vamos, Ahora quítate los calzones, ¿te gusta así porcelana?, Aaaauummm, qué dedos, aaah, aaah, ¿Cuántos años tienes, porcelanita?, Veinticinco mi rey, y usted, Yo voy por los treinta, Y cómo es que un hombre tan regio no tiene una mujer que lo satisfaga, Si tengo, pero te quiero a ti hermosa, quiero tu boca y tu sexo, Mmmmm aaaahh, aaayyy, aaaaayyy, ¡esos dedos hombre!, ya me hiciste que te mojara, Eso mi reina, mi mármol, deja lamerte esa conchita, ffftt, aaai, que rico tus fluidos mi chiquita, Chupame todita, mi deditos de dios, que nunca me habían puesto tan cachonda en todos estos años de trabajo, Vente aquí mi marmórea escultura, siéntate en ese sillón, A tus órdenes, querido, Abre la boca.

Saqué mi tula y apenas la vio fue hacia ella como un perro de aduana a la droga. El primer contacto entre mi verga y su boca selló lo que yo buscaba: se la engulló completa, hasta el fondo.
Fue entonces cuando sentí que debía aprobarla o reprobarla, y, para ello, hice lo que quería. Comencé a embestir su frágil garganta con mi tula enhiesta, y ella, ¡santo dios!, se dejaba y con gusto. Sus arcadas me excitaban muchísimo, y siempre, luego de ellas, una espesa saliva proveniente de su esófago quedaba adherida tanto a mi verga como a su carita. Yo también quería tener esas brumosidades en mi boca, por lo que me agachaba a besarla, recorriendo de este modo con mi lengua toda su cavidad bucal para así, además, sorber y oler los rastros que mi falo habían dejado allí.
Seguí estimulándome con su boca, y, gracias a dios, ella formaba parte activa del proceso: gozaba de ello, no dudando en volver a encajarse mi tulón cada vez que este salía para darle un descanso a su atribulada respiración.
Luego de unos cinco minutos en ese juego de profundidades, quise llevarla a un límite más extremo.
Quería su vómito pero no se lo dije. Y comencé. La ensarté como antes pero ahora dejé mi tula en el fondo de su tubo digestivo, y me moví rotatoriamente en su cara. Comenzó a empujarme con desesperación para que le sacara la verga, y lo hice.
Ahora era el minuto ¿me iba a insultar o se iba a callar y meter nuevamente la verga?
Apenas liberada me miró de soslayo, sonrió coqueta y volvió a enfundarse con mi verga nuevamente. Oh dios, ésta era la que andaba buscando.
La segunda vez la ensarté lo más fuerte que pude, hasta que, desesperada, empujaba con sus manitas. Pero esta vez no me saldría, o no, al menos, sin antes obtener su deliciosa regurgitación.
Una turba verdosa y explosiva bañó mi pubis, manchó su carita y con estridencia golpeó el suelo. Que delicia, me dijo luego de su propio vómito.
La excitación cundió en mí y la penetré bucalmente hasta que el semen encabritado explotó furioso en su lengua manchada en bilis y mucus.
No lo tragó de inmediato, sino que jugó con el por instantes. Me tenté y la besé profundamente, haciendo que semen, vómito, mucus y saliva fluyeran libremente entre nuestras dos cavidades.