I ¿A qué lugar te gustaría regresar?

Villa Linda es el lugar perfecto para regresar después de treinta y tres años de alejamiento. Si bien la poco-conocí en la época convulsionada de la guerrilla, llevo el matiz de sus olores barranquinos, de los riachuelos escondidos, de las veredas y calles inclinadas, de la sonrisa de la gente y del quehacer vecinal tan enraizado.

La oportunidad más cercana ocurrió cuando estuve a punto de visitar a un entrañable amigo en El Salvador. Sólo que pagar una deuda se llevó el sueño del retorno con vacaciones incluidas. Villa linda, significaba 5 horas de camino desde Chalatenango a donde iría a parar en aquel viaje.

En Villa Linda, ciudad de Guatemala, la gente vivía alrededor de la violencia, unidos por la amistad y la necesidad de confianza. Cierto es que cuando niño, sólo tres veces tuve la cercanía con quienes querían resolver los problemas de la forma más difícil y doliente para todos. La primera, por la tevé: jamás olvidaré la imagen en vivo y en directo de un brazo recién arrancado, sabe Dios de quién, durante la explosión de un edificio público. La segunda, mientras mis hermanos y yo nos quejábamos de no poder comer pollo campero, un inmenso remesón sacudía el Ford Scort de mi padre, como si de lo que se trataba fuera bajar una pendiente, cuando en realidad, lo supe años después, huíamos de un asesinato masivo en un local de ese negocio. La tercera, cuando supe que uno de los amigos de mis padres, integrante del ejército, piloto de helicóptero, siempre loco o cuerdo y medio, la semana pasada había intentado aterrizar su máquina en el techo de su casa y a la siguiente, sería alcanzado por un misil en la zona tomada de la selva guatemalteca, por parte de la guerrilla.

¿Y por qué entonces es el mejor lugar para regresar? De veras que no entiendo lo que me dices estimado.

Bueno. Quizá sea la necesidad de reemplazar recuerdos e historias por una vivencia de adulto que me pueda acompañar más tiempo en el ámbito de la realidad. Quizá sea como la búsqueda de un pedazo muy pequeño de mi mismo, que se quedó lejos y sobre lo cual siento coraje de no hacerlo mío nuevamente, con mayores capacidades.