Esta semana distintos periódicos han reportado la polémica sobre la biografía de Ryszard Kapuscinski, por muchos considerado uno de los mejores periodistas del siglo XX. Esta biografía, que no cuenta con la venia de su viuda, Alicja Kapuscinska, ha sido lanzada por un antiguo discípulo y amigo, Artur Domoslawski, al que Alicja le confió mucho material con el fin de que éste editara un libro sobre las opiniones de su esposo sobre Latinoamérica. Él aprovechó los documentos para confeccionar un libro que tituló “Kapuscinski non-fiction”, con el que ha retratado al polaco como un periodista demasiado literario, que aderezaba sus fuentes y adornaba sus historias, que no poseían el rigor documentalista que el periodismo ideal debía alcanzar.
Al margen de la acusación, que a mí me parece más que nada un halago y un incentivo para consumir a Kapuscinski (lo muestra como un extensor de la realidad, un fabulador consciente; aunque lo desprestigia ante muchos), me llama la atención el doble juego que representa Domoslawski. Por un lado, habla de ética periodística y reprocha indirectamente el accionar de su otrora maestro, a quien condena, pero para llegar a estos juicios utiliza un derrotero doblemente antiético aún desde una mirada muy simple, ya que por un lado destroza la imagen de su mentor y obtiene un beneficio de ello (dinero y fama), y por otro se aprovecha de la disposición de Alicja. ¿Hubiese sido Domoslawski tan riguroso y tan esforzado en “revelar la verdad” si esa verdad hubiese sido inconveniente para él; si hubiese perdido él su reputación? No lo sabemos.
En las leyes no declaradas del periodismo, suele existir una gran rigurosidad en desvelar las entrañas de las noticias convenientes, polémicas o sensacionalistas, pero una gran displicencia en narrar aquellas que no parecen ser indicativo de aumento de ventas para el medio en que se gestan. En otras palabras, la ética periodística, el sentido del deber o el “juramento hipocrático” para reporteros parecieran someterse más de lo que confiesan a la compra y venta de activos. A un negocio. Negocio, que honesto o turbio, incide furiosamente en la conciencia colectiva o en las personas que se informan sobre el mundo creyendo y asumiendo la veracidad honorable de la vía establecida.
De pronto muchos chilenos piensan que este año ha sido un año particularmente sísmico, y no ha faltado el que trastornado por el miedo ha declarado que el fin del mundo se acerca. Y quizás lo hace, pero no creo que se pensaría lo mismo si los medios no influyeran tanto. Yo tenía la maliciosa sospecha de que este año había sido un año tan corriente como cualquier otro en materia de terremotos, pero que habíamos tenido la mala fortuna de vivir uno muy fuerte y destructivo. Intuí que los medios se estaban comportando como con el femicidio hace un tiempo atrás, cuando informaban casi a diario sobre nuevos asesinatos a mujeres en casi todos los puntos del país. Sin embargo, al analizar la estadística (que no reportaban), se observaba no un aumento o un estanco, sino una disminución de los femicidios en comparación con los años anteriores. Lo que había aumentado no era más que la cobertura.
Lo mismo con el terremoto. Finalmente una científica gringa dijo que este año no había sido más sísmico que los anteriores, y que sólo nos había tocado presenciar terremotos en zonas habitadas. Que por año ocurrían al menos 30 terremotos sobre 7 grados Richter en el mundo. En el caso de Kapuscinski, los medios se han festinado agradablemente en retratar con entusiasta objetividad el caso. Esta imparcialidad los lleva a entrevistar a Alicja o a Domoslawski, a encuestar a las personas sobre qué piensan ahora del prócer, etcétera. (El titular de una noticia decía, muy grande: “Kapuscinski miente”, y más abajo, mucho más pequeño “es lo que su viuda intenta desmentir”). ¿Cómo sería el mundo si este llamado del deber no fuese tan estricto con la destrucción y flexibilizara un poco los sesgos, tan hipócritas en el fondo? ¿Cómo sería el mundo si un día Domoslawski descubre que Kapuscinski fue un ladrón cuando joven, pero que al momento de divulgarlo nadie lo tome en cuenta argumentando que es intrascendente alterar la imagen del hombre?
Domoslawski ha dicho que un verdadero periodista no puede arrendarse, en alusión a la petición de Alicja de haber realizado un libro en una determinada dirección. Al parecer, el reflujo de la verdad siempre debe salir a flote. Aún cuando sea una verdad orientada en pos de intereses personales. No, no se puede callar, ni para dejar a Alicja tranquila, ni para permitir que el fantasma de Ryszard pueda descansar en paz donde sea que esté. No hay concesiones, no hay olvido. El juicio tajante de una moral advenediza siempre recae sobre el menos cauto. Viene a ser la historia de un periodista acusado por otro periodista y divulgado por más periodistas. Una sucesión de énfasis y tildes colocados donde más escandaliza. O algo así.
¿Qué motiva finalmente a Domoslawski? ¿Es en realidad la necesidad de informar, al pie del cañón, lo que sucede con el mundo y la forma en que se desenvuelve el destino de los hombres? ¿Será el mismo interés el de los otros periodistas que difunden la historia hasta el hartazgo, buscándonos en nuestras casas para venir a contarnos el último chisme de lo que hicieron los bufones? ¿Seré yo mismo parte de ese engranaje al comentarlo y difundirlo dentro de mis limitados poderes, dentro de mi alcance, aunque sea corto? Quizás estamos todos intrincados en una red de principios trastornados, de confusiones que afloran poderosas y furiosas sin que estemos muy conscientes de lo que significan o lo que aniquilan. Quizás no entendemos nada de lo que queremos entender, y con intentar avanzar en pos de nuestras creencias, en realidad estamos destruyéndolas.
Prefiero pensar que yo hubiese ocultado esa información, de encontrármela, y que hubiese escrito el texto bienpensante que quería la viuda. Por Alicja, o por los que admiraban a Kapuscinski. Con ello hubiese faltado al sentido del deber, pero respondido a un deber más profundo que aquel tan cotidiano. Como en una de las películas de Nolan, quizás la menos famosa de todas, cuando el policía viejo le dice a la policía joven que cumpla con el deber de delatar sus culpas, porque su deber es lo único que le permitirá conciliar el sueño por las noches. Porque es la ética y ese deber lo que nos salva de volvernos animales, de perder el orden del mundo y de aferrarnos a una idea de lo bueno y de lo malo y evitarnos pelear por nuestros cadáveres para sacar lo último que queda del cuerpo. Lo que me deja confundido es que es todo eso lo que justamente Domoslawski ha hecho, pero en nombre de ese deber y en nombre de esa ética. Una aplicación indiferente para un pulcro exterminio de la bondad.
14.4.10 |