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Jardín de Rosas en Sepia

El observó de manera atenta y nostálgica la figura de su sombra dibujada en el muro de la vieja casa de adobe, las rosas secas plasmaban su silueta en la pared que era pintada por los colores sepia del sol agonizante. Cerró los ojos e intentó memorizar la imagen, sopló el viento calido, su cabello jugueteó unos momentos en los contornos de su rostro, sonrió.
Caminó hacia el largo pasillo formado por viejas construcciones abandonadas, los rojizos rayos del sol le acompañaron alargando su sombra, arrastrándose por el nostálgico camino empedrado, un soplo tibio se dejaba escuchar silbando a través de las ventanas rotas y se miraba al espíritu del aire remolineando en la arena urbana. Los pájaros ya no cantaban, solo podían escucharse los pasos tristes atravesando el corredor de piedra, toc toc clap, toc toc clap, uno tras otro, monótonos y melódicos pasos solitarios, toc toc clap, una doliente música de reloj descompuesto orquestado por el mudo canto de su corazón, toc toc clap, toc toc clap.
Llevaba su cabeza inclinada, siempre mirando al suelo, una mochila verde olivo en su espalda y vestía una ropa sucia y polvorienta, en su rostro se reflejaba el cobrizo brillo del sol. El había amado a esa mujer de ojos verdes, esa mujer que había jurado entregar su vida por el, amaba el recuerdo de su voz cantando las nanas más hermosas a su oído, amaba el recuerdo de su aroma al salir de la regadera, amaba ver la fotografía que guardaba en su bolsa, junto a los cigarros, junto a su corazón.
Llevó sus manos a los bolsillos, y una lagrima, cómo buscando auxilio, rodó a través de su mejilla y se detuvo en uno de los pliegues de su camisa. La risita de su rostro giró repentinamente y ambos ojos se tornaron en manantiales incontenibles, se echó de rodillas en el suelo sin sacar las manos de sus bolsillos, lloró, como cada noche, lloró “nada cambiará mi mundo” pensó, pasaron varios minutos y el no se movió.
De nuevo se puso de pie, talló sus ojos para limpiar las lágrimas y continuó caminando, toc toc clap, toc toc clap, no se sentía triste, más bien melancólico, no tenía la necesidad de pensar en ello, pero así era, un alma atormentada por el demonio del infinito pasado, toc toc clap.
El había amado su primer vida junto a ella, esa vida que había durado apenas un año, el había amado esa casa pequeña de dos habitaciones, los gritos en medio de la nada, el desierto circundante que atestiguaba mudo las miradas verdes de su amante, el había amado amar.
Cantaba muy serenamente, casi susurrando“solamente una vez amé en la vida, solamente una vez y nada más, una vez nada más en mi huerto brilló la esperanza, esperanza que alumbra el camino de mi soledad…” toc toc clap “una vez nada más se entrega el alma, con la dulce y total renunciación” toc toc clap, toc toc clap “y cuando ese milagro realiza el prodigio de amarse, hay campanas de fiesta que cantan en el corazón…” toc toc clap, toc toc clap.
Se paró frente a la tapia más pobre y tenebrosa, bajó su mochila del hombro y la tomó con una mano solamente, empujó la puerta, se abrió, caminó lentamente hacia dentro, olió la humedad, admiró los muebles viejos; una estufa de leña, un comedor de madera, un sillón extremadamente usado, polvo en todos lados, el sol apenas lograba colarse entre las ranuras de las ventanas de palo y cristales cubiertos de tierra. Siguió hasta las escaleras, en el cuarto siguiente ya no entraba el sol, ya no se distinguían los dibujos del tapiz carcomido. Subió un pie, luego el otro frente al uno, las escaleras rechinaron, cada paso rechinaba, rechinaban sus pies, rechinaba la duela, rechinaban sus dientes, su corazón palpitaba, su respiración respiraba.
Llegó al segundo piso, apenas podía ver, esta vez el aroma a humedad era más intenso, esta vez la nostalgia, era más poderosa, abrió la primer puerta, caminó hacia el interior del dormitorio, observó la cama llena de polvo, la sabana sobre ella, los muebles rústicos medio podridos, la ventana carcomida. Salió de la habitación, anduvo por el pasillo, lo recorrió tres veces, se metió a otro cuarto, observó, olfateó, escuchó, palpó. Nada, absolutamente nada parecía tener vida, incluso el mismo era como un cadáver, como un fantasma recorriendo la empolvada estancia de la casa, los vacíos pasillos, las oscuras habitaciones.
Encendió las lámparas y veladoras, la casa apenas se iluminaba con tonalidades sepia, los muros verdes con tapiz de estampados de enredaderas y flores de lis apenas si dejaban adivinar su color original, se acomodó en el empolvado sillón del cuarto por el cual había entrado, se puso sus lentes, sacó un cigarro, fumó, tomó la fotografía de su bolsillo, la observó, sacó un libro de su mochila, lo leyó.
Afuera, el viento soplaba pobremente, la luz se había extinto y únicamente el resplandor de la luna y las estrellas se paseaba entre las selváticas calles abandonadas. El había amado la compañía, el había amado las horas de oficina, el había amado las horas de escuela, el había amado haber amado.
Todas las calles estaban desocupadas, encantadas por el embrujo del poderoso abandono. Los automóviles cubiertos de polvo, les habían crecido yerbas y los gatos habían hecho de ellos dormitorios departamentales, una familia de felinos se había apoderado del cofre, otra, en el automóvil vecino, era la dueña de la lujosa cabina, un gato más, había decidido hacer suya la casa de cinco pisos ubicada frente a la antigua pastelería, un ave nocturna voló y entonó un canto tétrico y triste. Muy pronto la trova seca y desamparada de la noche fresca le arrulló. Durmió a un lado de la chimenea encendida, escuchando el soplo de su nariz, soñó el humo de su cigarro, soñó que amaba soñar.
Despertó, abrió los ojos, se puso de pie, todas sus escasas pertenencias las guardó en el closet del primer cuarto del segundo piso. Abrió la llave del baño de dicha habitación, se enjuagó la cara, miró su rostro en el difuso reflejo del espejo roto. Bajó las escaleras, caminó hacia la puerta, recogió dos piedras a la salida, recorrió las calles como el día anterior, se sentó en el mirador de la ciudad a solamente pensar, se metió a cada tienda de la metrópoli abandonada, se probaba la ropa, se miraba en el espejo y conversaba con su reflejo. Luego salía de allí tal y como había entrado, con los mismos harapos, con la misma tristeza en su rostro.
Cuando el sol nuevamente comenzaba a esconder su mirada en el horizonte, sacó las piedras de sus bolsillos y se subió a un tejado, esperó sentado un largo rato, hasta que finalmente vio pasar un perro y le tiró ambas piedras, la primera le golpeó en el lomo, la segunda en una pata y le había hecho correr rengueando. Gritó y rió.
Con el susurro del viento en su espalda, como si fuera empujado por esta fuerza invisible, trazó el camino de vuelta a la vieja casona abandonada, antes de llegar a la entrada de la calle privada en la cual se había hospedado, se detuvo unos instantes a observar las rosas secas del jardín a las afueras de la tapia, un hechizo emanado del suspiro del rosal le hizo sonreír una vez más, el crepúsculo iluminó la ciudad con un azulado movimiento de sombras y mientras observaba en el cielo a los murciélagos cazando insectos, se sentó en los escalones de la casa de los rosales, estuvo sentado muy callado, recordando que había amado ese tipo de días, días con tardes frescas y noches largas, sacó un cigarro de su bolsillo, lo encendió con un cerillo, cogió la arrugada fotografía y la observó, con un dedo acariciaba y marcaba el contorno dibujado en el pequeño trozo de papel que sostenía.
Recordó el momento en que había tomado la fotografía; ella era una desconocida, estaba sentada en una banca del parque observando con esos ojos verdes el movimiento del aire entre los árboles, el acababa de comprar una cámara antigua, de esas que tomaban fotos medio borrosas, vio a la chica desde la distancia y cuando ella notó su presencia le obsequió una tierna y amigable sonrisa; su cuerpo se estremeció, sintió como si el tiempo se detuviera en el instante de un suspiro y el suelo en sus pies se vino abajo, el se acercó a ella, la plática se extendió por horas, el le contó sobre su cámara vieja recién adquirida, y ella le hablo de las esculturas en el corredor de su escuela, hablaron, como dicen, de todo y de nada. El se levantó de su lugar y antes de despedirse le pidió de favor que le permitiera tomarle una fotografía… de vuelta en la realidad, sus labios se alargaron y un brillo en sus ojos centelló algunos segundos tras el recuerdo de aquella tarde de octubre… Ella asintió y el tomó la foto, se despidieron, no se dijeron sus nombres. Se marcharon y no volvieron a verse sino un año más tarde, sin embargo, el no había logrado dejar entre renglones aquella conversación de octubre con la dama de abrigo y gorro guinda, cada palabra de aquella charla otoñal estaba impresa en su memoria cual imagen en su foto. “Me llamo Leonardo” dijo antes de saludar por primera vez en doce meces, “Alicia” dijo ella. Desde entonces y durante un año se habían convertido en amigos inseparables, se pensaban en cada respiración, se amaban en cada palpitar… El amaba ser amado, ella amaba amar. Luego, la segunda vida en sus vidas juntas vino, los problemas nacieron y separaron sus corazones, la muerte finalmente cumplió el propósito de arrebatarnos la continuación de esta historia y muchas otras no narradas, pues cuando nuestros amados se van, el cuento fantástico se convierte en un idilio romántico, y así comenzó el de Leonardo, y así terminó nuestra historia.
Se retiró de los escalones, no sin antes terminar su cigarro, sacó el último trozo de carne ceca de su pantalón mientras caminaba toc toc clap, y bebió su último trago de vino, toc toc clap hasta la puerta de la tapia, una vez más empujó la tranquera, una vez más olió la humedad, una vez más subió las escaleras rechinantes y recostado en esa cama empolvada de aquella habitación con olor a lluvia, leyó como un suspiro la ultima página de su novela, “solamente una vez, y nada más”.

Texto agregado el 07-08-2010, y leído por 178 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
14-11-2010 Precioso. Un abrazo y 5* jardinerodelasnubes
23-08-2010 Muy bueno, aunque no estoy en condiciòn de dar un comentario constructivo. yash4
13-08-2010 Me gusto lo leido mis 5* y besotes NILDA yo_nilda
07-08-2010 Hermosas letras imporegnadas de melancolía.Al leerte una sucesión de imágenas de distinto tenor aparecen ante mis ojos.Es un placer leerte y como dice el final del relato" Solamente una vez... Mis estrellas y un beso, Ma.Rosa. almalen2005
07-08-2010 Bellamente melancólico. Conmueve la sensibilidad de tus palabras. Mis***** girouette
 
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