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Coma
[Ronald Hernández Morales]

¿Qué pasó? No recuerdo nada… ¡Auch! Me duele la cabeza. Todo da vueltas y no cesa. Veo empañado, quiero vomitar.

Un momento… ya. Ya puedo ver bien, ya desaparecieron las náuseas. Miro a mi alrededor… y comienzo a extrañar las náuseas. El lugar en el que estoy es horrible.

Dios… en mi vida he visto muchos lugares terribles, horrorosos, temibles y asquerosos, pero este… este lugar en el que estoy ahora no creo que pueda ser bien descrito con una sola palabra. Basta echar una mirada alrededor para sentir una combinación de abominables sentimientos humanos e inhumanos, sentimientos que uno se preguntaría por qué Dios fue tan grosero de permitirnos sentir.

Lo peor de todo es que estoy seguro de que esto no es una pesadilla, estoy seguro, en parte por el pellizco que ya me di, y principalmente, porque no tengo la suficiente imaginación como para recrear en mi mente un escenario tan pútrido como éste.

Es una habitación, de eso no hay duda, y las paredes, el techo y el suelo están hechos de una madera podrida y maloliente, seguramente a causa de una sucia humedad que aqueja al lugar en el que me encuentro. ¡Qué horror! Tomo consciencia de que me he despertado en una silla de una madera que hace competencia en putrefacción con la madera de las paredes, de las cuales resbala un limo verde por entre las ranuras, pero más relucientemente, resbala sangre. Sangre humana supongo, sería tonto que a tan horrible lugar la sangre con que le adornaran fuera de pollo o de cerdo, no, tiene que ser sangre humana para hacerlo auténticamente nauseabundo.

Me he puesto de pie de un golpe, me da asco pensar que estuve sentado en esa silla… por sabrá Dios cuánto tiempo. ¿Cuánto tiempo habré estado dormido? No puede ser...

Sin contar los aspectos asquerosos del cuarto, éste está casi vacío, lo único que tiene es una vieja mesita polvorienta en una esquina y la silla de la que me acabo de despegar. Aunque acabo de notar algo… no soy el único ser vivo dentro de la habitación, no. Y en seguida pienso que preferiría serlo, pues, del piso, en varias partes repartidas surgen gusanos que se retuercen felices en el moho que hay por todas partes. Ahora que lo pienso, si no fuera por las tablas salientes del piso que evidencian que está hecho de madera, yo diría que está hecho de moho.

Hay telarañas por todas partes, de hecho, tengo telarañas en mi cabello. No hay ventanas, pero hay dos puertas, una frente a mí y otra detrás de mí. Están en paredes contrapuestas. Ahora que me fijo, ambas puertas tienen un letrero, un maltrecho letrero. Doy un paso para leer lo que dice la puerta frente a mí… y al primer movimiento de caminar, de pronto, advierto el penetrante y asqueroso olor de la habitación que ha provocado que el dolor de cabeza me regrese.

Camino hacia la pared de mi izquierda, tambaleándome, con la cabeza baja, la mano izquierda en el pecho y el brazo derecho extendido en busca de la pared para apoyarme. Un quemante líquido sube por mi pecho y garganta hasta llegar a mi boca, no puedo evitarlo… vomito. Un vómito igual o más asqueroso que el suelo que me rodea, como si lo que estuviera vomitando fueran los mismos gusanos que estoy pisando… respiro agitadamente y me detengo por un momento recibiendo el podrido olor del lugar. El olor de un basurero, comparado con éste, equivaldría a la mejor fragancia francesa.

Pasan minutos, no sé cuántos, hasta que por fin me acostumbro a ese aroma… por llamarlo de alguna forma. Me acomodo el cabello inconscientemente. Regreso a posar la mirada sobre la puerta de enfrente y camino hacia ella para leer el letrero que cuelga de un hilo sobre un clavo. El letrero reza “Muerte”.

Anonadado contemplo la puerta, y justo en ese instante, esta da un ligero movimiento hacia afuera para enseñarme que está abierta. No se abre del todo, simplemente queda entre cerrada. Cautelosamente me alejo de esa puerta, miro hacia atrás y veo la segunda puerta con otro letrero, voy hacia ella.

El letrero de la segunda puerta reza “Vida”. Una chispa de alegría momentánea invade mi corazón mientras contemplo la puerta, y espero a que esta se abra un poco, tal como lo hizo la anterior… pero no, no sucede, esta puerta no se abrió por sí sola. Poso la mano sobre el polvoriento picaporte dorado de la puerta y trato de abrirla, pero está atorado, la puerta no abre. Empleo más fuerza, pero es inútil. Me detengo un momento a pensar y observar la puerta. El picaporte no tiene ranura para alguna llave, la puerta no se abre con ninguna llave.

La puerta está hecha de una madera podrida, a punto de desmoronarse… puedo derribarla. Le propino una fuerte patada a la puerta, pero el único que se lastima soy yo, como si hubiera pateado una puerta de metal sólido. Respiro… tomo impulso hasta la silla que está en medio de la habitación y corro para darle una patada con toda la planta del pie a la puerta, lo cual provoca que la fuerza se regrese hacia mí y rebote hacia atrás, cayendo de espaldas sobre el piso sucio y los gusanos.

Los gusanos me llenan de asco, pero me he lastimado la pierna y no puedo levantarme en seguida. “¡Qué dolor!” Pienso con los ojos cerrados mientras me agarro la pierna, y entonces, pongo los codos sobre el piso y abro los ojos hacia el techo. En el techo, igual de asqueroso que el resto del cuarto, tiene algo escrito con lo que supongo es la misma sangre que escurre por las paredes. “La única diferencia entre la vida y la muerte es el nombre”.

Me detengo unos segundos a analizarlo, hasta que me doy cuenta que los gusanos se me están subiendo y de inmediato me levanto y me sacudo para quitarme de encima a esos asquerosos animales. Me aseguro de que no hay ni un solo gusano sobre mí, y levanto la mirada al techo. “La única diferencia entre la vida y la muerte es el nombre”. De pronto me siento cansado, me dirijo hacia la silla que ahora ya no luce tan asquerosa, quizá porque ya me acostumbré, y me derrumbo sobre ella. Tengo miedo… cierro los ojos y me quedo dormido con la esperanza de que cuando despierte, lo haga en otro lugar, en cualquier lugar que no sea este.

En mi sueño conduzco mi auto, mi viejo auto azul. Voy conduciendo por la carretera en una noche de lluvia, traigo prisa, se me ha hecho tarde para algo que no puedo recordar. De pronto, una luz gigante en la carretera me encandila, me quedo absorto y lo último que alcanzo a escuchar es el chillido de las llantas de mi auto al intentar, inútilmente, frenar, un sonido que se combina con el ruido de la bocina del camión que me golpeó. Despierto respirando con dificultad.

Restablezco mi respiración, me acomodo y me doy cuenta de que sigo atrapado en la misma pútrida habitación. Coloco mis codos sobre mis muslos y mi rostro sobre mis palmas, tocándome el cabello con las yemas de los dedos. Una lágrima de desesperación se me escapa y no puedo evitar gritar. Me pongo de pie y me dirijo hacia la puerta de atrás, la puerta de la vida.

Golpeo la puerta con la fuerza que nunca utilicé para golpear alguna otra cosa… la golpeo y la golpeo… con brazos y piernas… nada. Me recargo sobre la puerta para llorar… trago saliva… abro los ojos que no recuerdo en qué momento cerré y observo el letrero… vida.

Me reincorporo y vuelvo a ver el letrero del techo. Fue en un segundo cuando tomé la decisión… caminé hacia la puerta de muerte, la cual seguía entrecerrada y podía distinguir que fuera como fuera lo que había detrás de ella, sin duda alguna era oscuro, muy oscuro, ya que por el pequeño espacio que quedaba abierto entre el marco de la puerta y la misma puerta, lo único que se distinguía era un profundo color negro. Me paré frente a la puerta de muerte y la miré fijamente, con lágrimas en los ojos, lágrimas de desesperación.

Rápidamente y sin pensarlo por más tiempo para evitar arrepentirme, tomo el letrero que dice “Muerte”, se lo arrebato a la puerta y corro de vuelta a la puerta de vida para intercambiarle el letrero. A la puerta de vida le cuelgo el letrero de muerte y regreso a la puerta entrecerrada para colgarle el letrero de vida. Después de colgarle el letrero a la nueva puerta de vida, no pasa absolutamente nada, lo que sea que hay detrás sigue siendo tan oscuro como lo estaba un minuto atrás.

Pongo la mano sobre el picaporte que tampoco tiene ranura para llave, y abro la puerta hacia la penumbra total. No puedo ver nada… doy un paso hacia la oscuridad… doy otro… y otro… finalmente estoy en la oscuridad, y sin previo aviso, la puerta se cierra detrás de mí con un golpe seco. He quedado en la oscuridad total, no puedo ver ni mis propias manos. Cierro los ojos.

No sé cuántos segundos pasaron antes de volver a abrirlos, pero lo importante es que los pude volver a abrir, y cuando lo hice, la habitación ya no era negra, no, era blanca… y yo no estaba parado, no, estaba acostado. Desperté en una sala de hospital.

Texto agregado el 05-08-2010, y leído por 120 visitantes. (0 votos)


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