Había llegado por negocios a una ciudad fronteriza, lucía banquetas de adoquín, callejones y tejados de barro. Me hospedé en una posada antigua y salí a distraerme. Di las llaves del cuarto de hotel al anciano y me despedí. Caminando llegué al cine. Después de La película detuve en un callejón a mirar los periódicos. En el momento que tomaba una revista, se desató una balacera. Una mano piadosa me jaló y en segundos estaba dentro del kiosco.
-¡No hable!, ¡No se mueva!.
Percibí una fragancia dulce. Luego del silencio sentí que una zapatilla encajó en mis costillas.
- ¡Salga! y no mire hacia atrás.

Llegué al hotel desencajado. Platiqué al anciano.
-¿Está seguro que es el estanquillo que está a dos cuadras del cine? porque ese lo cerraron hace cuatro años; la dueña, una mujer joven fue degollada, porque no quiso vender droga.

En mi cuarto leí la revista que había tomado antes del percance. No pude dormir las noticias eran viejas.