Cuando una va ganando esas batallas que tanto cuestan en el amor, y el hombre dice: - Los viernes salgo con mis amigos; o en su defecto: - No me llames al trabajo por cualquier estupidez... Una ya sabe que se ha topado con otro espécimen de la era arcaica, que nada nos dejará en beneficio, sino todo lo contrario. Por ello las contradicciones de esos rasgos que tanto nos gustaban al principio: - Pablo es un hombre tan trabajador - Ahora las trocamos por: - El boludo de Pablo es un obsesivo al trabajo. Nuestro inconsciente girará sobre una rueda de malentendidos proyectado en todo lo que hacemos: Amor, sexo, trabajo, gula, obsesiones, divertimentos, etc. Aquí radica esa chispa de odio que se va acrecentando con los días, hasta estallar en lo más ínfimo de alguna situación. Y ya sea por placer o lujuria, por deseo o morbosidad, nos adentramos en ese laberinto de la psiquis, enredada y laboriosa, que nos hace sucumbir ante lo extraño. Lloramos el alejamiento con un dejo de satisfacción, combinando ese amor - odio que en todos subyace; disfrutamos el ardor bajo una boca ilimitada suspirando de placer; gemimos hasta el desmayo ante el influjo de una lengua reducida al poderío del dolor y del placer; morimos y nacemos en ese mismo plano ambivalente una y otra vez, aprobando la difusión de sus matices; rogando por más hasta llegar a degradarnos; desafiamos estoicamente lo epicúreo que llevamos dentro, no en vano se compara al orgasmo con la muerte. ¿Entonces como decir que el amor no está relacionado con alguna partícula de odio, si ambos son una conjunción inseparable?.
Ana Cecilia.
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