El Grito de Goya
La criatura continuaba aún afuera de la casa, el sudor de su frente se deslizó y en el suelo provocó un ruido petrificante, en su rostro se podía notar el pavor que le provocaba el simple sonido de las hojas moviéndose con el viento. Jamás le había parecido tan ruidoso el sonido de una gota de sudor cayendo al suelo, sus ojos casi escapaban de sus cuencas y por su cabeza figuraban los recuerdos fijos de los calcinantes ojos del ente.
Los árboles sin hojas se balanceaban con el ritmo del aire y entre sus piernas un calor húmedo le mojó los pantalones, intentó moverse lo más silencioso posible, pero cada paso que movía el polvo en sus pies era una invitación de entrada para la muerte, un aterrador rugido pudo escucharse entre la silente canción del viento y en su pecho el corazón casi le estalló. Una nueva sensación de calor que partió desde su espíritu le tomó de súbito y con la llama de su pecho encendida corrió tan rápido como le permitía su voluntad, anduvo hacia las escaleras, corrió hasta el final del kilométrico pasillo, se detuvo de golpe frente a la última puerta de la gigantesca mansión en medio del bosque.
Bajo sus pies escuchaba el rechinido taladrante de la duela podrida, la criatura finalmente había logrado entrar a la casa, cada paso del monstruo era en la cabeza de Goya como una espina enterrada en sus oídos. El pálido rostro del viejo se desvaneció en horror al ver de frente al ente subiendo las escaleras de la vieja mansión. La gigantesca y delgada silueta terminó de emerger ante él y con un nuevo graznido se echó en cuatro patas y con furiosa carrera se dirigió hacia su victima. Apenas alcanzó a entrar en la habitación y cerrar la entrada del cuarto, pero no le detendría por mucho tiempo, sería solo cuestión de segundos para que la pesada puerta de roble cediera frente a su horrorizado rostro.
Abrió el ventanal de guillotina y reveló ante su mirada angustiada la inmensidad oscura del bosque, la cadavérica luz de la luna llena sería su única lumbrera a través del escabroso sendero de tierra y árboles secos. Su patética vida dependía de un esfuerzo imposible y sabía muy bien que esa noche habría de morir de manera vil y blasfema, era inútil correr pues no podría dejar atrás a la diabólica criatura que golpeaba la puerta cada vez con más ira, con cada colisión el eco producido por el sordo ruido del impacto bombardeaba el silencio de la casa con un estrépito de furia incontenible.
Las aves nocturnas y las fieras más perversas del bosque huyeron despavoridas y ni el sonido de los grillos podía escucharse ya en esa escalofriante y lúgubre tumba de adobe. Solo el retumbar del incesante golpeteo a sus espaldas podía romper la electricidad que irradiaba el invernal viento. Goya saltó de la ventana y en el justo momento de su aterrizaje la puerta calló en la habitación de servicio hecha añicos. Los humeantes ojos rojos le observaron con el mismo odio que los condenados a las llamas eternas del infierno ven a los hombres, mientras se recuperaba de la caída, la criatura descendió apresurada por los muros de la vieja casona, no le daría tiempo a su victima de correr hacia la funesta espesura del bosque, así que el aterrado viejo se levantó del suelo y con un desesperado movimiento saltó hacia el portal del sótano. Trancó la entrada y salió despavorido de la oscura bodega, una vez más corrió a través del interminable pasillo de piso de duela y salió jadeando por la puerta del patio. Saltó la cerca de la propiedad y se adentró en el pequeño cementerio tras la mansión, el gas emanado de los cóncavos dormitorios de los muertos le revolvía el estomago y las nauseas y la agitación le hicieron vomitar sobre su propio cuerpo, aún así no dejó de correr jadeando y sudoroso.
Se adentró bajo la abismal cobija negra del bosque y el graznido a sus espaldas le congeló la sangre, con ojos ciegos la noche observaba al condenado, quien intentaba salvar su mísera y ridícula vida.
La maleza rasgaba sus ropajes victorianos y arañaba su rostro con crueldad amarga de navajas ponzoñosas, sus pies llagados impactaban fuertemente con las rocas en el camino y los troncos derribados, sus piernas se doblegaban y tras cada golpeteo su rostro se desfiguraba por el sufrimiento y el horror, la sensación de impotencia le hacía recordar las veces en que iba de cacería y acechaba a las liebres y venados extraviados entre los matorrales, ahora él se encontraba tan indefenso como sus inocentes victimas, amordazado por el pavor de la persecución y el acecho.
Algunos metros adelante, ensangrentado y empapado de sudor, cayó en una grieta en el suelo, se encontró a si mismo atrapado en una cueva oscura y solitaria, pensó que tal vez permaneciendo callado e inmóvil la criatura no le encontraría entre la oscuridad de la caverna, esperaba que con suerte tal vez un oso fiero le encontraría primero y le asesinaría antes de que lo hiciera el ente.
Se adentró algunos pasos en la gruta escabrosa, al estar al punto del desmayo ocasionado por el repentino sobresalto y el extenuante escape encendió discretamente un fósforo descubriendo con paralizante impacto, una bóveda repleta de esqueletos blancos, blancos como la luna espectral soberana de la noche, blancos como los largos dientes de los lobos carniceros, blancos como el macabro brillo pálido de su rostro atrapado en la sala de trofeos de su aberrante verdugo.
Quiso gritar, pero no serviría de nada, únicamente se arropó bajo el cadáver de un cuerpo aún en putrefacción y guardó un mortuorio silencio, esperaba sumergido en una orgía de miedo y desesperación el momento de su muerte, una gotera dentro de la cueva percutía un eco taladrante en los oídos de Goya, el sonido desesperante de la gota en el charco molía los pensamientos del hombre, continuó cayado y mientras la peste del cadáver sobre su cuerpo se hacía cada vez más insoportable la criatura se adentró a la caverna, el sonido de su discreta búsqueda petrificaba los sentidos del viejo.
El viento sopló con furia entre los árboles, las hojas arrastradas por el aire revoloteaban en una danza burlona, la risa de la cruel y espectral fantasía nocturna palpitó en el corazón de Goya, le pareció dejar de escuchar al universo, era como si cada sonido del cosmos se silenciara para poder delatar la respiración agitada del aterrado viejo.
El sonido de los pies descansos del monstruo también había cesado, con suerte habría tomado un camino distinto al cual siguió Goya antes de su caída, se levantó apartando el aliento putrefacto del muerto sobre su cuerpo y con un esfuerzo sobre humano subió por una entrada de luz en la gruta, la luna le recibió desde el cielo con una sonrisa irónica rayada por la nube negra frente a ella, el pecho de Goya palpitó y con extremo cuidado y silencio se dirigió a uno de los pinos deformes, recargó la espalda contra el cascarudo tronco y con los ojos más abiertos que los de los búhos observaba sobre su hombro por detrás del viejo alerce, la tiniebla contundente del bosque únicamente revelaba el interminable balanceo de la maleza.
El sudor sobre su rostro se deslizaba lento y caliente como la mantequilla fundiéndose sobre el candente metal de una plancha, su corazón estaba tan alterado que casi podría escucharse su latido a través de la infinita foresta. El frío del bosque comenzó a derramar las primeras plumas blancas sobre la cabeza de Goya y un sentimiento fatídico se apoderó del cuerpo completo del hombre, para esos momentos su única lumbrera había sido opacada por el manto lúgubre de nubes azuladas. La niebla comenzó a brotar como suspiros interminables desde las entrañas de la tierra y la visibilidad del aterrado viejo se anuló casi enteramente, esa niebla no era normal. Como un abrigo el blanco manto comenzó a cubrir la espesura del bosque y los ojos negros de Goya perdieron cada rastro de imágenes visuales, todo lo que parecía ver eran meramente recreaciones fantasmales de su imaginación aterrada.
Cansancio.
Silencio.
Penumbra.
Desesperación.
Angustia.
Fatalidad eléctrica irradiada desde las llamas eternas del averno.
Su sangre hervía, sin darse cuenta de absolutamente algún sonido o indicio de sino próximo, una vez que intentó observar nuevamente sobre su hombro una respiración vaporosa y jadeante se encontró con su nariz, la criatura se había posado detrás del viejo y desde los infernales ojos de la fiera se asomaban los rostros de legiones demoníacas, la voz del viejo se escuchó por ultima vez.
-Hijo, soy yo, tu padre…-
Un alarido desgarrador se arrancó desde lo más profundo de las entrañas de Goya y con un silencio tajante la nieve blanca se tiñó carmín. |